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Una contradicción grosera

Moción de censura: si en 2020 «ganaron Casado y el bipartidismo», ¿por qué se oponen a otra?

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el líder del PP, Alberto Núñez Feijoo. Europa Press

Seguro que ni ellos se acuerdan o prefieren no hacerlo. Pero la reacción de la prensa más afín al PP tras la moción de censura en octubre de 2020 fue –¡no se lo van a creer!– unánime: la ganó Casado, que por fin subía los pies encima de la mesa y demostraba quién mandaba en el centro-derecha. También la ganó el bipartidismo, que salía reforzado ante la polarización que ejercen los extremos, ya sabe, el maldito populismo, esa etiqueta elástica que designa tanto a quienes convocan un referéndum ilegal o asaltan la Constitución como a quienes reivindican herramientas contempladas en la misma. Populismo, entérese ya, es una cosa y la contraria, mientras que no hacer nada cuando las llamas lo devoran todo es un acertadísimo ejercicio de moderación que aspira a heredar las ruinas. Política para adultos.

Sobre Sánchez leímos entonces panegíricos que hoy palidecen ante la crudeza de los acontecimientos. Sin embargo, ya chirriaba el tratamiento benévolo al presidente socialista que había prometido no pactar con Podemos, Bildu y los golpistas catalanes, y se había saltado la Constitución en tres ocasiones con el cierre del Congreso y la declaración de dos estados de alarma irregulares. Minucias cuando uno se pone al teclado a difundir un relato: la moción de censura es populismo o jugada maestra dependiendo de quién la presente. El subdirector de El Mundo escribió que «nunca podremos perdonarle a Vox que le haya permitido a Sánchez presentarse como un socialdemócrata delicado». 

Esos días encontramos coincidencias en la prensa del centro-derecha que meses antes había practicado la gimnasia más genuflexa al poder dejándose comprar –a muy buen precio– con la célebre portada «Salimos más fuertes». Cinco millones, cinco, se gastó el Ministerio de Sanidad en esa campaña de vacunación propagandística. El 23 de octubre, día después de la moción, las portadas de La Razón («Casado devuelve el orgullo al PP»), El Mundo («Casado rompe con Vox para liderar el centroderecha») y ABC («Doble triunfo para Casado») sentenciaban la monumental victoria del PP en una moción que, según decían, Abascal había presentado contra su anterior partido, no contra el Gobierno. 

Los editoriales eran calcados, diríase que escritos por las mismas manos. 23 de octubre, El Mundo: «Casado lanza un órdago a Vox; el líder del PP sale reforzado como clara alternativa a Pedro Sánchez»; ABC: «El PP salva la trampa con nota»; La Razón: «La moción de Casado». Por más que uno rebuscara en el periódico, no había ningún titular que reflejara otro punto de vista. El Mundo: «Los barones del PP festejan la ruptura con el populismo», «El bipartidismo gana y pierden los extremos». 

Este clima de euforia azul era especialmente palpable en las páginas de opinión, donde ya veían al tándem Pablo-Teo dando brincos en el balcón de Génova celebrando una mayoría absoluta. El columnista estrella de ABC, Ignacio Camacho, titulaba su columna con un inequívoco «Liberalismo sin complejos» asegurando que «el PP parece haber comprendido al fin que Vox es un artefacto político creado para destruir la derecha liberal».

Ese mismo día, en El Mundo, Jorge Bustos apenas lograba reprimir su emoción: «Y Casado tomó la palabra. Y de pronto la palabra lo tomó a él. En la garganta del mejor parlamentario libra por libra de las actuales Cortes […]. Eso hizo Casado en un discurso ya histórico, y elevó la concordia al techo del hemiciclo en una réplica sin papeles, brotada de una entraña largamente reprimida, encadenando la metáfora y la cita en el río coherente de la idea, cauce de un fiero constitucionalismo […]. Casado noqueó a Abascal, rompió a Iglesias, caducó a Lastra, confundió a Sánchez, se conjuró con Arrimadas, conquistó al fin el liderazgo del PP desde Andalucía hasta Galicia y abrió vías de acuerdo en un Parlamento calcificado por la intolerancia. Quién nos iba a decir que este palentino de 39 años, demasiado decente para competir con alguien como Sánchez, haría de su bonhomía un arma terrible. Una piqueta clavada en el muro cainita que separa artificialmente las dos Españas. Por esa grieta se filtra ahora la luz de una esperanza en medio de la oscuridad». 

Hermosas palabras, aunque es bueno recordar que quien loa así al poder está irremediablemente condenado a hacerlo con el que venga mañana. ¿Acaso Gabilondo, Haro Tecglen, Cebrián y Ónega no glosaban las gestas del franquismo y años más tarde seguían haciendo exactamente lo mismo pero con el PSOE? Distintas épocas y regímenes, pero la misma actitud servil con el poder.

Dos años después la moción de censura vuelve a sobrevolar el Congreso, posibilidad que desagrada a Feijóo y a quienes proclamaron vencedor a Casado. Se trata de una contradicción de lo más grosera, pues si quienes salen reforzados son PP y PSOE, ¿por qué oponerse a una nueva moción? Algo no encaja, quizá es que los elogios que Pablo Iglesias y Adriana Lastra dedicaron a Casado -comparado incluso con Cánovas del Castillo- son tan falsos como los análisis que entonces y ahora sostienen que recurrir a la moción es absurdo porque los números no dan para derrocar a Sánchez. Si el argumento es que no hay una mayoría suficiente, entonces tampoco tendría sentido votar las leyes en el Parlamento, impulsar iniciativas e incluso presentarse a las elecciones no vaya a ser que se pierdan. Luego que si la izquierda gana el relato.

Claro que más peligroso que hacer el don Tancredo es la permanente alusión al sanchismo como fuente de todos los males, una distinción interesada entre Sánchez y el PSOE, que es una manera de decir que hay un PSOE bueno, homologable y necesario, que por mucho que asalte las instituciones, resucite la Guerra Civil, apruebe todos los disparates de género, impulse el feminismo radical, abra las puertas a la inmigración masiva, desindustrialice España, meta a ETA en las instituciones, indulte a golpistas y libere a violadores, el responsable nunca es el PSOE, sino quien pasaba por allí. Hay, siempre lo hay, un PSOE bueno, dogma de fe del 78.

Y para quien piense que España siempre es el problema y Europa la solución, que recuerde la última gran crisis política nacional, el golpe separatista de octubre de 2017. Puigdemont no huyó a ninguna dictadura lejana, sino al corazón del continente, donde lleva años protegido riéndose de la justicia española. Nos patean la espinilla y damos las gracias. Ni por esas escarmentamos.

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