Ya es oficial, ya ha hecho los papeles y desde su casa de Mar-a-Lago en Florida da la buena nueva al país. «Anuncio mi candidatura a presidente de los Estados Unidos». «El regreso de Estados Unidos comienza ahora mismo», dijo Trump, afirmando que «su país está siendo destruido ante sus ojos».
Según las encuestas, se convertirá inmediatamente en el favorito para la nominación republicana a pesar de la falta de una «ola roja» la semana pasada durante las elecciones de mitad de período, después de las cuales los demócratas ocuparon el Senado y perdieron la Cámara por un número mucho menor de lo anticipado.
El trumpismo surgió como un movimiento tan esperado y popular que sorprendió a los comentaristas de este mundo, seguro de sus principios inevitablemente progresistas y del «lado correcto de la Historia».
El trumpismo, en fin, ha arramblado en Estados Unidos con la vieja derechita americana, tan parecida a la europea, que se resignaba a administrar las ideas que le servía la izquierda. Y algo tan fuerte solo puede destruirlo una persona: Donald Trump. Y algunos piensan que eso es lo que está haciendo ahora mismo.
Solo dos días, dos, antes de la gran batalla de las elecciones de medio mandato, Trump tuvo la humorada de lanzar un venenoso ataque contra el gobernador de Florida, el republicano Ron DeSantis. Y dio la casualidad de que DeSantis fue el único candidato republicano que cumplió los alegres vaticinios de una «ola republicana», convirtiendo un estado tradicionalmente demócrata, cuanto menos «variable», en sólidamente conservador, con una victoria aplastante.
Pero a Trump no le valió su burla preelectoral contra DeSantis, sino que la amplió tras la victoria del gobernador, llamándole mediocre y recordándole que no hubiera llegado a nada sin su respaldo. Y, ya que estaba, arremetió contra el gobernador de Virginia, que había conseguido en una elección previa el cargo como republicano en otro feudo demócrata.
Trump quería, dicen fuentes cercanas al expresidente, anunciar su voluntad de aspirar a la candidatura republicana a las presidenciales de 2024 antes de las «midterms», pero sus allegados le disuadieron.
Hizo bien en esperar, y quizá haría bien en reconsiderar sus opciones. Porque su «dedo de oro» no ha funcionado, no del todo. Quiso que estas elecciones pasadas fueran la prueba de su poder, que triunfaran los candidatos republicanos que él mismo había ungido y fracasaran los que habían ignorado su respaldo. Y no fue así. En medio de la decepción de una «ola republicana» convertida en insignificantes tablas, los candidatos de Trump no lo hicieron especialmente bien, ni a los que ignoraron a Trump les fue especialmente mal. Entre los primeros, un caso en punta es el del Dr. Oz, de Pensilvania, que perdió frente a un Fetterman con graves problemas cognitivos, todo un bochorno. Entre los segundos, el caso de DeSantis que, si bien aupado por Trump en su primer mandato, sus éxitos de gobierno amenazan con eclipsar los de su mentor. Y solo puede quedar uno.
Esto no hará más que agravarse. Trump va a la guerra, y los observadores ya advierten que los que traten de enfrentarse a él por la nominación republicana pueden esperar ataques despiadados.
Que Trump domina el partido es cosa sabida, aunque sus enemigos, agrupados en torno al líder de la minoría Mitch McConnell, no se lo van a poner fácil. Y la guerra promete ser tan «sangrienta» que podría dejar el partido hecho unos zorros, en lugar de tomar el camino fácil frente a un debilísimo Biden.
Este pasado domingo, Lara Trump advirtió al gobernador de Florida, Ron DeSantis, que no se enfrente a su suegro, el expresidente Donald Trump, en las primarias presidenciales republicanas de 2024. «Creo que es un tipo lo bastante listo como para saber lo bueno que es contar con el apoyo del movimiento MAGA, ‘Estados Unidos primero’, como quieras llamarlo, totalmente detrás de él en 2028”, declaró la nuera del expresidente a Sky News Australia, prometiendo unas primarias a cara de perro.
Trump va a por todas, y no le va a importar lo más mínimo llevarse por delante a quienquiera que trate de disputarle el trono. Y ese el punto débil de Trump: que ha creído que las masas aceptaron entusiastas el mensaje MAGA -«construyamos el muro», «drenemos la ciénaga»- porque le adoran, cuando en realidad le adoran porque presentó el mensaje que llevaban décadas esperando.
Porque Trump, aunque sus logros le hacen merecedor de un lugar entre los mejores presidentes de la historia de Estados Unidos, no hizo lo que prometió. Lejos de drenar la ciénaga, escogió desde el primer día un montón de criaturas del pantano que tuvieron el acierto de adularle para formar sus equipos de gobierno. Y en cuanto al muro, nunca se levantó.
DeSantis, por el contrario, quizá no llene nunca estadios con fans enfervorizados, pero en cambio puede presumir de haber cumplido lo que prometió y un poco más.