Un pequeño detalle, casi imperceptible, ha resumido las primeras horas de la sesión de hoy del juicio del procés. Y ese detalle ha sido un gesto de Quim Torra, el presidente de la Generalitat, marcando distancias con el exconseller dimitido Santi Vila, que hoy ha declarado en el juicio del procés.
El escenario ha sido el pasillo del Tribunal Supremo donde autoridades, periodistas, familiares de los acusados y público esperan a que se retire el biombo aterciopelado que se despliega para que entren en la vista los procesados y poder acceder, después de ellos, al salón de plenos.
Torra avanzaba posiciones para colocarse en el inicio de la fila, ya que las autoridades entran en primer lugar, pero ha visto a Vila conversando con un pequeño grupo e inmediatamente, con un gesto que no dejaba duda alguna, se ha dado la vuelta.
Distancias de seguridad que todo el mundo independentista que acude estos días al juicio viene tomando con Vila, el exconseller de Empresa y Conocimiento que dimitió antes de la DUI y al que parece que algunos no le perdonan su «traición» a la causa.
No es raro ver a Vila, en libertad provisional, paseando solo en los recesos -incluso se acerca a la zona de los periodistas-, o hablando con muy poquitas personas, mientras que los otros dos procesados que también están en libertad -Carles Mundó y Meritxell Borràs- tienen mayor auditorio.
Bien porque algunos prefieren hacerle el vacío o bien porque, tal y como se ha definido, es un «animal poco gregario», lo cierto es que a Vila se le ve más solo que acompañado y apenas habla con sus compañeros de banquillo.
El exconseller se ha sentado hoy en el sillón de los llamados a declarar para entonar un lamento: el de su frustración, pero también para dejar claro que había actuado en consecuencia y para reprochar tanto al Gobierno central, dirigido entonces por Mariano Rajoy, como al Govern, liderado en esta etapa por el huido Carles Puigdemont, no haber sabido crear las condiciones adecuadas para negociar.
Y eso que, en su opinión, había vías de diálogo abiertas. Él lo sabía porque era el interlocutor con altos dirigentes del PSOE y del Gobierno de Rajoy y le constaba que en el Ejecutivo del PP había interés en que no se produjera un choque de trenes institucional, como ha declarado.
Pese a que confiaba en que el referéndum del 1-O no se celebraría, finalmente se llevó a cabo y pasó lo que pasó, «la herida que nos acompañará toda la vida». No pudo gestionar «emocionalmente» todo lo que fue sucediendo y un día antes de la aplicación en Cataluña del 155 dimitió.
Vila ha continuado el relato de su frustración. Porque él y otros «muchos» intentaron «tensar la cuerda» y buscar soluciones. «Es frustrante y doloroso. Lo lamento».
«Me duele profundamente esta situación», ha sido otra de sus frases en un interrogatorio al que ha respondido con convicción y donde ha atribuido parte de la culpa de esa situación a «gente interesada en cuanto peor, mejor» -que aún quedan, según ha dicho.
El exconseller ha sacado la bola mágica y ha augurado para los catalanes un tiempo en el que podrán votar su futuro. En una forma más acorde con la sociedad moderna y avanzada que es Cataluña.
Con la «sensación honesta» de haber sido útil al presidente del Govern, al Gobierno central y al conjunto de los catalanes, Vila ha aceptado la invitación del presidente del tribunal, Manuel Marchena, y se ha sentado junto a su abogado. Pero tras el receso, ha vuelto a las filas del banquillo de los acusados. Aunque le hablen poco.
Había expectación por su declaración, aunque no se esperaban sorpresas. Como también la hay por el testimonio de Jordi Sánchez, al que el fiscal Javier Zaragoza ha sometido antes del almuerzo a un interrogatorio centrado en el asedio a la consellería de Economía el 20 de septiembre de 2017.
De momento, ha contestado a preguntas del fiscal sobre ese día durante hora y media.
Y ha sido muy prolijo en detalles. Ha tenido casi 500 días en la cárcel para prepararlo y para leerse los tomos de la causa, en los que se vierten «acusaciones absolutamente falsas» para «un juicio político» a un «preso político», tal y como ha querido poner de manifiesto desde el principio.
Tan prolijo ha sido que ha dejado poco creíble su confesión de que tenía una «memoria limitada».
Pese a los intentos de Marchena de que no se polemice en los interrogatorios, el de Zaragoza a Sánchez se ha convertido por momentos en un debate que el presidente de la sala ha tenido que frenar, como también al abogado del procesado, Jordi Pina.
«Cuando yo esté en el uso de la palabra, usted no lo está», le ha reprendido Marchena, como también ha hecho al público, al que, al igual que ayer, ha amenazado con desalojar de la sala y le ha rogado que no se sumara, «ni con agrado ni con desagrado, a las preguntas o a las respuestas».
Marchena se ha curado en salud y para dejar todo bien atado después de la maratoniana sesión de ayer, ha dictado un auto que habilita las horas de la tarde que excedan de las 20.00 horas para celebrar sesiones. Es consciente de todo lo que queda por preguntar y por probar.