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la policía soviética de la checa copió los métodos del Ojrana zarista

Breve cronología de Lenin, un siglo después de su muerte

Vladimir Lenin murió el 21 de enero de 1924 a la edad de 53 años en su residencia de Gorki en la región de Moscú, sin instrucciones escritas sobre el método y el lugar de su entierro. A los pocos días de su fallecimiento, y vista la voluntad popular, los dirigentes soviéticos comenzaron los planes para embalsamar el cadáver de Lenin a largo plazo. Y hoy su cuerpo yace en un mausoleo que desde 1990 es reconocido como patrimonio mundial de la UNESCO. A Lenin lo visitan aproximadamente 450.000 personas cada año, según estimó en 2017 el propio comandante del Kremlin, Sergey Khlebnikov.

Nunca antes un asesino había sido tan celebrado, claro. Cien años después de su muerte, un siglo tras la revolución comunista, Lenin continúa enterrado entre mirras y ungüentos en la famosa Plaza Roja de Moscú. Cien años han sido pocos para destruir el falso relato ruso, que pretende hacernos creer que Lenin fue sencillamente un joven intelectual, estratega ávido, que revolucionó el modo de pensar hegemónico. Cien años que, en efecto, se nos han hecho cortos.

Poco después de la Revolución de Octubre de 1917, Rusia se sumió en una guerra civil. Y Lenin, instigador de conflicto, lideró a los bolcheviques en la contienda nacional hasta llevarlos, irremediablemente, a una espiral de violencia. El teórico abandonó los libros durante algún periodo para empuñar un arma. Pero pronto descubrió su mejor receta: poner al servicio del arma su inteligencia. Empuñar la violencia al tiempo que reflexionaba. Conjugó así violencia y maldad, porque los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz.

Su genialidad lo llevó a crear la Checa. Pese a enmendar a la totalidad el zarismo y toda forma de dominación imperial, Lenin pronto se convirtió en alumno aventajado de todo aquello cuanto decía odiar. Así, su policía soviética no tardó en suceder a la antigua Ojrana zarista, llegando incluso a emular las estructuras y formas de poder internas. El nuevo Estado socialista bien lo merecía, y la represión y ejecución de disidentes de convirtió en el pan de cada día.

Peor aún que su propio delirio fue el proceso de psicosis colectiva que afloró en el país. A través del eficacísimo método de las delaciones, de la inquina y la envidia, Lenin plantó la semilla de lo que años más tarde se convertiría en un Estado controlado por un partido, y en un partido controlado por una suerte de dictadorzuelo comunista. Atrás quedaron sus sombreros coloridos y extravagantes de Ginebra, y atrás también han quedado sus años de miseria ideológica.

El mundo, pese a todo, sigue teniendo leninistas, «en-pleno-siglo-XXI». En Rusia, China, Vietnam, Cuba, Nepal, Venezuela y hasta en el Gobierno de España, cientos de miles de personas se siguen declarando leninistas. Y aún peor, siguen pretendiendo ser coherentes. Si el leninista es alguien que ha leído a Lenin, el antileninista hoy se vuelve más importante aún: es aquel que no sólo lo ha leído, sino que, sobre todo, lo ha entendido.

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