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EL OFICIALISMO HA MENTIDO TANTO QUE YA NADIE LE CREE

Cristina Kirchner y la fábula del pastorcito

La vicepresidente de Argentina, Cristina Kirchner. Reuters
La vicepresidente de Argentina, Cristina Kirchner. Reuters

El pasado 22 de agosto las fauces del infierno kirchnerista se abrieron liberando demonios poderosos y todo tipo de diablillos de monta menor; cuando el averno escupe puede salir cualquier cosa. Los alegatos acusatorios que culminaron con el pedido de prisión para Cristina Kirchner desataron una desesperación endiablada. No se trata del peligro quimérico de que la vicepresidente pase un sólo minuto tras las rejas, sino del peligro real de que el entramado criminal, nacional e internacional, construido alrededor del matrimonio Kirchner y denunciado por el fiscal Luciani, pueda quedar expuesto. Too big to fail.

De manera tal que en estos escasos días todo se agitó con vértigo. Primero Cristina ofreció un discurso incendiario en el que no apeló a su inocencia sino a la culpabilidad de muchos. Palabras más, palabras menos dijo: “Si caigo yo, cae hasta el último coimero”. Fue una amenaza corporativa. El juicio avivó miedos y le ha devuelto la centralidad, cortando las alas de los free riders. De nuevo el poder es ella y nada más que ella. 

Su previsible victimización y el cuentito del Lawfare generaron una especie de vigilia a las puertas de su casa, en un barrio con calles y veredas estrechas que, con las horas, se desmadró. Bombas de estruendo y fuegos de artificio tirados directamente a las ventanas de los vecinos, fuego de cocinas improvisadas en la calle, merchandising, bombos golpeando sin cesar, hurtos, cortes de circulación y por supuesto las veredas convertidas en inodoros a cielo abierto. Un asedio en toda regla. 

Las quejas de los vecinos activaron al timorato jefe de Gobierno (y dirigente opositor) que procuró ordenar la situación, esto fue utilizado por el kirchnerismo para mantener vivas las tensiones y en consecuencia hubo enfrentamientos entre manifestantes y la Policía que terminaron con 14 oficiales heridos por las hordas amantes de Cristina. Los manifestantes sólo padecieron ser alcanzados por unos chorros de agua (se entiende que para algunos esto es criptonita) pero eso le sirvió al kirchnerismo para denunciar represión de parte de la oposición. Acto seguido culparon a la Policía porteña de ser poco menos que el Ejército de Gengis Kan y empezaron a cuestionar la autonomía de la ciudad capital y los derechos de sus habitantes.

En menos de una semana ya no se hablaba de las toneladas de pruebas sobre los miles de millones de dólares robados al pueblo argentino, sino sobre la “Batalla de la calle Juncal”, el derecho de la Ciudad de Buenos Aires a existir, o de cualquier otra pavada. Cristina marcaba nuevamente la agenda y aunaba al peronismo; la oposición parecía un hormiguero pateado y los medios se centraban en la vida de los vecinos del barrio sitiado. Y de tanto lloriquear represión, el Gobierno logró reemplazar a la custodia que tenía la vicepresidente, que era de la Policía porteña, por la de la Policía federal “manejada” por Alberto Fernández. Es crucial que el lector retenga este dato.

Cristina sabe que en el tablero judicial está perdida. Tiene muchas causas con muchas pruebas y, con que un porcentaje mínimo llegue a condena, ya alcanza para perder poder, influencia y patrimonio. Así que la construcción de una épica victimista es fundamental, su tablero es el de la política subvertida, fuera de la institucionalidad y de toda lógica. Fueron creciendo en los días subsiguientes las amenazas e insultos a la Justicia, a los opositores y a cualquiera que no se arrodillara ante la razón kirchnerista. Las dos lideresas de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo dictaminaron que ellas “no iban a permitir una condena”. Cristina emulando el Putinstyle se fotografió a las puntas de una larga mesa con íconos degradados del Socialismo del Siglo XXI como Pablo Iglesias o el inefable Premio Nobel de la Paz, Pérez Esquivel. El hijo de Cristina, diputado él, sostuvo con sugerente clarividencia (¡oh, albur del destino!) que el mundo no kirchnerista buscaba la muerte violenta de un peronista.

El kirchnerismo era una máquina de arrojar nafta al fuego, el debate político se había transformado en mera gresca y en ese ardido contexto apareció en escena Fernando Sabag Montiel, alias “Tedi” o “Salim”, un brasileño que llegó a Argentina de niño, tan desesperado por aparecer frente a una cámara que fue entrevistado como transeúnte en cantidad de reportajes callejeros de las más diversas zonas, haciendo de cuenta que salía de un cine o que era el novio de una vendedora ambulante. Sus papeles fueron varios, algunos virales. 

Sabag Montiel fue a la vigilia en la puerta de Cristina el jueves pasado por la noche y a pesar de la nutrida custodia logró apuntarle con un arma a centímetros de la cara. Un militante le agarró del cuello y otro señaló un arma tirada en la calle, a la que pisó para que no se perdiera. Todos los que reaccionaron son del entorno de confianza, pero la custodia oficial…bien, gracias. 

La vicepresidente ni se dio cuenta, según consta en su declaración. Mientras se llevaban a Sabag Montiel, en la puerta de Cristina la cosa siguió como si nada, ella charlando con los manifestantes, la custodia en babia, todo muy normal. Ningún protocolo acorde a un intento de magnicidio se activó. Minutos después la custodia oficial hizo entrar a Cristina a su casa, aunque la vicepresidente se quejaba, y una vez dentro Cristina vio las repercusiones mediáticas y tomó conciencia del incidente. Tardaron en reaccionar las huestes peronistas, pero cuando lo hicieron, lo hicieron con todo. Allí se desató el escándalo internacional y el kirchnerismo homologó el episodio con los magnicidios y atentados más grandes de la historia de la humanidad.

Sabag Montiel está ahora detenido, se negó a declarar y vuelan las versiones sobre su vida y perfil. Los medios tratan de conseguir a algún conocido que diga “algo”, así que se han dicho muchas cosas del hombre que finalmente consiguió la ansiada fama a escala mundial. El jefe de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), Agustín Rossi, lo ha retratado como un “lobo solitario” y según fuentes periodísticas el agresor es imputable, aunque muchos lo señalaron como un loco. Por ahora está siendo acusado como si fuera una persona cuerda, lo que es muy positivo porque, si se tratara de un loco, la ley kirchnerista de Salud Mental lo dejaría suelto y deambulando por las calles. Pero el uso político de este hecho ha llegado mucho más lejos que la simple crónica policial.

Si se entiende el clima previo, se puede dimensionar la forma en la que los acólitos funcionarios, políticos y entongados empezaron a hablar del tema. Alberto Fernández no podía quedarse atrás y esperó a que le dieran permiso para hacer una cadena nacional, en la que declaró que la gravedad de lo acontecido ameritaba un…feriado nacional. O sea, el Gobierno presentaba los hechos como si se tratara del fin del mundo pero no declaró un estado de sitio o un estado de alarma, no: declaró un feriado. Según el propio presidente serviría para que la sociedad se expresara “en defensa de la vida, de la democracia y en solidaridad con nuestra vicepresidenta”. El decreto se firmó a las 12 de la noche, arruinando el día laboral, escolar y médico de millones de argentinos que mayormente se enteraron cuando se despertaron a la mañana. La correlación atentado/feriado es similar a la que existe entre tortilla de papas/velocidad, pero eso no le importó al oficialismo que impuso el feriado para que los empleados públicos, sindicatos y planeros pudieran hacer una gran marcha.

Ocurre que, desde el momento en que Luciani terminó de hablar, el kirchnerismo está tratando de organizar para Cristina una mega convocatoria que asuste lo suficiente al poder judicial bajo la consigna: “Si la tocan a Cristina, qué quilombo se va a armar”. Pero fue recién con la irrupción de Sabag Montiel cuando hasta los más reticentes decidieron ir todos a la plaza a pedir que se deje de “perseguir” a la jefa. Lo que la acusación de Luciani no logró, lo consiguió el patético figurante. Conclusión, el peronismo organizó durante el feriado del viernes una marcha que, si bien no emulaba ni remotamente el 17 de Octubre de Juán Perón, mostraba unidas a sus fuerzas más destructivas de su magma demoníaco y como amenaza fue bastante elocuente. 

Con esto el kirchnerismo consiguió varias cosas: la primera es ofrecer una muestra gratis de lo que puede pasar si se condena a la vicepresidente por el caso Vialidad. Deja claro que su ring no son los tribunales, sino la calle, donde la ciudadanía está inerme. En segundo lugar consiguió barrer cualquier estertor de independencia dentro del peronismo, ahora es el dedo mágico de Cristina el que decide candidaturas, recursos, estrategia y fines. El aparato peronista es, más que nunca, un caniche que la viuda de Kirchner lleva en su cartera para uso personal. 

En tercer lugar, la concatenación de eventos y discursos que concluyeron con la pistola en la cara de Cristina, diluyeron el endeble pegamento que mantenía unida a la oposición. No sólo mostraron sus diferencias, cosa normal en una coalición, sino que mostraron sus flaquezas, miserias y la ausencia completa de un liderazgo razonable. Se acusaron entre sí de las peores cosas y generaron incertidumbre ante un eventual gobierno propio. También desnudó los límites del crecimiento endogámico de una formación sin contacto con las demandas de su electorado. Aún no se dimensiona el daño que la coyuntura de la última semana le infringió a Juntos por el Cambio.

La cuarta cosa que se logró en estos días fue catalizar, para los fieles kirchneristas, que es la entente: oposición-Justicia-medios, la verdadera culpable de atentar contra Cristina. Acá se pone bien enrevesada la cosa, porque este delirio prendió con fuerza en la militancia. No es, según este relato, Sabag Montiel quien empuñaba el arma sino el espíritu del odio antikirchnerista asesino. Y este, a su vez, está plasmado en quienes acusan, juzgan o difunden este odio. Lo más interesante es que la inmensa mayoría del periodismo y los políticos (incluyendo opositores) aceptaron mansamente la tesis de la violencia política como constructora de un “atentado” y sacaron número para ver quién era el primero en repudiar porque “estaba en peligro la democracia”. Hasta se hizo una sesión especial en el Congreso para firmar una declaración conjunta en «defensa de la democracia» convalidando al kirchnerismo como único redactor de narrativa política y social del país. El documento que el peronismo presentó en la Cámara de Diputados era una admisión sin atenuantes de que el odio opositor era culpable de atentar contra Cristina: “Desde hace varios años, la dirigencia política y sus medios partidarios vienen repitiendo un discurso de odio”. Otro acierto del mal.

La estrategia del Lawfare y la “conspiración de los enemigos del pueblo” está bien aceitada, la usaron Evo Morales, Dilma Roussef y Lula Da Silva. Pero fue el empujoncito del accionar de Sabag Montiel lo que redundó en múltiples apoyos que hasta ahora habían sido tibios como los del mismísimo Lula o el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez. Si bien la victimización no conoció techo, el descreimiento de la población tampoco.

Según las primeras investigaciones, Sabag Montiel no tiene ni remota idea de cómo disparar un arma. Hay allegados que hasta sugirieron que el arma que él portaba era de juguete lo que motivó el exitoso hashtag #PistolaDeAgua. El arma secuestrada no tenía sus huellas y fue levantada del piso. Se trata de una vieja pistola Bersa que funciona perfectamente bien y que tenía cinco balas, sin embargo y afortunadamente, el atacante no pudo matar a la vicepresidente, aunque sí tuvo la habilidad de llegar armado hasta su lado. No aparecieron hasta ahora conexiones políticas o delictivas. Poco capacitado el sicario para tomar la decisión de meterse en medio de una manifestación para cometer un magnicidio, con cero posibilidades de huir de la escena.

Según los sondeos de opinión surgidos en las últimas horas, la mayoría de los argentinos no cree en la veracidad del atentado. Múltiples versiones brotan de las redes sociales y los memes se acumulan. No ayudó que el presidente quitara seriedad al asunto, llamando a la militancia a manifestarse en las calles, si creía que había un peligro de magnitud. Para colmo, poco tardó la memoria popular en recordar el exótico evento en el que Cristina Kirchner apareció con la pierna izquierda enyesada y al día siguiente se la fotografió con la pierna derecha usando el mismo intercambiable yeso. Los ejemplos son miles. El oficialismo le ha mentido tanto y con tanta impunidad a la gente, que le está pasando como en la famosa fábula del pastorcito, ya nadie le cree. Menos si la primera reacción es usar el hecho para hacer campaña y señalar como responsable de un delito a la oposición por el sólo hecho de pensar distinto.

En este sentido, tardaron 15 minutos los diputados kirchneristas en intentar instalar la idea de que, dado que es el odio quien “en verdad” gatilló en la cara de Cristina, se deben penalizar los discursos de odio por ley. Pareciera que estaban sentados sobre el proyecto chavista de censurar a todo el que no opine como ellos, una casualidad loca que abre la puerta a la supresión del derecho a expresarse, informarse y a opinar, en virtud de un “bien común superior”. Nada que no se haya visto recientemente. 

Sabag Montiel no puso en riesgo a la democracia argentina, puso en peligro a Cristina, una política importante y vicepresidente elegida democráticamente, que estaba totalmente desprotegida al punto de que llegó a agredirla un imbécil sin ninguna destreza. Pero ella no es “la democracia” ni es “la Argentina”. Es una persona atacada por un delincuente de los que abundan en el país y que padecen los argentinos cada vez con más frecuencia, lo que pasó es tan grave como el asesinato cotidiano de niños en las balaceras de Rosario. En cambio, la completa ineptitud del Gobierno para proteger a los ciudadanos, la corrupción sin límites, la economía destrozada y la jugarreta de sacar hordas vengativas a la calle para impedir un proceso judicial, fomentar el miedo y la censura o tapar el criminal ajuste sobre los sectores productivos eso es directamente el manual antidemocrático chavista. La pregunta hoy es: ¿Cuántos demonios faltarán por aparecer?

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