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Se han convertido en banderas del consenso

Islam y feminismo: por qué dos fenómenos contradictorios son la vanguardia del sistema

Hombres y mujeres musulmanes separados en la celebración del final del Ramadán. Europa Press

Han dejado de sorprender –por su frecuencia– las piruetas que medios de comunicación y partidos hacen para armonizar el avance de dos fenómenos tan distintos entre sí como el islam y el feminismo. Incluso contradictorios, pero ambos son la vanguardia de un sistema que promociona la inmigración masiva de culturas patriarcales al tiempo que aprueba leyes discriminatorias en favor de la mujer, la lucha de sexos y el mundo LGTBI. 

Se trata de una empresa nada sencilla: meter en un mismo saco costumbres como que mujeres y hombres sean separados cuando rezan en las mezquitas con talleres para la deconstrucción de la masculinidad. Que un imán explique cómo pegar a la mujer sin dejar marcas, la imposición del burka, la ablación del clítoris o los matrimonios forzados vengan siempre acompañados del silencio del feminismo oficial debería hacernos sospechar. ¿No es raro que quienes envían a nuestros colegios a monitores para hablar de masturbación a menores de entre tres y 12 años luego miren hacia otro lado con el islam?

Este maridaje imposible, sin embargo, tiene una explicación. El sistema no cabalga contradicciones por gusto y, analizadas en frío, cobran mucho sentido. La pinza islam-LGTBI, a priori incompatible como el agua y el aceite, funciona como un reloj en su objetivo común de acabar con la Europa cristiana o lo que queda de ella. Occidente, o sea.

Claro que esta cuadratura del círculo la han asumido los medios de comunicación, correa de transmisión del poder, que colaboran activamente en la implantación de ambos fenómenos. Hace unos días lo volvimos a comprobar en Algeciras: después de cada atentado yihadista la prensa escurre el bulto hacia lugares tan inverosímiles como que el asesino padece problemas mentales o que revelar la religión del mismo genera islamofobia. 

Algunas televisiones, más atrevidas, incluso interrogan a sacerdotes acerca del peligro que sus feligreses podrían suponer hacia personas de distinto credo. Un total de cero ataques sustentan esta hipótesis, ¿pero acaso interesa la verdad a quien sólo pretende blindar el discurso oficial? Nuestras empoderadísimas referentes del feminismo mediático, como mercancía de temporada que son, lo mismo llaman a la movilización cada 8 de marzo que sacan las sales en favor de Mahoma. 

Que todo quepa en la misma pegatina sólo lo hace posible el progresismo liberal, marco de nuestra época, capaz de fundir a feminismo e islamismo en la punta de lanza globalista. Así, feminismo, LGTBI e islam se han convertido en banderas del consenso formado entre la izquierda posmoderna y el progresismo liberal. Poco importa que estos fenómenos colisionen a menudo. En ese caso las prioridades están muy claras: el inmigrante primero, aunque trate a mujeres y homosexuales a patadas. 

La nochevieja de 2015 en Colonia fue el campo de pruebas del experimento globalista. Aquella noche se saldó con casi un millar de denuncias por agresiones sexuales cometidas –en su inmensa mayoría– por refugiados sirios que Merkel metió en Alemania (hasta un millón) sin consultar a sus ciudadanos. La prensa y el Gobierno trataron de ocultar los hechos. En vano, la oleada de testimonios confirmó la magnitud de un escándalo que en otras circunstancias habría merecido la sororidad hacia las mujeres, mas no aquí, pues el agresor era en realidad la víctima por su condición de recién llegado procedente de una cultura diferente.

Cabe preguntarse, logrado el exterminio de la cultura cristiana europea, quién se impondría, si el islam o el actual desorden posmoderno. La respuesta parece fácil por dos motivos. El primero es que algo tan disparatado como la ideología de género jamás podrá triunfar, pues la naturaleza siempre se revuelve contra quien la niega. La mejor refutación contra la ingeniería social es que necesita del BOE para imponerse, y nada de eso ocurre con entidades prepolíticas como la familia. Qué decir de la mayor de las realidades: la biología. 

En segundo lugar, no cuesta ningún trabajo imaginar al islam devorando a quienes hoy les abren las puertas de Europa. Sería pura justicia poética verles correr en busca de alguna iglesia para refugiarse. Eso, claro, en caso de que aún quedase alguna en pie.

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