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EN BUENOS AIRES, ARGENTINA

La VII Cumbre de la CELAC muestra los colmillos de la izquierda en Hispanoamérica

Asistentes a la VII Cumbre de la CELAC en Buenos Aires. Europa Press

Hay pocas cosas menos útiles que los típicos encuentros entre representantes de Gobiernos de países que acuden a foros a hablar durante días de la paz mundial, el correcto funcionamiento de la democracia, el derecho a la alimentación de los pueblos, la contaminación ambiental y cosas así.

La más reciente cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), realizada en Buenos Aires, viene a confirmar esta apreciación. El evento, que demostró el nuevo rostro con el que cuenta una región cargada súbitamente hacia la izquierda tras la realización de varias elecciones presidenciales el año pasado, no llegó prácticamente a ninguna meta concreta.

Esta instancia, fraguada como una de las muchas iniciativas auspiciadas por el chavismo regional para hacerle sombra a foros como la Organización de Estados Americanos (OEA), nació en México en 2010 y tuvo su primera cumbre en Venezuela, ya en 2011. Se supone que busca agrupar a los gobiernos de los países latinoamericanos y caribeños, estando constituida por la representación de 33 naciones.

La presentación en sociedad del dominio izquierdista

Tras el resultado electoral el año pasado en Chile con Gabriel Boric, Honduras con Xiomara Castro, Colombia con Gustavo Petro y Brasil con Luiz Inácio Lula da Silva, es obvio que Hispanoamérica ha virado casi completamente hacia los intereses que representan instancias como el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla.

Paraguay bajo la presidencia de Mario Abdo Benítez, Uruguay mediante la de Luis Lacalle Pou o Ecuador con la de Guillermo Lasso son apenas islotes en medio de un océano de gobiernos y regímenes que cabalgan entre el credo socialdemócrata funcional a la criminal izquierda mundial y las dictaduras abiertamente socialistas que copan el escenario en la región.

En medio de ello esta cumbre fue básicamente una oportunidad para apelar al efecto demostración. Una suerte de vitrina que dejó en evidencia la soltura con la que en la mayoría de los casos tiranos como el cubano Miguel Díaz-Canel e íconos new-age de la izquierda pasada por agua como el chileno Gabriel Boric pueden exhibirse por el mundo vociferando sobre temas que no tienen ni tendrán resolución alguna en el futuro inmediato. Quizá la nota discordante en este sentido la marcó tanto la ausencia del tirano venezolano Nicolás Maduro, como la de su par nicaragüense, Daniel Ortega.

Con la “Declaración de Buenos Aires” -comunicado final del evento- se llegó al punto de pedir al mundo, a través de las Naciones Unidas «poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba», así como dejar en claro el «rechazo a las listas y certificaciones unilaterales», en alusión a la dinámica de sanciones económicas. De igual modo, se blanquearon las negociaciones que actualmente conduce el régimen chavista conjuntamente con un sector de la oposición venezolana y que, al día de hoy, no han arrojado ningún resultado a favor de la restitución de la democracia y las libertades en el país caribeño, sino que más bien han atornillado a Maduro en el poder.  

La respuesta de Uruguay

Justamente por ello se explica la reacción que, casi en solitario, tuvo el mandatario uruguayo Luis Lacalle Pou durante la cumbre. Así, el jefe de Estado reprochó el sesgo ideológico que claramente tiene esta instancia, al tiempo que encaró a los gobiernos -como los de Cuba, Nicaragua o Venezuela- que forman parte de ella y se dan golpes de pecho en nombre de la democracia, pero que puertas adentro en sus países no respetan el más mínimo precepto de la institucionalidad democrática.  

“He escuchado discursos que comparto totalmente, otros que comparto la mitad, y otros que no comparto casi nada (…) claramente hay países acá que no respetan ni las instituciones, ni la democracia ni los derechos humanos. No tengamos una visión hemipléjica (…) según el perfil ideológico”, aseveró el presidente de Uruguay en su intervención.

Planteamientos difíciles de cumplir

Quizá la propuesta que captó más atención durante el desarrollo de la cumbre -por lo ambiciosa de la misma- fue la que plantearon a cuatro manos Lula da Silva y Alberto Fernández, el presidente anfitrión, sobre la posibilidad de establecer una moneda común a nivel regional, creando una comunidad económica similar a la del euro.

El objetivo, en teoría, sería el de fomentar un mecanismo de integración económica que pudiese además reducir la dependencia de estos países del dólar estadounidense. «Hemos decidido avanzar en las discusiones sobre una moneda sudamericana común que pueda ser utilizada tanto para flujos financieros como comerciales, reduciendo costos operativos y nuestra vulnerabilidad externa», dijeron Lula da Silva y Fernández el domingo pasado en una comunicación conjunta.  

Sin embargo, especialistas señalan el hecho de que, aunque la idea pueda sonar atractiva, es poco probable que se materialice. Esto debido a la inestabilidad económica y política a la que habitualmente están sometidos los países de América del Sur, cuyo entramado institucional para echar adelante una iniciativa de este calibre es insuficiente.

La propia Argentina, que se presenta como coautora de esta idea, tiene al día de hoy bajo el Gobierno kirchnernista de Fernández una inestabilidad económica palpable en una inflación anual que cerró el 2022 por encima del 100%, lo cual automáticamente comprometería su participación en una iniciativa de este tipo.   

Vale decir que, de novedosa, esta proposición tiene poco en lo que al campo de la izquierda iberoamericana se refiere. En 2008 el fallecido Hugo Chávez planteó el asunto en la misma línea de lo que hoy refieren Lula y Fernández. De acuerdo al venezolano debía instaurarse en América Hispana el uso de una moneda común, que de paso debía llamarse «Sucre» (en honor a un héroe del proceso de independencia americana), que estaba destinada a acabar con la «dictadura» de del dólar en la región. Por supuesto, aquello se quedó en el mero desvarío ideológico y nunca arrancó seriamente desde el punto de vista económico.

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