Llevamos días contando la saga, un tanto ridícula, de los documentos secretos que le están saliendo al presidente Biden por todas partes, desde un armario en un «think tank» al garaje donde guarda su Corvette, justo a tiempo para no arruinar del todo las posibilidades de los demócratas en las elecciones de medio mandato. Y contábamos cómo es infinitesimalmente improbable que un FBI que convenció a los medios y las redes sociales de que la información contenida en el portátil de Hunter Biden era «desinformación rusa» para mejor servir a los demócratas dé por bueno este baile de documentos confidenciales.
La única explicación plausible es que los días de Biden están contados y que el régimen no quiere que se presente a la reelección. Ya está, ya ha cumplido su misión y ahora se ha convertido en un peso muerto para la maquinaria demócrata. Su historial es deplorable y sólo pensar en un debate electoral en 2024 pone los pelos de punta al demócrata más bragado.
Pero la pregunta que se impone inmediatamente es: si no se va a presentar el anciano Joe, entonces, ¿quién? ¿A quién tienen preparado para las presidenciales de 2023?
¿Kamala Harris? La vicepresidente es la sustituta obvia. Es la que por ley accedería a la presidencia de forma automática si Biden «tuviera un accidente». Pero Harris, una de las candidatas más odiadas de la escudería demócrata por el propio electorado del partido (en las primarias tuvo que retirarse enseguida, tal era el ridículo que estaba haciendo), no ha mejorado con los años y el poder, más bien al contrario. Sus declaraciones públicas parecen competir con las de su jefe en punto de incoherencia y, después de que Biden tuviera la humorada de dejar en sus manos el problema de la inmigración ilegal, el absoluto fracaso la ha dejado a la altura del betún.
Habría que preguntarse quién está detrás de la habilísima trampa en la que ha caído Biden. Que Biden, responsable del desastre de Afganistán, de la crisis energética y alimentaria, de llevar al mundo al borde de una guerra nuclear y de la invasión de la frontera sur, vaya a caer por un demencial ley de secretos oficiales que no se ha usado hasta hacerlo contra Trump viene a ser como llevar a la cárcel a Al Capone por defraudar a Hacienda. Y con la ventaja de no arrastrar a ningún otro capitoste de la Administración en el proceso.
Todo apunta al idolatrado expresidente Obama. Él sigue gobernando entre bambalinas. Biden puede presumir todo lo que quiera de haber sido el presidente más votado de la historia, pero todos hemos podido ver en vídeo cómo, cuando están juntos él y Obama, la gente pasa del presidente como si fuera un mueble viejo y centra toda su atención en el carismático expresidente.
Pero no se está preparando el escenario para la vuelta de Barack Obama, entre otras cosas porque no sería legal. No directamente. Barack entraría de nuevo en la Casa Blanca de la mano de su mujer, Michelle.
Es un plan sin fisuras. Michelle figuraría en los mítines y sería la presidente «de jure», pero no engañarían a nadie: se trataría de conseguir dos mandatos más para Barack Obama. Oh, y eso sin contar con el incentivo de romper un nuevo «récord»: después de que Obama fuera el primer presidente negro de Estados Unidos, Michelle sería la primera mujer. Y todo queda en casa.
No es la primera vez que se intenta esta jugada. Es lo que hizo Clinton con Hillary, con todo el viento a favor. Y lo hubiera conseguido si la exsecretaria de Estado no hubiera despreciado abiertamente las posibilidades de su rival.
El nuevo Partido Demócrata tiene un plan, pero necesita tiempo para aplicarlo. Es, como puede notar cualquier observador desapasionado, el de convertir Estados Unidos en una utopía totalitaria, socialista y al servicio del globalismo internacional. Mientras, tendrían tiempo sobrado para deshacerse del incómodo Trump «por lo civil o lo militar».