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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Europa: las cuestiones decisivas para entender el futuro del Viejo Continente

Los problemas de la Unión Europea no acabaron con el Brexit. El crecimiento del euroescepticismo y las victorias, políticas y dialécticas, de aquellos que cuestionan el funcionamiento de Bruselas hacen presagiar malos tiempos para los que no han querido escuchar las quejas de los Estados miembro ni hacer autocrítica.


 
La Unión Europea está siempre, por h o por b, en el centro del foco mediático. A pesar de que los intereses y principales objetivos de la institución pasan por construir una «Europa más fuerte, más unida y más eficaz», las disputas constantes entre Bruselas y algunos de los Estados-miembro así como los retos todavía sin afrontar han dejado en entredicho a la macroinstitución.
Una macroinstitución que atraviesa por una crisis (reconocida en su documento blanco) y que no termina de afrontar. Los únicos aires de renovación llegaron en junio cuando el conocido como ‘candidato de Bruselas’, Emmanuel Macron, consiguió llegar a la presidencia de Francia para intentar dar un respiro a la crisis de liderazgo.
Una victoria que, además,  supuso un cara a cara entre un candidato europeísta con una histórica de la derecha alternativa: la líder del Frente Nacional, Marine Le Pen.
Desde entonces, el presidente de Francia se ha mostrado dispuesto a sustituir a Angela Merkel como líder de Europa con un plan propio para avanzar en la integración y para construir una UE «soberana, unida y democrática». Sin embargo, los desafíos a los que se ha tenido que enfrentar Bruselas  han provocado que este intento por dar un paso más haya quedado reducido a cenizas.
A continuación, los hechos objetivos
 

  1. El euroescepticismo ha crecido, tal y como ha quedado demostrado en las elecciones

Holanda, Francia, Alemania, República Checa y Austria. Cuatro citas con las urnas en tan sólo un año y con un patrón en común: los partidos que defienden una reestructuración completa o incluso el fin de la macro-institución han conseguido resultados históricos y, en alguno de los casos, hasta llegar al poder.
El 15 de marzo, el líder del PVV, Geert Wilders conseguía la segunda posición en unos comicios muy ajustados en los Países Bajos. No consiguió ser el favorito con un discurso centrado en la «invasión del islam» y en la política migratoria pero sí dificultar hasta el extremo la gobernabilidad del país. El ganador de los comicios, Mark Rutte, se negaba en rotundo a pactar con el número dos de los comicios por lo que no consiguió hasta octubre formar gobierno, -la negociación más larga desde la II Guerra Mundial-.
La segunda cita electoral se produjo en Francia. Unos comicios que no sólo fueron importantes por el careo final entre el líder europeísta y Le Pen, sino por la caída de los conservadores y socialdemócratas. François Fillon sentía el azote de la ciudadanía a la corrupción después de que fuera imputado por un presunto caso de fraude laboral. Por su parte, la legislatura de François Hollande pasó factura a los socialistas y su candidato Benoît Hamon no sólo no consiguió entrar en la segunda vuelta sino que quedó en quinta posición con el peor resultado de su historia.
Esta tendencia también se hizo evidente en Alemania. En las elecciones de septiembre, el líder de este partido, Martin Schulz, no consiguió arrebatar la cancillería a Angela Merkel regalándole a su formación su peor resultado después de haber empezado su candidatura como presunto ganador de las elecciones. Pero la sorpresa para la UE no fue esa, precisamente.
La llegada de Alternativa por Alemania al Parlamento alemán como tercera fuerza y la crisis de gobernabilidad desatada después de que Merkel no consiguiera pactar con los liberales y con Los Verdes hicieron presagiar la repetición de las elecciones. No obstante, la líder conservadora ha apostado todo a una carta y espera volver a pactar con los socialdemócratas aunque sin formar un gobierno en coalición.
La cita electoral en la República Checa también se saldó con un balance positivo del partido euroescéptico por excelencia: Libertad y Democracia Directa. En una segunda posición, su líder, Tomio Okamura, apostaba por reunir a todos los partidos de la derecha alternativa en Praga para recuperar el ‘espíritu de Coblenza’, ciudad en la que mantuvieron un primer encuentro en enero y en la que ya acordaron que era necesario un nuevo modelo de Europa, una ‘unión de naciones’ que no se inmiscuyera en los asuntos que debían ser únicamente de índole nacional.
El crecimiento de esta derecha alternativa que no confía en Bruselas ha llegado a su máximo exponente tras las elecciones de Austria. Sebastian Kurz decidía contar con el FPÖ austríaco para formar un gobierno de coalición. Interior, Exteriores, Defensa, Infraestructuras… la derecha euroescéptica se hacía así con seis ministerios clave de los 14 existentes en Austria provocando un tremendo revuelo en Bruselas.
 

  1. Juncker hace autocrítica (o algo parecido)

En septiembre, el presidente del Parlamento Europeo, Jean-Claude Juncker, comparecía en Estrasburgo para hacer un repaso a la situación en el conocido debate sobre el Estado de la UE. Lo hacía después de que el documento blanco, -en el que el Parlamento dibuja los cinco escenarios de futuro posibles-,  reconociera que la macroinstitución estaba sufriendo una auténtica crisis de legitmidad. Sin embargo, en su intervención no existió ni un ápice de autocrítica.
Su mensaje estuvo basado en la idea de ‘más Europa’ pero, por decirlo de algún modo, no de una ‘mejor Europa’.  Sí insistió en la necesidad de trabajar unidos para implantar una agenda consensuada y sí reconoció que, con respecto al yihadismo, «no habíamos reaccionado todo lo rápido que deberíamos», pero, fuera de eso, ni un ‘mea culpa’ más.
Tampoco hizo mención a una de las cuestiones que más han preocupado a los ciudadanos durante el último año: la cuestión migratoria. Juncker resaltó la solidaridad de todos los Estados miembro y la remarcó que Europa había acogido tres veces más refugiados que Estados Unidos, Canada y Austria juntos.  Pero precisamente su sistema de cuotas para la acogida ha sido uno de los puntos más criticados por los países que integran la Unión Europea.
 

  1. El discurso del Grupo de Visegrado se impone en Europa

La política emprendida tras el ‘Welcome Refugees’ enunciado por Angela Merkel ha sido un rotundo fracaso en Europa. Así ha quedado evidenciado en la última cumbre europea del año en la que los países de Visegrado han demostrado que su discurso en contra de la política fronteriza tenía fundamento. Hasta el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk ha reconocido que este sistema de reubicación no ha funcionado porque ha sido «altamente divisivo e ineficaz».
Eso por no hablar de la canciller alemana, quien también ha reconocido finalmente que «la solidaridad no puede ser selectiva entre los socios». y que ha echado un paso atrás en el enfrentamiento dialéctico que siempre ha mantenido con los críticos de la iniciativa: Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia.
Estos países, integrados en la alianza de Visegrado, entienden que el sistema de reubicación planteado hasta ahora no abordaba las causas reales de la crisis por lo que abogan por centrarse en la ruta migratoria de los Balcanes occidentales, por estabilizar las relaciones entre la UE y África con una política de desarrollo así como por adoptar una resolución definitiva para paliar la situación que sufre Libia, entre otras propuestas.
Por el momento, ya han dado el primer paso y los Estados-miembro tienen hasta junio de 2018 para decidir cómo se ejecutará finalmente la reforma integral del sistema de asilo y de política migratoria.
 

  1. Austria hace temblar a Bruselas

Uno de los países que también se ha mostrado cercano a las tesis de Visegrado ha sido Austria. Sin embargo, este apoyo parcial a sus iniciativas promete en convertirse en total tras la entrada en el Gobierno del FPÖ austríaco, el partido de la alt-right que ha conseguido materializar las aspiraciones de las formaciones que cuestionan el modelo de Europa y los tratados de libre circulación, entre otras propuestas.
La coalición ha hecho temblar a Bruselas, tal y como quedó evidenciado en la reunión mantenida entre los dos altos cargos de la UE con Sebastian Kurz, el nuevo canciller conservador encargado de trazar el Gobierno de coalición con el que ha conseguido llegar al poder.
Sólo un día después de recibir el bastón de mando, Kurz se dirigió a Bruselas para calmar los ánimos y consiguió un voto de confianza después de prometer un programa considerado como proeuropeo. Una promesa un tanto ambiciosa ya que la labor de Exteriores precisamente ha recaído sobre el FPÓ.
 

  1. Polonia promete ser uno de los grandes retos para el 2018

El desafío que cierra la lista es el cisma surgido con Polonia,  la supuesta oveja negra de la Unión Europea. Su reforma del Poder Judicial ha provocado que la Comisión Europea aprete el ‘botón nuclear’ para acabar con la rebeldía del país.  De cumplirse la amenaza, el Estado miembro perdería el derecho a voto en las instituciones europeas.
¿El motivo? Bruselas considera que la reforma acabaría con la independencia judicial del país. Pero, ¿adivinan cuál ha sido el país que ha puesto el grito en el cielo y ha salido en defensa de Polonia aparte de sus colegas de Visegrado?  Reino Unido y su primer ministra, Theresa May.
Es más, la primera ministra incluso se ha trasladado a Varsovia para reunirse con el presidente polaco, quien asimismo aseguró que está “contento con las negociaciones del Brexit” y con la cooperación en materias de Defensa entre los dos países.
El principio y final del ciclo que rige la vida de la UE siempre es un ‘Exit’.

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