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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Multiculturalismo: Cuando la UE no había decidido autodestruirse

Multiculturalismo que es hoy doctrina de obligada profesión en la Europa comunitaria, pero no hace tanto las políticas que hoy son tachadas de racistas y xenófobas eran defendidas, al menos de palabra, por los principales líderes europeos.

La UE atraviesa el momento más delicado de su existencia. Las tensiones en el seno de la organización son cada vez mayores, fundamentalmente debido a la oposición de algunos estados, y de algunas fuerzas políticas cada día más poderosas, que se oponen al proyecto político en que la unión se ha convertido, desmintiendo su  origen como club económico.  

Hoy, el objetivo de la UE es la eliminación de los estados nación para la construcción de una unidad política continental en el marco de un mundo globalizado. Sin embargo, ese objetivo es contestado de forma creciente desde dentro de la unión. En estos momentos, su principal opositor se llama Viktor Orban.

Multiculturalismo obligatorio

La oposición del primer ministro húngaro se debe sobre todo a la política de “refugiados” –muchos de ellos simplemente desplazados o migrantes- de la UE. Y es que, en los últimos años, Bruselas ha impulsado una política de acogida que, de acuerdo a Orban, es suicida, al generar sociedades multiculturales en los países europeos.  

Multiculturalismo que es hoy doctrina de obligada profesión en la Europa comunitaria. Tanto, que la oposición de una fuerza política al proyecto multicultural la clasifica como “ultraderechista” –pecado sin remisión posible-, y a los ciudadanos que así opinen los margina socialmente sin el menor rebozo.
Lo más curioso del asunto es que estos opositores reivindican que, no hace tanto, la propia UE mantenía las políticas de las que ahora ellos son portavoces y por las que son execrados. Porque lo cierto es que, en esta materia, la Unión Europea ha girado notablemente en unos pocos años. Y las políticas que hoy son tachadas de racistas y xenófobas eran defendidas, al menos de palabra, por los principales líderes europeos.

Merkel contra el multiculturalismo

Para los grandes líderes europeos, el debate se abrió en Alemania cuando Thilo Sarrazin –socialista y miembro de la dirección del Deutsche Bundesbank- publicó un libro en 2010 denunciando la pérdida de identidad de Alemania, (“Alemania se niega a sí misma”), en el que afirmaba que los inmigrantes musulmanes rechazaban la integración mientras que su bajo nivel cultural hacía descender la inteligencia general del país. Los jóvenes musulmanes, afirmaba, eran agresivos debido a sus frustraciones sexuales, e iban a llenar las calles alemanas de violencia por esta razón.

La controversia creció cuando las encuestas mostraron que las opiniones de Sarrazin eran compartidas por una gran mayoría de ciudadanos.  

Unas pocas semanas después, en octubre de ese año, Angela Merkel admitía ante las juventudes de la CDU en Berlín que “el multiculturalismo ha fracasado por completo” e insistió en que Alemania había desarrollado hasta entonces una política equivocada al exigir muy poco a los extranjeros que se asentaban en Alemania.

Aún intentó calmar los ánimos añadiendo que “los alemanes deben acostumbrarse a que las mezquitas formen parte de su paisaje”, con lo que trataba de disipar la primera impresión causada por sus palabras sobre el multiculturalismo, pero la sensación que quedó fue la de que la canciller germana no era favorable a la entrada masiva de inmigrantes.

Las posteriores oleadas de desplazados procedentes de países musulmanes no dejarían lugar a la duda en cuanto al cambio operado por la líder europea. 

Y Nicolás Sarkozy

La llegada de Sarkozy a la presidencia de Francia fue sin duda acogida con enorme expectación. Traía un discurso fresco, novedoso y combativo que prometía dar un giro no solo a la política francesa, sino a la europea. 

Sarkozy afirmaba que habían sido las políticas progresistas las culpables de la deteriorada situación de su país, y que ya era hora de enfrentarlas sin complejos, algo difícil dada la hegemonía ideológica de izquierdas en la sociedad francesa y el peso de los intelectuales progres. Surgían, empero, algunas voces prestigiosas que impugnaban el ya ajado discurso sesentayochista, y su propia elección a la presidencia mostraba que algo estaba cambiando en Francia.

Sarkozy encarnaba, pues, la vertiente política de esa nueva valentía intelectual que asomaba. Además, su concepto de la “grandeur” le impulsaba a participar en todos los grandes debates que afectaban a la unión.

Y el de la inmigración y la identidad era uno de ellos, acaso el más perentorio. En febrero de 2011, Sarkozy hizo unas declaraciones en la TF1, la emisora de televisión de más audiencia en Francia, en las que aseguraba que el modelo multicultural “es un fracaso. La verdad es que en todas las democracias se está muy preocupado por la identidad de los que llegan y no por la del país que acoge”. 

Por si había alguna duda, fue al núcleo de la cuestión: «No queremos una sociedad en la cual las comunidades coexistan unas al lado de otras. Si uno viene a Francia, se acepta fundirse en una sola comunidad, la comunidad nacional. Si no se acepta eso, no se viene a Francia».

Ya lo había dicho Cameron

La pregunta que se le hizo en TF1 a Sarkozy vino al caso de unas declaraciones del primer ministro David Cameron en las que aseguraba que habían sido las políticas acomplejadas las que habían radicalizado a los jóvenes musulmanes, porque ”bajo la doctrina del multiculturalismo del Estado, hemos alentado a las diferentes culturas a vivir de forma separada, separados unos de otros y de la cultura dominante”.

“Es hora de dar la vuelta a las políticas erróneas del pasado«, dijo el premier, «así que primero, en lugar de ignorar la ideología extremista, nosotros, como gobiernos y sociedades, debemos encararlo, en todas sus formas». Continuó en un tono de autocrítica añadiendo que debemos «despertar ante lo que está ocurriendo en nuestros países”.

De modo un tanto confuso, Cameron extendió la autocrítica hasta asegurar que la sociedad europea no parece lo suficientemente atractiva como para impulsar la integración de los musulmanes de un modo efectivo, de forma que muchos de ellos “se sienten desarraigados”; sin embargo, Cameron no proponía una transformación de las sociedades europeas, sino más bien la reafirmación de los valores propios de la sociedad británica, en su caso:

“Un país genuinamente liberal hace mucho más. Cree en ciertos valores y los promueve de manera activa”. 

Lo que va de ayer a hoy

Las declaraciones que hoy realiza Viktor Orban, y que le valen la censura de los actuales dirigentes de la UE, son muy semejantes a las que tanto Merkel como Sarkozy o Cameron efectuaban hace poco más de un lustro. 

El discurso de partidos como el Frente Nacional o Alternativa por Alemania, por no hablar del UKIP o del Partido por la Libertad holandés o el austriaco, no es sustancialmente más radical que lo que aquellos dirigentes defendieron en algún momento.  

Algo, sin embargo, ha sucedido desde entonces que ha supuesto un cambio profundo en la forma en que la UE enfoca la cuestión de la inmigración, y que ha dispuesto a la Unión Europea al servicio del globalismo más descarado. 

Algo que ha llevado a algunos de los estados miembros a preferir la salida de la unión antes que aceptar sus políticas migratorias. Unas políticas que, no hace tanto, la propia unión rechazaba por suicidas. 

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