Si todavía, casi 80 años después, resulta difícil explicar el ascenso y vigencia del peronismo, imaginen, amables lectores, cuánto más complicado es hacer lo propio con un designio en curso, vivito y coleando: el kirchnerismo. Es que, para hablar del kirchnerismo, es necesario dar cuenta de sus múltiples esquinas: la política, la histórica, la criminal, la sociológica, la psicológica, la estética, la antropológica, la económica. Esta cronista ruega a fe, como el honrado Puck, que no se agobien de antemano por enfrentar esta descripción que no dejará de parecer una novela trágica. Y, si este relato tiene la fortuna de escapar del silbido de la serpiente, procurará entretenerlos, entre tanto. De lo contrario, llamadla embustera.
Primer Acto
Dos dioses retorcidos concibieron al kirchnerismo. Uno de ellos es el peronismo propiamente dicho, el resentido, iracundo, corporativista, acomodaticio ideológicamente y voraz económicamente. El otro es el radicalismo, eterno cortejador del peronismo, el que conoció su máximo poder en el regreso democrático, el neoprogresista procubano, hiperinflacionario, paternalista, culturalmente pretencioso y estatalmente moralista. Fue durante la gran crisis del 2001 que los dos dioses agotados nutrieron a este engendro que dos años más tarde los salvaría de una decadencia terminal. Gracias al kirchnerismo, la corporación política que vampiriza Argentina esquivó a la muerte y se aseguró la vida eterna.
Pura y exclusivamente durante el 2001 dicha corporación política tuvo miedo, todo vínculo con la ciudadanía estaba roto, sólo quedaba desprecio y desconfianza, ni una gota de legitimidad. El kirchnerismo fue un tierno talismán que criaron para canalizar la convulsión social, que no era ajena a otras movilizaciones colectivas tercermundistas hartas de sus elites políticas. Pero el talismán comprendió que su supervivencia dependía de su audacia y, hábil en el judo, usó la fuerza de sus creadores para ponerlos de rodillas. Nestor Kirchner entendió que la cobardía de sus progenitores frente a la convulsión callejera era su mayor fortaleza, de ahí en más los sometió. En adelante y por muchos años, el peronismo y el progresismo comerían de su mano.
Néstor Kirchner, como tanto villano en la historia, fue el producto del albur y de la trampa porque hace 20 años casi nadie sabía quién era, lo que significaba una ventaja providencial para este barón santacruceño que moraba en los confines del país. Ser ignoto significaba estar fuera de la nómina del «que se vayan todos». Cierto es que el periodismo pudo haber hecho su parte para exponer el modelo tiránico con el que gobernaba su feudo, pero el olor a progresismo los sedujo y ante la falta de opciones temieron ser portadores de malas noticias. De manera tal que este desconocido gobernador del sur argentino asumió bajo una gigantesca ensoñación consensuada.
Kirchner se convirtió en presidente con el 22% de los votos, debió su triunfo a la habilidad del deep state peronista y la vileza acomodaticia antiperonista, pero aún así se sabía un presidente frágil. Dedicó la primera etapa de su gobierno, esa en la que los presidentes tienen un perdón generalizado por la sempiterna «dura herencia recibida», a diagnosticar su campo de Marte. Tejió alianzas y vasallajes, según el caso, usando su diabólica capacidad de descubrir ambiciones, malestares y rencores. Rápidamente incorporó a los antiguos socios del caído De La Rúa, la franja más socialista y setentista del peronismo y también, como quién pasea por un supermercado, adquirió la misma franja ideológica que venía del radicalismo. Era lo que la progresía había soñado que sería el gobierno de la Alianza, una fantasía de socialdemocracia prístina, escandinava pero latinoamericanista, occidentalista pero no alineada, la pastilla azul y la colorada todo junto, el mesías redistribuidor bondadoso que todavía siguen esperando.
En el país y en el mundo, los biempensantes se embelesaban con este nigromante del socialismo latinoamericano que venía a reivindicarlos luego de los años en los que habían padecido a causa del «neoliberalismo». ¿Cómo denunciar al salvador? En consecuencia, no lo hicieron. No denunciaron que había prostituido a la justicia de su provincia y que controlaba con puño de hierro cada palmo del Estado provincial. No denunciaron al caudillo que se había enriquecido injustificadamente y que había diseminado a su antojo los 1.100 millones de dólares de regalías petroleras de los que no se conocieron detalles de bancos, rendiciones de intereses, y que la justicia santacruceña cubrió con un manto de olvido. No expusieron los ataques a la división de poderes, la promiscuidad escandalosa en la venta de tierras fiscales, y las reformas constitucionales para expulsar al procurador de Justicia o para instalar su reelección indefinida. Todos fingieron ceguera. Nadie quería romper el hechizo.
Segundo Acto
Apenas comenzada su gestión, Néstor Kirchner puso en marcha una de sus estrategias más brillantes, la que mantuvo a flote su legado a pesar de la devastación: «la izquierda te da fueros» supo explicar oportunamente y en consecuencia apoyó política y económicamente cada consigna, iniciativa parlamentaria y capricho de quienes reivindicaban a los movimientos terroristas que Perón había ilegitimado. Poco importaba que en su vida política hubiera esquivado toda causa de Derechos Humanos, la colusión y conveniencia de los beneficiados le otorgó la bendición firmada y sellada luego de su acto más teatral y amortizable: aquel 24 de marzo en el que, con un ensayado «Proceda», hizo que el jefe del Ejército descolgara los cuadros de Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone de la galería de directores del Colegio Militar. Néstor Kirchner fue un gran cartógrafo del espíritu de época, si ese gesto le rindió tantos frutos fue porque una mayoritaria porción de la sociedad lo convalidó.
En 2005 terminó de deshacerse de sus padrinos políticos y se adueñó del bastión peronista por antonomasia, el distrito más poblado y mísero: la provincia de Buenos Aires. Ya no había poder que le pudiera hacer frente y para esa época la desproporcionada cartelización de la obra pública era colosal. El dinero fluía sin control hacia su séquito, principalmente a Austral Construcciones, una megaempresa propiedad de su súbdito Lázaro Báez. Las dimensiones siderales del robo a los argentinos, organizado y multiplicado mediante este mecanismo, se pueden ver en detalle: son las que se constan en el juicio en el que Cristina Kirchner fue condenada. Los famosos «bolsos» llenos de dólares iban y venían con total impunidad. Era tanto el dinero faltante que se hicieron famosas las leyendas de tesoros enterrados en campos, guardados en cavas, tumbas, sedes religiosas e islas paradisíacas.
El Socialismo del Siglo XXI tiene un manual de uso que implementaron sus miembros cuando gobernaron en épocas de vacas gordas: una fiesta de expansión del gasto social y del consumo, subsidios y endeudamiento que mantenga al ciudadano feliz y distraído mientras se cometen los robos que hundieron países. A poco que el dinero se acaba empiezan los problemas y en 2008, cuando Cristina Kirchner comenzaba su primera Presidencia, la necesidad de dinero fresco hizo que apuntara sus cañones al sector agropecuario mediante una iniciativa confiscatoria diseñada por uno de sus funcionarios estrella, hoy camuflado de opositor. Fue la primera gran derrota del kirchnerismo, que quedó seriamente dañado, pero que inauguró la escena clave de la tragedia kirchnerista: la de la polarización extrema, violenta, abrasiva.
Tercer Acto
Esta es la etapa más pura del desenfreno kirchnerista, la exitosa construcción de una hegemonía basada en la venganza. El kirchnerismo hizo de la última dictadura un parque temático. Logró que amplios sectores de la sociedad accedieran a la «dictadura full experience», identificó a sus enemigos políticos y sociales con torturadores y golpistas de décadas atrás. Deslegitimó derechos y pisoteó la institucionalidad en nombre de otros. Usó todos sus resortes simbólicos para reescribir la historia. Abrazó cada demanda identitaria que le garantizara escudos humanos. Fomentó la persecución física, violenta del adversario político. Es la etapa que seduce a Laclau, a Monedero, a Chávez. Es la etapa en la que el kirchnerismo muestra los colmillos a plena luz, el momento en que obliga a sus niños a escupir al enemigo en la plaza pública. Y recién en esta etapa de odio lunático el progresismo empieza a ver las alarmas. Cuando ya el kirchnerismo es multimillonario, cuando ya es socio del chavismo internacional, cuando ya había infectado la justicia, la educación y los medios. Cuando ya el monstruo es demasiado grande.
Cuarto Acto
Néstor y Cristina pagan este rechazo con una derrota en elecciones parlamentarias en 2009 pero hacia fines de 2010 muere Néstor, súbitamente, y su viuda convierte al finado en un ariete sacramental, llegando a decir que el occiso ex presidente nos miraba a los argentinos desde un satélite de fabricación nacional. La construcción del Néstor redentor no ha conocido límites, pero sobre todo fue un rendidor artífice de la segunda presidencia de su viuda, ganada con el 54% de los votos. El kirchnerismo hecho dogma, corrupto, violento, mentiroso del 2011 era aún más aceptado que aquel primer kirchnerismo de 2003, Cristina superaba a Néstor. Pero el dinero seguía escaseando y más allá de los simbolismos la economía demandaba soluciones que el kirchnerismo no podía ofrecer. Comienza, con la segunda presidencia de Cristina, la etapa económica más luctuosa, la de rascar en el fondo de la olla, la del estatismo marxistoide y las alianzas con las tiranías de la Tierra.
Con el aval del 54% Cristina chapoteó sobre la desgracia y los problemas mientras vociferaba ebria de poder «vamos por todo». ¿Quién podría culparla? Luego de dos Presidencias, más de la mitad de los argentinos volvían a elegir al kirchnerismo, pero ya sin la posibilidad de alegar que desconocían la pestilencia de sus fauces. La lista de los enemigos se había ampliado y allí irían a parar el actual presidente Alberto Fernández y el actual superministro Sergio Massa. Ambos, en aquellos tiempos, denunciaban a diestra y siniestra las calamidades del kirchnerismo.
Sostener semejante favor popular demandaba más distribucionismo, más aliados fanáticos y más intervención del Estado. Cristina supo, como Néstor, asumir como propia la demagogia planteada desde la oposición, casi no existen iniciativas de su gestión que no estuvieran pretéritamente flotando en el imaginario progresista de sus contendientes. La Asignación Universal por Hijo es el ejemplo más claro. El Kirchnerismo State of Mind, paradójicamente, existía antes del nacimiento del propio kirchnerismo. El antiamericanismo, el anticapitalismo, el estatismo, el setentismo, el adanismo, el chauvinismo, el proteccionismo, el distribucionismo y el paternalismo estaban ahí, el kirchnerismo sólo tuvo que aglutinarlos en su propio beneficio.
A Cristina le molestaban los límites mucho más que a Néstor y sin la tutela del marido, su resentimiento y carencia de retenes se desbocó. A esta tercera gestión kirchnerista carente de frenos inhibitorios le debemos el crecimiento del poder descomunal de los movimientos piqueteros en franca rivalidad con los gremios. Le debemos el usar el sistema previsional como refugio de la militancia y caja de contención de la oligarquía piquetera. También el desbordado congelamiento tarifario, programas sociales que convierten en esclavos del Estado a más de la mitad de la población, moratorias y planes de jubilación sin aportes, una nómina de pensiones por invalidez estadísticamente imposible. Le debemos un Memorándum de entendimiento con la tiranía acusada de perpetrar el atentado terrorista más grande que hemos sufrido, denunciado por un fiscal que terminó ejecutado. La tercera gestión kirchnerista, que era el segundo mandato de Cristina Kirchner, cayó por el peso de su propio desastre en el 2015, pero ese telón no se bajó para siempre.
Quinto Acto
Créame, amable lector, que la longitud de esta historia nada tiene que envidiarle a las tragedias mitológicas del pasado. La clase política, cierta intelectualidad y la coyuntura periodística dieron por muerto a un monstruo que sólo estaba hibernando, lamiendo las heridas. De nuevo los ciegos haciendo como que no ven. Nadie quiso ir a fondo, a terminar con la faena exponiéndose a los peligros del laberinto. En la vida real no hay héroes y en el repertorio político argentino, todo manchado de acuerdos, cobardías, imbecilidad y tongos, no pareció conveniente mover mucho el avispero. De nuevo, como en 2003, como en 2005 o como en 2011, no supieron entender la naturaleza de la versión más exitosa de la historia del peronismo, subestimaron a la bestia y fracasaron. Nadie en Argentina ha tenido semejantes niveles de ambición política, esa voracidad no declinó, y el kirchnerismo regresó peor que nunca.
Cristina Kirchner supo usar a su favor el malestar económico generado por su propio legado, que se potenció en la segunda mitad de la gestión macrista. Inventó, para el 2019, la candidatura de Alberto Fernández con un tweet un sábado a las 8 am, así, sin más. Desempolvó un muerto político para manejar a su antojo. Dispuso para sí la Vicepresidencia en una jugada tan transparente y maquiavélica que aún hoy cuesta entender que haya tenido éxito. Quiso volver porque tenía muchas cuentas pendientes con la Justicia, porque el escenario era propicio, porque sentía que era ilegítimo haber sido expulsada del trono que era suyo. Quiso volver porque no sabe hacer otra cosa, porque sus millones no la calman encerrada entre cuatro paredes sin ejercer el dominio para el que cree que fue destinada.
Claro que la Argentina estaba cada vez peor, claro que el experimento era un boleto seguro hacia el infierno, por supuesto que Alberto Fernández, un fracasado, iba a fracasar. No defraudó. Pero el kirchnerismo estaba por cuarta vez en el poder y eso era lo importante, más veces que Perón, más tiempo que ningún otro proyecto de control y extracción de bienes y almas. Mientras quedara una gota de sangre que chupar, el kirchnerismo sobreviviría un día más y huiría hacia adelante.
Sexto Acto
Hoy, casi terminando el cuarto gobierno kirchnerista, Argentina es un páramo a la espera de un final desgarrador para esta novela trágica. Veinte años de kirchnerismo cambiaron el aspiracional de los gobiernos demagógicos que lo precedieron y catalizaron una exaltación de lo marginal como sinónimo de moral y virtud. El kirchnerismo cambió el deseo de progreso por un odio irrefrenable al éxito, uno de sus hitos más manifiestos fue la imposición de los «valores villeros», una oda al lumpenaje, a la miseria, a la degradación, una condena al mérito. El kirchnerismo volcó millones en construir esa hegemonía cultural basada en la justificación del delito y la violencia. Las calles dan cuenta de esa marginalidad que en estos 20 años se convirtió en paisaje y paisanaje, presos del cortoplacismo en el que más de la mitad de sus ciudadanos apenas sobreviven.
¿Se terminará esta vez el kirchnerismo? Probablemente no. El kirchnerismo es el mecanismo por el cual, desde el 2001 la corporación política reseteó un pacto impuesto en la última reforma constitucional. Con o sin Cristina, el poder político seguirá estableciendo acuerdos espurios y alianzas que le cubran las espaldas a cambio de recursos, prebendas y gobernabilidad. La fragmentación del tejido social les resbala, pero sin esos contubernios no hay forma de que sobrevivan con el actual estado de las cosas sin afectar sus intereses. No pueden ni quieren detener la depredación, con o sin Cristina, porque frenar la expansión del poder y tamaño del Estado primero les quitaría recursos personales y segundo les quitaría poder sobre su clientela, vasallos y socios.
El kirchnerismo no se va a terminar en primera instancia porque no se terminó Cristina, porque el nefasto legado de Néstor se enseña en cada escuela, porque su nombre persiste en miles de obras públicas como una burla a la decencia. No se termina porque no existe un sólo político que haya tenido esa ambición y esa maliciosa audacia que contrarreste aquella vocación por el poder absoluto. Pero, sobre todas las cosas, no parece que se vaya a terminar mientras perviva ese profundo Kirchnerismo State of Mind, esa forma de pensar al Estado como una posesión de los políticos, esa forma de hacer política con los recursos expoliados a los ciudadanos y vueltos en forma de dádiva paternalista. No se termina porque todo el sistema político funciona tracción a coima al ciudadano, dando limosna a cambio de votos, solidificando el feudalismo provincial, matando toda iniciativa privada.
Epílogo:
La tenacidad que demostraron Néstor y Cristina para permanecer en el poder no es especial ni diferente, es simplemente campeona del Kirchnerismo State of Mind larvado en la infantil sociedad argentina. Cartografiaron bien y tuvieron voluntad, por eso sobrevivieron hasta la fecha. Permítaseme, pues, esta referencia de humor negro que flota en el título, para explicar al kichnerismo, el proyecto de poder ideado para el país de los ciegos, y que por eso, durante 20 años, fue Rey. Pero si con esta broma os he ofendido, pensad que os habéis quedado aquí dormidos mientras ha aparecido esta terrible visión. Y esta débil y humilde ficción no tendrá sino la inconsistencia de un sueño; amables lectores, no me reprendáis. Así pues, buenas noches a todos.