Visegrado ha ganado este asalto: no habrĆ”, por el momento, cuotas de inmigrantes -perdón: ‘refugiados’- que los Estados comunitarios tengan que aceptar sĆ o sĆ dentro de sus fronteras. Por ahora.
Pero el combate estĆ” lejos de haber acabado, y la ventaja la siguen teniendo los inmigracionistas irrestrictos.
Mientras, de cara a las elecciones catalanas del próximo dĆa 21, los partidos parecen dividirse en un bloque que ve un radiante futuro en la RepĆŗblica Catalana y otro que pone sus ilusiones en disolver la soberanĆa espaƱola en unos -Rivera ‘dixit’- ‘Estados Unidos de Europa’, el segundo parece tan indefinido y de ensoƱación como el primero, porque ‘Europa’ aĆŗn no ha decidido cuĆ”l serĆ” su destino.
Hay dos proyectos para la Unión Europa. Por un lado estĆ” el minoritario, representado por paĆses con menos fuerza y antigüedad en el club, que quieren que la UE siga siendo -Āævuelva a ser?- lo que se firmó en su dĆa: un club esencialmente comercial de Estados independientes, sin injerencias en cuestiones de soberanĆa nacional.
AquĆ estarĆan los paĆses del Grupo de Visegrado -Polonia, HumgrĆa, Chequia y Eslovaquia-, que acaban de ganar un importante valedor en el nuevo gobierno austriaco de Sebastian Kurz, y quizĆ” el resto de paĆses del Este.
El otro proyecto es el de un nuevo paĆs vagamente federal, con su EjĆ©rcito y su Hacienda comunes, que acabe con las veleidades soberanistas de sus miembros. Este es el defendido por la actual Comisión y, sobre todo, por los Estados de mĆ”s peso, como Francia y Alemania.
Y el mejor modo que parecen haber encontrado estos Ćŗltimos para difuminar diferencias nacionales y cercenar sus raĆces no es otro que inundar el continente con riadas de inmigrantes procedentes de culturas distintas y distantes, especialmente los llegados del Norte de Ćfrica y Oriente Medio.
La inmigración masiva es la nueva normalidad. Lo ha expresado con meridiana claridad en Politico (una pieza titulada ‘Los inmigrantes de Europa han venido para quedarse’, por si quedaba alguna duda) el comisario europeo para la Inmigración, Dimitris Avramopoulos.
La alta movilidad humana es un rasgo irrefrenable de nuestra era y Bruselas estĆ” comprometida con la inmigración masiva Ā«a largo plazoĀ». Y no, no hay que hacerse ilusiones de que los que llegaron como ‘refugiados’ se ajusten a su papel tradicional y regresen a sus paĆses cuando las condiciones lo permitan: no son esos en absoluto los planes que la UE tiene para ellos. No, la idea es hacer de ellos ‘los nuevos europeos’, sin molestas raĆces culturales en el continente.
Ā«Han encontrado seguridad en Europa, pero tambiĆ©n tenemos que asegurarnos de que encuentran un hogarĀ», dice Avramopoulos. A los europeos habrĆ” que convencernos como sea de que la inmigración masiva no es Ā«solo un imperativo moralĀ», sino tambiĆ©n Ā«un imperativo económico y social para nuestro envejecido continente, y uno de los mayores retos para el futuro inmediatoĀ». Para lograrlo, la Comisión trabaja en Ā«mejorar los canales jurĆdicos que faciliten la inmigración económicaĀ».
No es que Avramopoulos estĆ© diciendo nada nuevo. A finales del mes pasado, el propio presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, declaraba a Deutsche Well que Ā«si no ofrecemos vĆas legales para emigrar a Europa, y para migrar dentro de Europa, estamos perdidosĀ».
Si no pueden entrar por la puerta, lo harĆ”n por la ventana, aƱadió. AdemĆ”s, el continente Ā«necesitarĆ” claramente inmigración en las próximas dĆ©cadasĀ», asĆ que los paĆses de la UE Ā«tienen que proporcionar a los africanos que quieran y puedan venir vĆas legales para llegar a EuropaĀ».
No podrĆa expresar mejor lo que constituye la pesadilla de los paĆses de Visegrado y sus aliados. Y, para ser sinceros, de una proporción siempre creciente de europeos en todos los paĆses cuya experiencia de primera mano con la inmigración masiva dista mucho de ser el encuentro idĆlico y mutuamente beneficioso que les prometĆan sus polĆticos.
Y no es, insisten los de Visegrado, que ellos quieran escaquearse del coste. De hecho los cuatro han accedido a facilitar el dinero necesario para proteger las fronteras externas de la Unión Europa, anunciaron la semana pasada.
Porque lo que Juncker ver rosa, los europeos del Este lo ven negro hormiga. Lo dijo a principios de octubre el presidente polaco, Adrzej Duda: «Obligar a las naciones a aceptar inmigrantes supondrÔ el fin de la UE».
No hay compromiso posible entre las dos visiones del futuro europeo: serĆ” un club fundamentalmente económico que respete la soberanĆa de sus miembros, serĆ” un megaestado en el que las diferencias nacionales queden anegadas bajo una avalancha de reciĆ©n llegados de Ćfrica… O, probablemente, dejarĆ” de ser.
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