La degradación de la calificación crediticia de la capital belga por parte de la agencia estadounidense Standard & Poor’s ha desatado una oleada de preocupación entre asociaciones vecinales, que denuncian el colapso de la seguridad y el abandono institucional. Exigen al Gobierno federal una intervención urgente ante una situación que califican de «insostenible».
La pasada semana, S&P rebajó la nota de Bruselas de A+ a A, acompañada de una «perspectiva negativa». Esto implica que el acceso a la financiación será más difícil y costoso para la región. Para los más de 40 comités vecinales la consecuencia será directa: nuevos impuestos, recortes en servicios esenciales y más presión sobre los ciudadanos.
Bruselas se enfrenta desde hace años a un deterioro constante de sus condiciones sociales y de seguridad, hasta convertirse en paradigma del fracaso del modelo multicultural impuesto desde las élites europeas. Más de 100.000 personas —entre inmigrantes ilegales y sin techo— viven en sus calles. La vivienda pública está completamente saturada, el desempleo crónico afecta a zonas enteras de la ciudad, y las guerras territoriales entre bandas de narcotráfico se intensifican sin control. A ello se suma un agujero presupuestario que, según las previsiones, podría alcanzar los 1.590 millones de euros a finales de 2025.
La ministra de Asilo e Inigración, Anneleen van Bossuyt, ha reducido la oferta de alojamiento para inmigrantes. Los comités vecinales denuncian que esta medida no será suficiente porque soportan una «carga desproporcionada» en materia de inmigración debido unas políticas han permitido la entrada masiva sin control ni integración. Ante esta realidad, los vecinos reclaman un plan de seguridad nacional que incluya también a otras ciudades belgas golpeadas por el crimen y la degradación, como Amberes, Charleroi, Lieja.
El corazón de la maquinaria política de la Unión Europea vive ahora las consecuencias de sus propias decisiones sobre inmigración, seguridad o política fiscal, y revela con crudeza las consecuencias de un modelo fracasado, alimentado durante años por el progresismo globalista. Frente a ese modelo, crece la exigencia de orden, soberanía y responsabilidad. En Bruselas, como en tantas otras ciudades europeas, el grito de los vecinos comienza a abrirse paso.