«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
No hay en Europa un país más dividido

Francia y la guerra civil: una posibilidad real que se prefirió ignorar  

Revueltas en Naterre, Francia. Europa Press

Los últimos disturbios en Francia parecen el primer capítulo de la próxima novela de Houellebecq. Una chispa prende en un suburbio cualquiera y está a punto de arrastrar al país a la guerra civil. No se trata de una exageración, hace tiempo que la realidad de nuestro vecino transpirenaico supera a la ficción.

Nahel, de 17 años y origen argelino, conduce sin carnet y se da a la fuga cuando un policía le pide que pare. El agente abre fuego y mata al joven, conocido de la policía por desobediencia. El autor del disparo acaba imputado por homicidio voluntario y en prisión preventiva. Hasta ahí los hechos.

Las consecuencias muy pronto adquieren forma de llamas. La banlieue de las grandes ciudades como París, Marsella, Lille y hasta Bruselas, de donde salieron varios de los terroristas que perpetraron el atentado de la sala Bataclan, es un hervidero de caos y violencia. La racaille saquea tiendas e incendia 500 edificios públicos, que no se libra ni la biblioteca más grande de Marsella. Así durante cuatro noches.

Nada de esto, como le ocurre a Sánchez, le quita el sueño ni las ganas de fiesta a Emmanuel Macron, que baila al ritmo de Elton John durante el concierto del miércoles en París. Nadie como el presidente francés representa mejor el espíritu europeo de nuestro tiempo. Ironías de la historia, Macron predijo durante el debate electoral de 2022 una guerra civil si ganaba Le Pen. 

Los vaticinios fallidos no mitigan, sin embargo, la ceguera general. Y no sólo en Francia. Esta semana Bruselas negociaba el pacto de asilo e inmigración al que Polonia y Hungría se oponen, entre otros motivos, por la obligatoriedad de asumir una cuota de inmigración bajo la amenaza de sanciones. Esta solidaridad impostada europea apenas camufla el verdadero rostro bruselense: la inmigración masiva es una pata intocable del sistema. 

Claro que hay quienes no se callan ante los graves problemas de cohesión social e identidad nacional que arrastra la fracturadísima sociedad francesa. En 2021 un grupo de militares en activo publicó una carta en la que advertían del riesgo de un estallido de una contienda civil: 

«Vemos la violencia en nuestras ciudades y pueblos. […] Vemos cómo el odio contra Francia y su historia se convierte en la norma. […]  Esta decadencia anuncia un caos y violencia que no vendrán de un pronunciamiento militar, sino de una insurrección civil. […] Si estalla una guerra civil el Ejército mantendrá el orden en su propio suelo. […] Nos hemos dejado la piel para destruir el islamismo al que ustedes hacen concesiones sobre nuestro territorio. […] Actúen, señoras y señores. No se trata de prolongar sus mandatos o de conquistar otros. Se trata de la supervivencia de nuestro país, de su país». 

Lo sucedido —una y otra vez— en Francia muestra las costuras del sistema y su pírrica narrativa oficial, que sostiene que la extrema derecha polariza mientras arde París y los informativos hablan de jóvenes que provocan incidentes, como si fueran estudiantes a los que se les ha ido la mano en la fiesta de fin de curso. 

La realidad es que no hay en Europa un país más enfrentado y dividido que Francia, gobernado por los entusiastas del globalismo y las fronteras abiertas. Si a cada atentado yihadista le sigue la habitual consigna del peligro de caer en la islamofobia, cuando muere alguien como Nahel y los suyos arrasan ciudades enteras, entonces se justifica como una reacción al racismo estructural. Es el mismo guión que impuso Black Lives Matter tras el homicidio de George Floyd.  

Y mientras miramos de reojo a Francia como si no pasara nada, sólo el 21% de los españoles está dispuesto a tomar las armas para defender a su país en caso de guerra. Al otro lado de la valla, en Marruecos, el porcentaje es del 94%. 

+ en
.
Fondo newsletter