Merkel y Macron se han encargado de consensuar un borrador de reforma de la Unión Europea.
Europa está partida por el eje. Nos referimos, naturalmente, al eje franco-alemán, la acción coordinada de dos Estados tan poderosos dentro de la Unión Europea que están acostumbrados a imponer su voluntad sobre el resto sin demasiados problemas.
Así debía ser de nuevo esta vez, en la minicumbre sobre inmigración. Merkel y Macron se han encargado de consensuar un borrador de reforma de la Unión Europea, y la idea era pasarlo a los demás para su firma. Puro trámite. Luego ya se irían perfilando los detalles del plan, previsto para que se aplique en 2021, cuyo objetivo es avanzar hacia «una más perfecta unión».
A Macron se le ha debido subir la ‘grandeur’ a la cabeza o no se ha parado a mirar a su alrededor y comprobar que los ánimos en el club europeo están muy distintos a hace solo unos años.
Su gozo en un pozo: doce son los gobiernos comunitarios rebeldes que cuestionan la necesidad de una fiscalidad común, eje del plan de Macron para unificar la eurozona.
Se contaba con la oposición del Grupo de Visegrado, el club de cuatro países comunitarios del Este de Europa -Polonia, Hungría, Chequia y Eslovaquia- que llevan ya algún tiempo presionando para que la Unión Europea vuelva a ser lo que solía, es decir, una alianza esencialmente económica de Estados soberanos. Su principal punto de fricción es la inmigración, sobre la que se han negado resueltamente a aceptar la cuota de ‘refugiados’ que, según Bruselas, les ‘corresponde’. Más aún, Hungría acaba de convertir en delito asistir a inmigrantes que entren ilegalmente en el país, la conocida como Ley StopSoros.
Tampoco se puede esperar mucha colaboración en ningún esfuerzo por convertir a la UE en un megaestado por parte de Italia, que recientemente ha votado a dos partidos a los que solo les une la voluntad de recuperar soberanía. Ni de Austria, cada vez más cercana a sus antiguas ‘posesiones imperiales’ en este asunto.
Pero es que ni siquiera Holanda o Finlandia pasan por el aro.
El plan Merkel-Macron es, a la vista de la crisis de crecimiento de la Unión Europea, adoptar medidas institucionales que hagan más difícil e improbable cualquier ruptura y acerquen a la ‘federalización’ final del continente.
Pero ni uno ni otro político están en sus mejores horas. La continuidad de Merkel al frente del ejecutivo alemán pende de un hilo, del últimatum de su ministro del Interior, Horst Seehofer, de la CSU, para que le permita restringir radicalmente la entrada de inmigrantes. Y el propio Macron -«no me llames Manu»- ha visto caer su popularidad al 40% en Francia.
La resistencia a la cohesión fiscal no es, en la mayoría de los casos, otra cosa que mirar cada cual para sus propios intereses. Los países más saneados no quieren que sus contribuyentes tengan que pagar los excesos o mala gestión de los Estados que aún no han salido de la crosos.
Según informa el diario británico Financial Times, el ministro de Finanzas holandés, Wopke Wopke Hoekstra, ha escrito al presidente del eurogrupo, Mário Centeno, para advertir sobre la renuencia varios países a aceptar el plan de fiscalidad común. La carta representa no solo a Holanda, sino también a Bélgica, Luxemburgo, Austria, Suecia, Dinamarca, Finlandia, Letonia, Lituania, Estonia, Irlanda y Malta.