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Se ha dicho adiós a un histórico año electoral

Argentina, 2023: la epopeya de Milei y el salto esperanzado a lo desconocido

El presidente de Argentina, Javier Milei. Twitter

El guion político argentino del 2023 presagiaba una contienda electoral signada por una crisis económica monumental y la terminal decadencia del kirchnerismo a cargo de la franquicia peronista desde que comenzó este siglo. Por tanto, el triunfo en las elecciones presidenciales parecía estar ya destinado a la formación opositora fundada por Mauricio Macri: Juntos x el Cambio. Pero Argentina es un país de sobresaltos imprevistos y un gran imponderable lo revolucionó todo.

Si hubiese que resumir el 2023 sería algo así como el año del desconcierto. Y no se trata de los medios tradicionales, de los encuestadores, de los políticos o de los analistas. El torbellino político fue un efecto dominó en el que toda Argentina se sorprendió a sí misma y convirtió un clima social duro e incierto en un salto esperanzado a lo desconocido. Argentina encaró un análisis sobre sus dilemas, sobre sí misma, sobre su mentalidad, sobre su concepción del Estado y sobre su lugar en el mundo. Lo hizo de manera instintiva, sin que ninguno de sus habitantes supiera de antemano cómo iban a reaccionar los otros. De manera individual se conformó una mayoría que se deshizo de liderazgos y referentes históricos, y decidió dar un giro copernicano basado en el hartazgo y la ilusión.

El 2023 fue un mega año electoral donde la disposición al cambio fue tan radical que la clase política no logró dimensionar cuán profunda era. Mucho se dijo sobre que existe un desplazamiento de la sociedad hacia la derecha, pero esto es difícil saberlo. Sí se puede afirmar que se rompió un pacto de confianza con la representación política, con los marcos de referencia educativos, periodísticos, intelectuales, y esta ruptura que hizo que los argentinos fueran cabalmente conscientes de que aquellos «derechos», aquella «justicia social» y aquel «Estado protector» eran sólo mascaradas usadas por una clase privilegiada para sostenerse en el poder, por eso la amenaza de perder ese statu quo fue desestimada por el electorado.

Argentina, a lo largo de las últimas décadas, vio crecer la pobreza, la marginalidad y la delincuencia. Pero, a diferencia de elecciones anteriores, esta vez llegó a la conclusión de que el Estado era el culpable de su decadencia, que les robaba el producto de su trabajo y que era cómplice de los delitos por acción y por omisión. Si ese es el supuesto giro a la derecha, como análisis es muy pobre. Las expectativas de bienestar y seguridad no responden necesariamente a raídas categorizaciones. Lo que pasó en este año electoral es que el Estado, y la clase política a cargo de este, se mostraron incapaces de ofrecer condiciones básicas de bienestar y seguridad y fueron condenados al desprecio por malos e ineficaces.

El año que se acaba da paso a un 2024 que no parece ser menos imprevisible y sobresaltado. Arranca con un Congreso trabajando a destajo en sesiones extraordinarias convocadas por el presidente Milei para cabreo del Legislativo acostumbrado a tener plácidos y holgazanes veranos, a sesionar pocas veces al año, y a hacerlo mal. Cuando aún ni el presidente ni su gabinete han terminado de desembarcar en sus despachos ya se mandaron dos bloques de medidas: un Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) y una Ley Ómnibus llamada Ley de «Bases y Puntos de Partida para La Libertad de los Argentinos». Entre ambos contienen cientos de normas y modificaciones que poseen una resolución incierta, por lo que en cada votación penderá de un hilo el proyecto refundacional del presidente que deberá hacer un curso acelerado de gestión y resistencia.

¿Cómo se llega a esta situación? Como dijimos la contienda presidencial parecía un paseo por el parque para Juntos x el Cambio, se vislumbraba una nueva alternancia entre los partidos del poder que eran los garantes de la estructura de decadencia y pobrismo. Así las cosas, la formación cambiemita decidió exponer sus heridas públicamente con una interna salvaje y así acudió a las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO). El peronismo fue con un caballo de comisario: Sergio Massa, un hombre que se creía predestinado a la presidencia, criado en los pliegues de la rosca política, portante de todos y cada uno de los defectos de la casta gobernante y carente de virtudes cívicas o de cualquier otro tipo.

Y de forma más o menos milagrosa, con una armado territorial y logístico rocambolesco, improvisado y muy inestable, se coló en la contienda Javier Milei, con su excéntrica prédica libertaria y con una conexión con el electorado inusual que había pasado durante mucho tiempo por debajo del radar. La primera gran cita del año, las elecciones del 13 de agosto, dieron el triunfo al candidato menos pensado, Milei sacó el 30% de los votos y dio un vuelco a la política argentina marcando el devenir de todo lo que estaba por llegar.

El kirchnerismo asistió perplejo a la noche del escrutinio en la que Milei ganó las elecciones PASO y el país se pintó de violeta en lugar del azul justicialista. Nadie, ni Milei, previó el tsunami que su candidatura había provocado. Todos los papeles se quemaron y su carrera a la presidencia parecía imparable. Mientras tanto, Juntos x el Cambio mostraba la debilidad terminal de sus dos candidatos contendientes. Patricia Bullrich le ganaba a Horacio Rodríguez Larreta, pero los votos de ambos por separado evidenciaban una distancia fatal con la posibilidad de liderar un país. Larreta, otro que se creía predestinado a la presidencia, mostró que, además de haber estado en el podio de los peores alcaldes de Buenos Aires de la historia, había dilapidado cifras siderales para obtener un resultado paupérrimo. JxC en su forma coalicional barruntaba su muerte política y la gran promesa moderada demostró ser electoralmente irrelevante.

El kirchnerismo quedó tercero, otro hecho histórico producto de la candidatura de Milei, Massa activó entonces todos los mecanismos nacionales e internacionales, legales y sospechados para dar un volantazo en las Elecciones Generales de 22 de octubre, con el inestimable apoyo del Foro de Sao Paulo, sumado a la campaña que a su favor hizo la progresía mundial. Los ataques a Milei fueron brutales y constantes. No hubo medio masivo, nacional e internacional, que no lo acusara de las peores bajezas y llovieron solicitadas, informes y noticias destinadas a impedir que la ultraplusturborecontra derecha llegara al poder. No ahorraron en prefijos ni en dinero de los contribuyentes. El despilfarro del dinero robado a la ciudadanía fue tan inmoral como efectivo. Massa duplicó sus votos, Milei se estancó y Bullrich quedó fuera de carrera.

No habían pasado ni 2 horas de conocerse el resultado electoral cuando Mauricio Macri llamó a Milei y le brindó su apoyo, sumado al de la fórmula perdidosa de Bullrich que se convirtió en la principal aliada de Milei, casi la segunda figura en la campaña. El último llamado de un sobrecargado año de elecciones municipales, provinciales, internas y nacionales llegaba el 19 de noviembre con el Ballotage entre Massa y Milei. La crónica es famosa, Milei ganó con una diferencia también imprevista, contundente e histórica y la ilusión y la sorpresa se transformaron en una posibilidad concreta de salida del pozo para Argentina, un país preso del corporativismo y el socialismo desde hace casi un siglo.

Argentina también se transformó en un faro para políticos que buscan emular el éxito de la derecha outsider. El mundo comenzó a mirar el milagro posible en manos de un improvisado desprovisto de medios y partido, armado sólo con su voluntad, su proverbial incorrección política y su agenda contracorriente. La victoria del libertario tiene un impacto determinante en la región por su veloz realineamiento geopolítico que establece una dramática reestructuración del mapa de acuerdos económicos y estratégicos, influyendo, incluso en las elecciones estadounidenses del 2024.

Muchos paralelos se han hecho de Milei con Trump y con Bolsonaro, las comparaciones son odiosas pero las simpatías no, y el presidente argentino ha mostrado simpatías para con ambos, más allá de la piruetas diplomáticas que en estos primeros días tuvo que realizar con los presidentes Biden y Da Silva. Las consignas de la etapa proselitista fueron rápidamente adaptadas, el Milei pragmático desconcierta, pero sigue entusiasmando a la prensa internacional por su osadía y a la política internacional porque evalúa si el modelo argentino es exportable.

Milei asumió el 10 de diciembre, su Gobierno aún no cumple el mes. Tuvo la visión estratégica y la generosidad de incorporar a la fórmula de Bullrich y a su candidato a vice como miembros destacados de su gobierno. También hizo de la pobreza una virtud, sumando cuadros del difunto macrismo a sus escasas filas y puso a una amalgama (no necesariamente virtuosa, más bien lo que tenía a la mano) a conformar los equipos técnicos que analizaron cada tramo del gigantesco y ruinoso Estado argentino.

Pocos días después, el 20 de diciembre, el presidente Milei anunciaba el famoso DNU para comenzar a destrabar la economía de normas y regulaciones superpuestas, la mayor desregulación de la que se tenga noticia, superando así la realizada por Carlos Menem. El discurso y el proyecto fueron bien recibidos por la mayoría de los argentinos. Javier Milei tiene apoyo social y el respaldo de las urnas, pero es a la vez el presidente más débil de la historia, tan frágil en el Parlamento como a nivel federal. Las circunstancias de esa debilidad explican sus primeros días y la forma en la que encaró la gestión.

Ningún presidente ha impulsado una reforma de tal magnitud sin siquiera haber terminado de mudarse a la Quinta de Olivos. Se trata de 1030 artículos, el DNU de 366 y 664 de la Ley Ómnibus enviada al Congreso. Si ambos grupos de artículos lograran pasar los filtros legales e institucionales, Argentina cambiaría de raíz el modelo estatista que la rige.

El presidente está haciendo lo que dijo que haría más allá de los desequilibrios políticos e institucionales que le acechan. Las críticas del kirchnerismo carecen de autoridad moral, su líder es una delincuente condenada y el desprestigio de la formación es altísimo. En cambio, las críticas del resto de la población, de la sociedad civil y de las distintas instituciones a las que Milei deberá gobernar y con la que tendrá que consensuar durante los próximos 4 años deben ser consideradas, atendidas; y las medidas explicadas.

La comunicación de barricada que fue útil en campaña no es la que demanda un Gobierno, tanto más si se trata de un Gobierno que viene a cambiar rutinas, culturas anquilosadas durante décadas.

La tarea titánica que se ha propuesto Milei implica, además de DNU y mega paquetes legislativos, una revisión de la forma de entender el rol del Estado y el poder que emana de él. Para esto exige un liderazgo capaz de convencer, requiere del Milei de a pie que conquistó los corazones cuando ni soñaba con ser político. Es necesario transmitir confianza hasta que las medidas de desregulación den sus frutos. En el mientras tanto, es deseable que la sociedad siga siendo crítica y que demande explicaciones sobre el plan, Argentina lleva mucho tiempo atrapada en un paternalismo autoritario. Con esta elección se deshizo de ese mal, no se le puede exigir que vuelva a la confianza ciega, no es sano.

Si bien la sociedad se jugó por un cambio de paradigma, lo hizo teniendo enfrente el infierno que significaba la posibilidad de un quinto Gobierno kirchnerista. Es deseable que el nuevo Gobierno no olvide las circunstancias extremas en las que resultó elegido, no para que cambie de ruta, sino para que entienda que no todos conocen y acuerdan con la ruta elegida. El contexto exige audacia, sí, pero también mucha contención y pedagogía. La urgencia requiere determinación, sí, pero también un relato positivo y luminoso que sirva para transitar los momentos durísimos que se avecinan y que no se calman con un hashtag ni con la prepotencia de un ejército de redes.

Frente a las medidas que el presidente ha presentado hay que redoblar el esfuerzo para generar acuerdos en la discusión pública. La discordia y la petulancia también remiten al modelo fracasado que los argentinos decidieron dejar atrás. El espíritu crítico debe ser apoyado en este tipo de procesos. Es lógico que la sociedad tenga dudas y miedos frente a la incertidumbre, no se puede pedir confianza ciega, eso no funciona más para los argentinos, no importa si lo hicieron en el pasado, ya no lo van a volver a hacer y eso es positivo.

Desactivar el miedo de una sociedad que ha sufrido una desilusión tras otra va a llevar tiempo y demandar resultados. La desconfianza y la vacilación van a llegar, necesariamente, frente a los inevitables costos de esta transformación, por más que sea el presidente más votado. Habrá resistencia de «la casta» sí, pero también de los ciudadanos honestos a los que les cambie sustancialmente el modo de vida, las reglas del juego, su forma de desarrollarse y de ganarse el pan. El miedo al cambio es muy humano, la crispación no sirve para calmar esa ansiedad, y no es bueno para ningún proyecto político sensato que la polarización se cronifique.

El riesgo que asumieron los argentinos y la confianza en un plan tan novedoso a escala mundial debe ser pagado con una ardua tarea de explicación, de proyección, de equilibrio, de igualdad ante la ley, de méritos, de respeto, donde toda arbitrariedad y autoritarismo sean finalmente sepultados para coronar esa epopeya que es el triunfo de un presidente libertario. Milei tiene que, además de bajar la inflación, equilibrar las cuentas, enfrentar a las corporaciones y reducir el gasto, volver a explicar su filosofía libertaria al argentino de a pie, hasta que sus planes empiecen a dar sus frutos. Ya no está en campaña, ya no es el influencer exacerbado, ahora es el presidente de todos los argentinos, hasta de los que no lo quieren o aún no lo entienden.

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