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Socialdemócratas, progresistas, multiculturales...

Radiografía electoral de las dos Españas (I): la izquierda que bosteza

Acto de SUMAR. Europa Press

El periódico de la burguesía catalana está dando a conocer en España los resultados de una nueva encuesta que divide a los españoles en 16 grupos políticos, dejando atrás la caduca división binaria del eje izquierda-derecha. La empresa encargada ha radiografiado previamente a su Francia natal y a Italia. Lo curioso es que los grupos no son los mismos en Francia, Italia y España, e incluso los que deberían ser equivalentes tienen profundas diferencias.

Con las elecciones nacionales a la vuelta de la esquina, hacemos un breve comentario (desde nuestra perspectiva patriótica y social) sobre la nueva clasificación de los votantes españoles, comparándolos además con franceses e italianos. Creemos que faltan grupos, otros están artificialmente divididos y otros están compuestos de una forma algo extraña, pero la relevancia que está teniendo esta investigación merece nuestra consideración. Además, como 16 grupos pueden ser demasiados y el análisis puede hacerse largo para el espacio que aquí tenemos, expondremos los 16 grupos en los dos bloques que proponía Machado: las dos Españas, «una España que muere y otra España que bosteza». Cada una de ellas tiene, a su vez, una mitad izquierda y una mitad derecha. Hoy trataremos con las izquierdas de la España del bostezo: aquellos aburridos, que pertenecen a un orden político ya cansado, que pueden ser ruidosos, o grandes como quien se estira desperezándose, pero que pertenecen a un ciclo agotado del que tarde o temprano habremos de despertar.

-Los socialdemócratas. En lo económico están genéricamente a favor de los servicios públicos, la justicia social y los derechos de los trabajadores. Pero. Hay un pero. Quieren que todo ello esté condicionado a mantener la libertad del mercado, la propiedad privada de las empresas o la vivienda como bien de negocio (y no como derecho). Por lo tanto son, como mucho, reformistas: alérgicos al proteccionismo, a las soluciones políticas profundas y al discurso contra las élites. Son uno de los grupos franceses que menos se identificaron con los Chalecos Amarillos: demasiado «radicales» para ellos. Prueba de su deriva es que han acabado votando en gran número por Macron, con sus políticas de recortes y atraso de la jubilación.

Para ellos suele pesar más lo cultural que lo económico. Se identifican con las luchas del supuesto «progresismo» (aunque no tanto como el segundo grupo que veremos) y también con el europeísmo y el mundialismo (aunque no tanto como el tercer grupo que veremos). En España los social-demócratas se diferencian en tres cosas: 1) Mientras que los franceses son fanáticos del laicismo, los españoles son creyentes (aunque no especialmente practicantes). 2) Mientras que los franceses son fervientes partidarios de su república, los españoles no tienen una posición muy marcada con respecto al debate monarquía-república. 3) Mientras que los franceses son propietarios con estudios superiores, los social-demócratas españoles son de clase media-baja. Están muy presentes en Andalucía y Cataluña. Les gusta la «España plurinacional», sí, pero se oponen a un referéndum de independencia. Son la pata orgullosamente definida “de izquierda” del eje izquierda-derecha. Coinciden con buena parte del electorado clásico del PSOE. Sólo se podría recuperar a alguno de ellos buscando un acuerdo en políticas socio-económicas y señalándoles el funesto final del camino de la «progresía», que exponemos a continuación.

-Los progresistas. Se parecen a los socialdemócratas, pero tienen el acento aún más puesto en las cuestiones culturales, identitarias, simbólicas y de representación, desinteresándose aún más por la justicia social o la soberanía nacional. Son radicales en cuestiones como el feminismo, pero… más bien moderados en lo económico e incluso favorables al espíritu empresarial. Dentro del feminismo, por ejemplo, están entre los grupos más partidarios de los vientres de alquiler. Generalmente todos sus posicionamientos tienen algo que suena a «progresista», pero son los más provechosos posibles al capitalismo. Pueden ser favorables a un ingreso mínimo vital que sirva de limosna, pero no les gusta el empleo público ni el impuesto a las grandes fortunas. Son más o menos cercanos al estado del bienestar, pero están divididos sobre la privatización de RENFE, porque ¿acaso no es un progreso que puedan entrar al mercado español otras empresas super-europeas y super-cool?

Detrás de todo ello está, como siempre tras cada ideología, la composición de clase económica: en Francia son uno de los grupos que más se identifican con las clases altas, de los que menos paro sufren y de los que más nivel educativo tienen. Destacan las profesiones de artes, entretenimiento y profesorado. Se diferencian de los social-demócratas en que hay poco funcionario y jubilado entre ellos. Seguramente ello les hace menos dependientes del estado del bienestar. En España su nivel económico es inferior: les gustaría ser bohemios-burgueses como el progresista francés, pero se quedan en bohemios sin más. En Francia es un grupo joven, criado por la generación del mayo del 68, mientras que en España abundan aquellos que cumplen más de 50 años, víctimas de la mentalidad ochentera de la Movida.

En España se les puede encontrar fácilmente en País Vasco y Cataluña, donde es fácil creerse moralmente mejor mientras la finanza funcione bien. En el resto de España, son partidarios de un referéndum de independencia. En Francia hay una cierta porción de progresistas que tienen algún familiar nacido en el extranjero: una minoría de inmigrantes que lograron integrarse o casarse con franceses, para los cuales el mito del progreso no se ha estrellado contra un gueto.

Los progresistas son el grupo con un mayor nivel de optimismo. Sólo los ricos pueden permitirse el lujo de no tener nostalgia. Ellos siguen creyendo en el ascensor social y la evolución civilizatoria. Son un grupo poco o nada religioso, pero de alguna forma tienen una fe propia mucho más irracional. Por ello es uno de los grupos que menos apoyó el descontento de los Chalecos Amarillos. Los “progressisti-radicali” italianos también le retiraron su apoyo al populismo, dejando de votar al M5S y pasándose al PD y la Alleanza Verdi. El progresista francés se ha pasado a Macron, a Mélenchon y al ecologista Jadot, siendo una de las causas del hundimiento del Partido Socialista y de la fragmentación de la izquierda. En España deberían dividirse entre el PSOE y Sumar, pero la realidad francesa es que solo uno de cada dos progresistas se considera de izquierda. Así que traigan cuidado: la mitad de ellos podría estar en el PP.

-Los multiculturales. Económicamente no les va tan bien como a los progresistas. Tienen más estudios de lo normal, pero ganan menos. Seguramente tiene que ver con que sus estudios son prácticas de «turismo humanitario» en Tanzania, másteres en teoría decolonial o doctores en «Estudios Culturales» por la universidad de Princeton. Su obsesión con «los pueblos desfavorecidos del mundo» hace que, a pesar de su mediocre nivel económico, los multiculturales sean el grupo que más se percibe a sí mismo como «de clase privilegiada». Son el sueño del capitalismo globalista: pobres que se creen ricos, solamente por ser de raza blanca, con un gran sentido de la culpabilidad que les predispone a aceptar un futuro de no tener nada y ser feliz. Otro elemento ridículo es que, pese a ser el grupo que menos cree en las razas y más cree en el mestizaje, son el grupo más definido por su homogeneidad étnica: son los más europeos (el 98% tiene dos padres blancos). Seguramente harán lo posible porque ello no se repita en la próxima generación.

Pero la cosa no termina aquí: pese a ser el grupo más puramente autóctono, son el que más rechaza definirse como «francés», «español» o «italiano», identificándose en su lugar como «ciudadanos del mundo». Más: siendo el grupo que mejor valora las religiones y civilizaciones del mundo (por ejemplo, el islam), es el que menos valora su propia religión, con un 72% de no creyentes. Este grupo, que es prácticamente un chiste ambulante, sin embargo (según la empresa encuestadora) «forma la punta de lanza de la izquierda francesa» y es «el hogar de todas las principales ideologías de izquierda, desde el marxismo hasta las fracciones más activas de ecologistas, feministas y antirracistas». Son la carga de profundidad que hundirá a todas las izquierdas que bostezan.

Es verdad que, de palabra, son más críticos con el capitalismo y la globalización que los socialdemócratas o los progresistas, pero es un brindis al sol en castillos sobre el aire, puesto que es imposible que movilicen par su causa a un pueblo al que desprecian, ni que puedan implementar un programa social desde las instituciones de un país cuyas fronteras quieren disolver. Además, su supuesta radicalidad se viene abajo en cuanto se les plantean ciertos dilemas: no tienen claro si hay que señalar el machismo o el racismo de los inmigrantes de otras culturas, o imponerles criterios ecologistas a las economías de países no-europeos.

En Francia, el voto de los multiculturales por la Francia Insumisa de Mélenchon cayó bruscamente en las elecciones europeas de 2019, pasándose al ecologismo y a las ultra-izquierdas minoritarias. Ha sido el cambio más fuerte observado en el voto de cualquiera de los grupos aquí estudiados. En España, en 2019 casi la mitad votó a Unidas Podemos, menos de un tercio al PSOE-PSC y menos de un tercio a nacionalismos independentistas. Son la izquierda más favorable al independentismo, porque creen en la posible convivencia de turolenses con papú-neo-guineanos, pero no de aragoneses con catalanes. Se espera que ahora voten a Sumar y sean una parte protagonista en las nuevas políticas y teorías sobre racismo y diversidad.

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