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Utilizan a la mujer y al homosexual como palanca revolucionaria

Éxtasis del periodismo progre: canonización de una secuestradora y aplauso al fin de la presunción de inocencia masculina

Manifestación feminista. Europa Press

Disculpen el pleonasmo: periodismo progre. Pero se está poniendo cada vez más complicado encontrar a periodistas que tengan el valor de escribir y hablar en libertad, lejos del consenso y los dogmas que debe acatar, con más o menos entusiasmo, para entrar en la rueda de las tertulias y las pandillas distribuidas en los medios ultrasubvencionados por el Gobierno.

A menudo los partidos -no todos, salta a la vista- reparten a sus plumillas de confianza entre las diferentes cadenas para que defiendan su argumentario. Pero a veces no hace ni falta. El progresismo ha muerto de éxito y en España las cosas funcionan por la inercia de 40 años de rodillo progre impuesto a golpe de subvención en escuelas, medios de comunicación y lo que llaman cultura (cine, series, espectáculos, etc).

Esta semana el periodismo oficial (segundo pleonasmo) ha entrado en ebullición al calor de las andaluzas y el avance del feminismo. Celebra dos buenas noticias: el indulto de una mujer condenada por un delito de sustracción de menores y el fin de la presunción de inocencia del varón. Irene Montero llama “madre protectora” a la secuestradora María Sevilla, mientras que a lo segundo se refiere como “ley de garantía integral de la libertad sexual”.

La consagración de un delito y el fin del principio de igualdad hombre-mujer son hoy banderas de la izquierda, que apenas disimula que ya no defiende a los más vulnerables, a los de abajo, sino la fragmentación de la sociedad. El indulto a María Sevilla, presidenta de la asociación Infancia Libre y asesora de Podemos, no se explicaría sin el cambio social que generó la aprobación de la ley contra la violencia de género en 2004. Ley, por cierto, impulsada por Zapatero y apoyada por el PP y el resto de la cámara.

El nuevo paradigma y la brutal inversión de valores de las últimas décadas han hecho aceptable que una mujer que secuestró a su hijo y presentó seis denuncias falsas contra su expareja sea hoy una heroína. Sin que mueva al escándalo por la tranquilidad de saber que esta ventana de Overton es tan grande como el Ministerio de Igualdad, el consejo de ministros ha devuelto la patria potestad a una madre que admite -como los socios golpistas catalanes- que volvería a hacerlo. “El indulto a María Sevilla es patrimonio del movimiento feminista de nuestro país”, dice Irene Montero.

Claro que ellas siembran y otros recogen. Una de las claves se la hemos oído a un tertuliano de TVE que, con la fe del converso (no hay nada más radical que un aliado feminista, pues debe hacerse perdonar tener pene), aplaudía la nueva ley lamentando, eso sí, que “la formación en violencia de género, en violencia machista y agresiones sexuales de los jueces es deficiente en algunos casos”. Es decir, está reconociendo que el derecho debe supeditarse a la ideología, el BOE a los deseos y que no habrá justicia verdadera hasta que él y las suyas reeduquen a los fachas togados. ¡Qué sabrán estos señores de justicia si aprobaron unas oposiciones sin un tribunal con perspectiva de género!

Ellos, los periodistas progres, son los que saben. Creen que las violaciones a mujeres son culpa de la cultura del heteropatriarcado. Pero este concepto, por supuesto, desaparece cuando el criminal no encaja en los parámetros del discurso oficial. Si el violador se llama Mohamed entonces nadie toca el silbato. Tampoco cuando el criminal sale de sus instituciones, o sea, ‘espacios libres de violencias machistas’ (Oltra en Valencia; Armengol en Baleares). Aquí, mujeres y niñas son ocultadas por ser inútiles a la causa.

De esta forma no todas las manadas tienen el mismo trato que la de los San Fermines. De ellos lo supimos todo: nombres, apodos, rostros, profesión, nacionalidad. Eran españoles, había un militar y un guardiacivil. Había que escarmentarles, tanto es así que un pelotón de cámaras acampó frente a la casa del abuelo de uno de los condenados al que pusieron el micrófono en la boca.

Un caso más reciente. Hace unas semanas la policía detuvo en Bilbao a un tipo que había asesinado a varios homosexuales con los que contactaba a través de una aplicación móvil de contactos. Si las víctimas son homosexuales, ¿por qué el lobby no ha tocado el silbato como cuando el bulo de Malasaña?

La mujer y el homosexual, en realidad, no importan nada. Son tan solo un concepto. Una abstracción. Una palanca revolucionaria que sirve a la izquierda como carne de cañón para avivar una guerra de las mujeres contra los hombres o los gays contra los heteros que antes no existía. Como en tantos cambios culturales, la legislación precede a una realidad que acaba generando. ¿Acaso tenía demanda social la ley Montero?

El crimen y el delito, por tanto, no son malos en sí mismos sino dependiendo de quién lo cometa. Lo vemos ahora con María Sevilla, secuestradora, y con asesinos de todo pelaje cuando son de cualquier minoría que consideran oprimida. Entonces deslizan la idea de que el agresor es en realidad una víctima más porque no lo hemos integrado bien en nuestro país.

Esta semana El Mundo publicó un tuit sobre el autor de la matanza de Texas: “Sufrió bullying de niño, era tartamudo y su familia pasaba por una difícil situación económica… Así era Salvador Ramos, el autor de la matanza del colegio de Texas”. Que Ramos fuera un ferviente activista de la ideología LGTBI y posara con la bandera trans no ha sido noticia. Sí que nos enteramos, por el contrario, cuáles son las ideas del asesino si es simpatizante, por ejemplo, de Trump. Un titular del mismo periódico del 15 de marzo de 2019: “Brenton Tarrant, un asesino xenófobo y fascista que admira a Donald Trump”.

El diplomático y escritor Mario Crespo dice, con la inteligencia que le caracteriza, que si no estás dispuesto a explorar las causas profundas de un problema, aun sabiendo que las conclusiones pueden cuestionar tus premisas ideológicas, no te interesa resolver el problema.

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