En las últimas dos décadas, Bélgica ha experimentado una transformación demográfica sin precedentes, marcada por un aumento significativo de la población de origen extranjero. Según datos recientes de Statbel, la oficina nacional de estadísticas, el 36% de los habitantes del país son de origen extranjero en 2024, un incremento de 15 puntos porcentuales desde 2004, cuando esta cifra era del 21%. En la región de Bruselas-Capital, este porcentaje alcanza un alarmante 78%, lo que significa que solo el 22% de los residentes son belgas sin ascendencia extranjera. Estas cifras, lejos de ser meras estadísticas, plantean preguntas profundas sobre la identidad nacional, la cohesión social y los riesgos de una inmigración descontrolada que podría derivar en una sustitución demográfica.
El crecimiento de la población de origen extranjero en Bélgica no es un fenómeno aislado, sino el resultado de políticas migratorias, flujos migratorios sostenidos y tasas de natalidad diferenciales. En 2004, el 79,9% de la población era belga de origen belga, pero para 2024 esta proporción se redujo al 64,8%. La población belga con antecedentes extranjeros ha crecido del 11,8% al 21,6%, y los no belgas representan ahora el 13,7% del total. En Bruselas, la situación es aún más extrema: el 61,3% de los habitantes de origen extranjero provienen de países fuera de la UE.
Este cambio demográfico se ve amplificado por la inmigración impulsada desde países no europeos como Marruecos, Turquía, India y Afganistán. La naturalización también ha jugado un papel crucial: en 2022, 48.482 inmigrantes adquirieron la nacionalidad belga, con Marruecos como el principal país de origen. Este proceso, que incluye a más de 1,3 millones de personas desde la relajación de las leyes de nacionalidad, ha transformado la definición de lo que significa ser «belga».
Cabe señalar que la inmigración ilegal y descontrolada plantea serios riesgos para la estabilidad social y económica de Bélgica. La inmigración descontrolada, especialmente de países con valores culturales y sociales marcadamente diferentes, lleva años dificultando la integración y fragmentando la sociedad belga. En Bruselas, donde el 88% de los menores de 20 años son de origen extranjero, según algunas estimaciones, la población nativa se está convirtiendo en una minoría en su propia capital. Esta sustitución demográfica, ya no es una teoría conspirativa, sino una realidad estadística en Bélgica que está derivando en numerosos conflictos en ciudades como Bruselas.
La identidad belga, forjada a lo largo de siglos de historia, está intrínsecamente ligada a sus lenguas (neerlandés, francés y alemán), su cultura judeocristiana y sus tradiciones democráticas. Sin embargo, el rápido cambio demográfico, especialmente en áreas urbanas como Bruselas, Amberes y Lieja está alterando este tejido social. En Amberes, el 38% de la población es de origen extranjero, mientras que en Lieja el 20% nació fuera de la UE. La alta tasa de natalidad entre las comunidades de origen no europeo, combinada con la baja natalidad de los belgas nativos (1,71 hijos por mujer en 2021, por debajo del nivel de reemplazo de 2,1), está acelerando exponencialmente esta transformación demográfica que se impondrá en las próximas décadas.
La integración, un pilar clave para cualquier sociedad, enfrenta obstáculos significativos. En Flandes, sólo el 11% de la población es no belga, pero la percepción de que los inmigrantes, especialmente los no europeos, no se integran completamente persiste.