Es la hora del escepticismo en el mundo entero. Este cambio de ciclo ideológico, que viene rechazando a los partidos políticos tradicionales y a su proyecto de mundo, apenas ha mostrado las uñas y promete avanzar. El desprecio por la clase política mundial, que maneja los hilos del «sistema» desde hace décadas, corre en paralelo con la frustración generalizada contra ese sistema que ha sido degradado, corrompido, y utilizado como instrumento para el crimen. Pero en Europa esa clase política ha abusado de su derecho a ser horrenda. Han roto a Europa, la prostituyeron, la saquearon, la oscurecieron, la avergonzaron… y ahora van a hacer cualquier cosa por aferrarse a los pocos maderos que quedan flotando.
El escepticismo en Europa, hablando en votos, marcará la política en occidente los próximos años porque en todas las elecciones que se celebrarán en este joven año 2025 en Europa, la derecha tiene ventaja en las encuestas y tiene el pulso de la calle. Claro que no siempre es electoralmente eficiente, los partidos de Estado, esos que pueden ser de cualquier ideología y cambiar de planes según la tendencia, llevan años manejando las instituciones para forzar los sistemas electorales a su antojo. Desde los pactos de Sánchez con el terrorismo, pasando por las contorsiones antidemocráticas de Macron, los ocultamientos criminales de Starmer hasta los chanchullos de Von der Leyen. Son magos para quedarse donde no los quieren en nombre de la «institucionalidad» a la que sistemáticamente pudren.
En las elecciones generales de la Unión Europea esos manejos les permitieron abrazarse al poder un rato más, pero pocos meses después Francia y Alemania, las dos principales potencias de la UE, enfrentan cataclismos políticos y sociales que dan por tierra con la supuesta estabilidad conseguida. La presidente de la Comisión Europea, la siempre serpenteante y globalmente vilipendia, Úrsula von der Leyen, viendo este profundo cambio de humor hizo gala del argot tecnócrata para prometer resolver las crisis que ella misma creó con sintagmas vacíos como «diálogo estratégico» «Libro blanco» y otras inútiles intrascendencias.
El calendario electoral europeo promete ser una reedición de las pujas de las rémoras políticas que se cobijan en la guarida del Partido Popular Europeo y del resto del cardumen continental al que con amabilidad llamamos «centro». Los dos pilares del bloque se encuentran navegando tempestades, con sus economías deficitarias o estancadas y con vulnerabilidades terribles como la innovación insuficiente, el invierno demográfico, el decrecimiento autoimpuesto, altísimos costos de la energía y una exigua capacidad de defensa.
Pero sin duda, el mayor problema que enfrentan es la inmigración descontrolada producto de un programa político que se propuso hacer encajar varios continentes en uno y ahora es la piedra en el zapato de los principales partidos políticos. Europa se volcó a la «multiculturalidad» por el consenso entre sus élites políticas que, para colmo, hicieron a esa multiculturalidad elegible para la asistencia social. El resultado fueron grupos estancos que conservaron los peores aspectos de su cultura de origen, sostenidos esos vicios por el sistema de bienestar. ¿Qué podía salir mal? Las alarmas fueron rechazadas por décadas con acusaciones de racismo por parte de quienes no eran los sufridos vecinos de esas grupos. Hoy tenemos «la reacción», y cuando esto ocurre todo se vuelve inestable.
¿Quién fue primero: Alemania o Francia? El infortunio de ambos países está atado. La crisis de Francia precedió al debilitamiento de Alemania, pero lo cierto es que por años se han asociado para fijar la agenda de la decadencia. El canciller Olaf Scholz, para sorpresa de nadie, perdió el voto de confianza en la Bundestag, forzando unas elecciones anticipadas para febrero próximo. Alemania llega a estas elecciones siendo la economía con peor desempeño en Europa, con un crecimiento de 0% en 2024 y pronósticos del 0,8% para 2025.
Sus apuestas energéticas y geopolíticas ruinosas (un saludo desde estas líneas para la estafa de marketing político más grande de la historia: la señora Merkel) colapsaron su cadena de suministros, con una crisis inmobiliaria sin precedentes y con la decadencia de su sector automovilístico. Agobiada por el precio de la energía, Alemania ha perdido su base industrial, especialmente los sectores químico y automovilístico. La crisis de Volkswagen es la mejor metáfora alemana. En comparación con hace medio siglo, Alemania carece de autonomía y está envejeciendo.
Francia no tiene un mejor panorama, la Asamblea Nacional tiene paralizadas sus aspiraciones presupuestarias del gobierno, el FMI prevé casi un estancamiento para este año y su desempeño económico es un callejón sin salida para su desempeño político. Hackeada su competitividad por su mafia sindical y una política de pensiones inviable; todo es un quebradero de cabeza para el presidente Emmanuel Macron, que insiste, patéticamente, en continuar al timón.
La brecha de crecimiento entre la eurozona y EEUU es calamitosa, peor aún en el sector tecnológico. Las principales empresas tecnológicas son de Estados Unidos y China, y sólo cuatro están ubicadas en Europa. Los motores de Europa se convirtieron en pordioseros en materia de seguridad, viviendo de la limosna de EEUU. Gracias a este paradigma, Naciones Unidas y la Corte Internacional de Justicia son, afortunadamente, irrelevantes.
El temor a la Rusia invasora los encuentra impotentes, desarmados, desnortados y divididos. Francia y Alemania ya no pueden liderar nada, y en consecuencia Europa tampoco. Basta con ver que sus burócratas están más preocupados por censurar a Elon Musk que por buscar un desarrollo energético y logístico que no los vuelva a las cavernas si un barco ruso o chino les corta internet o los hutíes les anulan el intercambio comercial.
Cabe destacar que la otra potencia europea, Gran Bretaña, se hunde en la ignominia. El Partido Conservador se convirtió en una fantochada traidora de los mandatos del Brexit, de ahí en más todo fue decadencia. Perdió sus bases y fue expulsado del poder, para ser reemplazado por el Partido Laborista que no perdió un minuto en hacerse odiar. Económicamente procaz, moralmente criminal, administrativamente stalinista. Hoy, la viralización de la complicidad del sistema de justicia y de la casta política con las bandas islamistas que torturaron y violaron a cientos de miles de niñas a lo largo de décadas muestra al mundo lo que la podredumbre de la institucionalidad británica toda. Empezando por su policía, siguiendo por sus sistema de salud y justicia, pasando por su mainstream mediático y por supuesto su clase política, sin olvidarnos de su casa real, todos son personajes de una novela de terror.
Tiene sentido que los políticos tradicionales europeos sean despreciados por los votantes. La ira contra la clase política aún no ha estallado con toda la potencia que tiene acumulada. Las masas de todo el mundo están viendo la increíble resiliencia de Donald Trump para volver al poder luego de que élites políticas, mediáticas y corporativas se dedicaran a enterrarlo durante cuatro años. Su mensaje de desprecio al “sistema” prende en todos lados. Nada que un político común y corriente no dijera hace medio siglo: abogar por la prosperidad, la eficiencia y el amor a la patria.
La victoria de Trump es un síntoma de un fenómeno que excede a los EEUU, y que afecta profundamente a Europa. El «centro» ha entrado en crisis y los votantes se están desplazando a la derecha porque sus prioridades son otras, muy, muy alejadas de los niveles de wokismo en sangre de la política tradicional. Los votantes del resto de Europa van a comenzar a demandar ese coraje y esa potencia que vieron en el hombre que en pocos días vuelve a dirigir al país más importante del mundo. Los europeos descontentos, que cada vez son más, observarán el regreso triunfal de Trump como un logro del ciudadano de a pie; es justo que ahora digan: «Hagamos a Europa grande de nuevo».
También tiene sentido que los políticos y burócratas de la élite europea estén horrorizados, es poco probable que sobrevivan a semejante demanda y al entusiasmo del regreso de Trump. Controlan el sistema, pero son detestados por los individuos. El «centro» perdió narrativa y credibilidad. ¿Habrá una derecha que tome la posta?