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Frente al moderado Stefano Bonaccini

El triunfo de la radical Schlein amenaza con dinamitar la izquierda italiana

Elly Schlein, nueva líder del Partido Democrático de Italia. Europa Press

El moderado Stefano Bonaccini fue derrotado el pasado domingo en las elecciones primarias abiertas del Partido Democrático de Italia por la candidata radical Elly Schlein, primera mujer, primera persona de la comunidad LGTB y persona más joven en ocupar este cargo en la formación.

Tras casi tres años al frente de la secretaria general, el pisano Enrico Letta, quien fue presidente del Consejo de Ministros de la República entre 2013 y 2014, será sucedido por Elly Schlein, que se ha convertido en la primera mujer al frente del partido. Letta anunció su dimisión en octubre de 2022 en respuesta a los desastrosos resultados que obtuvo su formación en las elecciones generales del 25 de septiembre, que catapultaron a Giorgia Meloni. La coalición de centroizquierda perdió el 13% de sus apoyos respecto a los anteriores comicios, perdiendo 51 diputados y 16 senadores. Tras la debacle electoral, Letta culpó en parte a la participación en el Gobierno de concentración, anunció su marcha y puso en marcha la sucesión a través de un proceso constituyente.

Las primarias pasaron por una primera fase, a comienzos de febrero, en la que sólo votaron los afiliados al partido y los votantes inscritos en el proceso constituyente antes del 31 de enero.

Los dos candidatos finalistas eran Stefano Bonaccini, presidente de Emilia-Romaña desde 2014, de 56 años, orígenes humildes, casado, con dos hijas y de tendencia moderada, señalado como favorito al haber logrado el 54% de los votos en la primera fase; y Elly Schlein, conocida como «la Alexandria Ocasio-Cortez italiana» por sus propuestas de ecologismo, feminismo y justicia social, quien obtuvo un 33% de los apoyos.

Sin embargo, frente a lo esperado, en la segunda fase de votación del 26 de febrero –abierta a simpatizantes del partido–, finalmente Schlein se impuso con el 53,8% de los apoyos en una jornada marcada por una enorme participación, con más de un millón de votos contabilizados. 

Schlein, de 38 años y nacida en Suiza hija de inmigrantes judíos en Estados Unidos, fue vicepresidente de Emilia-Romaña con Bonaccini y adquirió relevancia a raíz de sus polémicas posturas y sus contrarréplicas a Giorgia Meloni. «Soy mujer, amo a otra mujer y no soy madre; pero eso no quiere decir que sea menos». En la noche de su triunfo a la sucesión de Letta, esta fue su frase estrella, junto con una advertencia lanzada a la presidente del Consejo de Ministros: «Seremos un problema para el Gobierno de Giorgia Meloni». La romana contestó a la vencedora en su felicitación, trasladando sus esperanzas de que la joven mujer pueda «ayudar a la izquierda a mirar hacia delante y no hacia atrás».

Bonaccini, el sucesor esperado, obtuvo el 46,2% de los votos, aunque comenzó la jornada con previsiones triunfales debido a su victoria en la primera fase. Sin embargo, conforme avanzaban las horas, los votos en las grandes ciudades terminaron por inclinar la balanza de forma definitiva hacia su contrincante. En Milán, a pesar de que la diferencia total de votos fue de apenas una décima (41,3% para Schlein; 41,2% para Bonaccini), el reparto en el centro de la ciudad fue muy distinto: 43,6% para Schlein y 36,9% para Bonaccini. En Roma, la diferencia en el núcleo urbano también fue elevada: siete puntos porcentuales.

Y es que Schlein (53,7%) debe su victoria, en gran parte, a la alta movilización en las grandes urbes como Roma y Milán y, más concretamente, a lo que se conoce como «la variable ZTL» –siglas de Zonas de Tráfico Limitado, almendras centrales urbanas con tráfico restringido–: el gran conjunto sociodemográfico compuesto por votantes urbanos, altamente activos y movilizados, «más sensibles a los mensajes radicales y muy atentos a las batallas por los derechos civiles, al uso del asterisco para no revelar el género», como aseguraba una fuente del Partido Democrático. Lo dijo también, pocas horas después y en otras palabras, la propia ministra de Familia del Gobierno Meloni, quien aseguró que la victoria de Schlein sobre Bonaccini representa el paso en la izquierda como partido de clase de referencia a la radicalización y a «lo líquido» de los votantes urbanos, alejados de los problemas reales y de «los auténticos derechos».

La elección de Schlein ha supuesto, de hecho, un pequeño terremoto político en Italia cuyas consecuencias todavía no pueden ser conocidas. A pesar del buen perder de Bonaccini, quien aseguró que estaba «disponible para echar una mano», y de las buenas palabras de la que pronto será nueva secretaria general sobre un nuevo método «compartido y plural» para decidir cuestiones en el seno de la formación, muchos en el Partido Democrático no han visto con buenos ojos la victoria de la joven radical. Giuseppe ‘Beppe’ Fioroni, uno de los fundadores de esta formación política en 2007, aseguró que el partido es ahora «distante y distinto del que habíamos fundado», un movimiento que, asegura, «aglutinaba a personas de izquierda a centro, católicos, demócratas, populares y margaritas [socioliberales]». Fioroni se lamentó que aquel partido sea ahora «un partido de izquierda que no tiene nada que ver con nuestra historia, nuestros valores y nuestra tradición». Carlo Calenda –político de centroizquierda, europeísta y liberal–, miembro de Azione, aseguró que la victoria de Schlein demostraba que el Partido Democrático se ha convertido en una formación de «posiciones populistas radicales». Algunos alcaldes del Partido Democrático ya adelantaron que su continuidad en el partido dependerá del rumbo que tome Schlein. 

La izquierda italiana vive ahora un fenómeno político que en otros países europeos se dio hace casi una década. En España, la audaz promesa del sucesor político de los movimientos sociales del 15-M, Podemos, fue diluyéndose al tocar el partido el poder, participando en «la casta» denunciada, y entrar en una serie de conflictos internos que ha terminado por descomponer el partido en varios movimientos. También en Alemania, un claro ejemplo es Sahra Wagenknecht, de La Izquierda (Die Linke), quien denuncia desde hace ya tiempo la deriva de la izquierda y centroizquierda, lo que ella califica de «izquierda neoliberal»: la traición de los partidos de clase a los trabajadores con el fin de atender a las teorías de campus importadas desde Estados Unidos. En 2021, publicó un libro, Los santurrones (Die Selbsgerechten), en el que criticaba el abandono de los valores y las causas tradicionales de la izquierda en favor de las políticas de identidad del feminismo moderno, las minorías étnicas o los asuntos LGTB, y de los estilos de vida alternativos como el veganismo o el childfree: la decisión de no tener hijos para «disfrutar» de la vida.

Esta nueva izquierda nació para segmentar y gobernar mediante la búsqueda del detalle que diferencia a un ciudadano de otro. Al hallar –o crear– esa distinción explota el victimismo del descontento con el sistema para perpetuarse en el poder. Sin embargo, lo curioso del caso italiano es que ocurre cuando ya en otros países se ha tomado nota. Incluso en Italia políticos moderados del Partido Democrático han asegurado que «la atención espasmódica a los temas de las minorías del país lleva a la propia izquierda a ser minoría, porque es una estrategia política que no funciona». El mismo Salvini criticó las combativas formas de Schlein asegurando que «necesitamos una oposición decidida, pero no ideológica». Está por ver si el cambio de ruta de Schlein llega a materializarse y, si termina cuajando, qué harán los barones del Partido Democrático.

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