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Es un peligroso retroceso a los peores sistemas políticos del siglo XX

Semejanzas entre Argentina y España (V): la asunción del testamento laico globalista (la Agenda 2030)

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al logo de la Agenda 2030.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al logo de la Agenda 2030. Twitter

La Agenda 2030, además de un testamento laico y tedioso, es un peligroso retroceso a los peores sistemas políticos opresores del siglo XX, si bien sus 17 postulados destilan el buenismo que emplean las izquierdas para empatizar con el oído distraído de los pueblos. En los papeles, nadie podría estar en contra de «mantener la paz y seguridad entre las naciones» o de «buscar la cooperación internacional para solucionar problemas globales», que son algunos de los objetivos que declaman. Pero plantear ideales inalcanzables es una estafa a la sociedad global. Suena espléndido, casi como un cuento de hadas si partimos de la afiebrada concepción del hombre nuevo del marxismo. Pero como la naturaleza humana es la que es, con sus luces y sus sombras y la izquierda lo sabe, los burócratas pretenden forzarla y controlarla con medidas y restricciones. 

Ese es el verdadero espíritu de la Agenda 2030. Es interesante destacar que el 10 de diciembre del 1948 la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Declaración Universal de los Derechos Humanos y, pesar del tiempo transcurrido, hay países como Rusia, China, Corea del Norte, Venezuela y Cuba que no respetan esos preceptos básicos de convivencia internacional, lo que parece no importar a la Organización ni a gran parte de la comunidad internacional. Muy por el contrario y, a pesar de esta gruesa irregularidad, la ONU en 2015 se embarcó en nuevos objetivos encarando la Agenda 2030.

La República Argentina se encuentra plenamente identificada con su implementación, según la Cancillería, «el compromiso más ambicioso en materia de desarrollo desde los inicios de la Organización de las Naciones Unidas».

Durante el proceso de negociaciones, el país defendió la necesidad de dar un tratamiento equilibrado a las tres dimensiones del desarrollo sostenible y de aplicar una perspectiva de género y de derechos humanos de forma transversal. A su vez, Argentina contribuyó al proceso de negociaciones que concluyó en la creación del Foro de los Países de América Latina y el Caribe sobre Desarrollo Sostenible, instancia regional de seguimiento y examen de los progresos que se fueran obteniendo en la implementación de la Agenda 2030 a nivel regional. Si de ambiciones se trata, los argentinos siempre fantasean. 

Está clara la ubicación ideológica argentina al respecto, que firmó e impulsó estas acciones durante la administración del ex presidente Mauricio Macri y que posteriormente Alberto Fernández y Cristina Kirchner se encargaron de profundizar. 

Datos curiosos. En el año de 1980 la pobreza extrema (gente que gana menos de $1,90 dólares al día) era del 45% de la población mundial. Para el año 2017 era del 9,2% de la población mundial. Es inevitable destacar que el sistema dominante en el período mencionado ha sido el capitalismo; la mayoría de la propiedad está en manos privadas, las inversiones han provenido de agentes privados, y en general se ha optado por bajar impuestos para permitir el comercio y la inversión. Es importante resaltar que, paradójicamente, casi todos los países del mundo han aumentado su gasto público en el siglo XXI y, a consecuencia de ello, se ha desacelerado la disminución de la pobreza en este siglo.

Sin embargo, la opción que ofrece la ONU no es elegir libre mercado, donde la gente se esfuerce por buscar su propia felicidad. Las medidas enunciadas tampoco contemplan la motivación por el trabajo, el ahorro y la inversión, sino que ponen énfasis en llamar «derecho» a todas las necesidades que puedan surgir en los seres humanos. Un principio bien peronista. 

En lugar de buscar solución a la pobreza con el sistema que ha demostrado funcionar con eficiencia, lo encaran por los medios que siguieron los países comunistas, y que los llevó a las peores hambrunas de todo el siglo XX como pasó en la URSS o en China, es decir, copiar el sistema de centralización y redistribución del que tanto trató de huir Occidente durante la Guerra Fría. 

La mayor productividad comprobada en los últimos años fue gracias a las tasas de capitalización, es decir, cuanto más invierten los empresarios en maquinaria y otras formas de producir de manera eficientes, mayor será lo que se pueda crear en el campo o en cualquier área productiva, pues un tractor, por ejemplo, tiene la fuerza de 100 hombres, y producirá en mucho menos tiempo; por lo tanto, se necesita que las empresas maximicen sus recursos para invertir y se rechacen las medidas que implican quitarles dinero para que los gobiernos impongan las formas que ellos consideren eficientes de manera arbitraria y discrecional.

El otro tema peligroso es el referente al discurso de que se dará especial apoyo a mujeres, pueblos indígenas, agricultores familiares, ganaderos y pescadores; pues no se sabe bajo qué parámetros. Lo único seguro es que los burócratas sacarán recursos de una parte de la población para repartirlos a su personal e ideologizado criterio. 

Por poner un ejemplo de los subsidios estatales: en Europa existe la Política Agraria Común (PAC), que no es otra cosa que un subsidio de los gobiernos a la producción de las granjas, además de comprar en un precio mínimo todos los alimentos que no logren venderse en el mercado, y otros tipos de desarrollos rurales, muy parecidos a la propuesta de la ONU; la evidencia de la intervención viciosa se marca en que el 38% del gasto público de la Unión Europea va destinado al 3% de la población europea que se dedica a dichas actividades. Estas políticas se llevan por delante la más elemental noción de maximizar recursos; son arbitrarias, injustas y sólo consiguen ampliar las brechas que declaman combatir. 

Otro ejemplo: durante la pandemia de COVID-19 ocurrió algo similar. Según estudios de varios países, los hospitales estatales tuvieron cifras de mortalidad mucho más altas que el sector privado, lo que demuestra que el aumento  del gasto público no mejora su eficiencia. Estos y otros datos relevantes están publicados en su informe del investigador Mariano Sánchez Talanquer de la Universidad de California, en San Francisco (USA).

El otro tema que resulta una debilidad para los agentes de esta Agenda de falso progresismo es la palabra «empoderar». Pasados algunos años en el intento de instalar que se trata de medidas que favorecerían a las mujeres, hoy queda claro que es más una burda  propaganda feminista que un auténtico esfuerzo por mejorar sus vidas. Es necesaria una reflexión: el único que tiene poder sobre los individuos es el Estado (quien ejerce el monopolio de la fuerza) por lo tanto este «empoderamiento» será otorgado por un poder estatal. Sin embargo, este monumental presupuesto gubernamental no ha hecho bien su trabajo de ayudar a la mujer y su seguridad, ni siquiera en disminuir la violencia contra ella; por lo tanto cabe ponerse a pensar que, hasta el presente, el «empoderamiento» femenino es solo una expresión de deseo al servicio del feminismo. 

El otro tema clave de la Agenda 2030 es el del «Desarrollo Sostenible». El hombre ha probado a través de la historia que crea formas de producir sin contaminar y que desarrolla técnicas y tecnologías que capturan de la atmósfera el CO2 y lo reutiliza de forma limpia; que es capaz de incrementar la oferta de energía y reducir progresivamente la contaminación, si la ONU le deja. Por lo visto, China no cree en esa capacidad humana.

Por eso lo que hace este objetivo no es otra cosa que anular y eliminar el derecho de muchos países, sobre todo de los más pobres, a disponer de energía. Se ha prescindido frívolamente de prospecciones de yacimientos de petróleo y gas, de infraestructuras hidráulicas y de energía nuclear sin dedicar un minuto a pensar que la escasez y encarecimiento de la energía castiga a millones de personas al no tenerla para sus hospitales y escuelas, condenando a millones de seres humanos al empobrecimiento y la miseria. Estas políticas están generando escasez y, consecuentemente, encarecimiento de productos. Ese efecto, suponemos no querido, no lo mencionan los voceros de la Agenda 2030. 

La ONU también pontifica sobre la justicia sin pedir que sea independiente ni reclama por las víctimas de Vladimir Putin, por ejemplo. La propia organización que da clases de cómo debe ser la justicia para el 2030 incumple con el más elemental derecho que es aquel que protege la vida ya que no ha reaccionado contra quienes ignoran sistemáticamente la Declaración de Derechos del Hombre.

En la misma línea de Argentina, el Gobierno socialista de Pedro Sánchez ha abrazado los postulados de la Agenda 2030 con fidelidad religiosa y, entre otras acciones, para mostrar su compromiso, ha volado centrales de generación de energía. 

Por estos días prepara una reunión previa a la Cumbre de la ONU  cuyo objetivo es declarar explícitamente la alineación de España a dicha Agenda. El presidente del Gobierno ha apostado por afianzar las relaciones entre partidos de gobierno progresistas con un nuevo foro de la Internacional Socialista previo a la Cumbre de Naciones Unidas de septiembre, una cita que espera que sirva para «reivindicar conjuntamente la Agenda 2030».

VOX, en cambio, define la Agenda 2030 como una herramienta de adoctrinamiento. El líder del partido ha instado al Gobierno a detener la voladura de centrales térmicas y al Congreso a derogar la Ley Climática, a la que califica como «un auténtico suicidio para los españoles». Así, Santiago Abascal ha denunciado que la dependencia energética a la que se encamina España es un plan ideado por el socialismo al que el Partido Popular tampoco se opone. 

El proyecto de VOX es emplear todas las fuentes de energía posibles, ahora y en el futuro, para conseguir una energía barata, sostenible, eficiente y limpia de manera de obtener la independencia energética que hoy la guerra iniciada por Rusia contra Ucrania demuestra imprescindible. 

En una apretada síntesis, la Agenda 2030 pretende crear un gobierno supranacional que, por encima y las identidades y soberanías nacionales, defina las políticas de los estados, controle sus legislaciones y hasta la manera de gestionar sus ingresos, proyecto del que no está exenta la intervención, regulación y manipulación de la educación de nuestros niños. 

Nuevamente se ponen de manifiesto las coincidencias entre los gobiernos socialista de España y peronista de Argentina. Y una vez más urge señalarlo, porque la Madre Patria está a tiempo de preguntarse si es ese el rumbo que desea para su nación; debe extirpar esos agentes de la decadencia y la dependencia que se proponen destruir el alma de su sociedad. Si aún les queda alguna duda, simplemente pueden encontrar todas las repuestas mirándose en el espejo de Argentina.

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