«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

No todas las monjas son iguales. Afortunadamente

Día gloriso para las clarisas de Soria. El Papa ha reconocido las virtude heroicas de la que fue priora o abadesa de la comunidad, la madre Clara (1902-1973), muerta en olor de santidad y pieza fundamental de un convento que sigue sus huellas. Ancianas, mayores, medianas, jóvenes, novicias y postulantes son una fotografía que da gusto verla. Y han fundado ya dos comunidades en África. Ese es sin duda el camino que tantas otras se niegan a recuperar. Y así le va. 

Cuando murió la madre Clara prácticamente toda Soria acudió a su velatorio y las hermanas tenían que turnarse en horas de pasar ante el cadáver rosarios, medallas, estampas, pañuelos… de multitud de fieles que estaban convencidos de que se había muerto una santa. Y cuyo camino a los altares ha dado un paso fundamental. 

Es sabida mi alergia a las monjas deshabitadas. Sin duda buenísimas algunas de ellas. Pero qué raro es hoy, si es que se diera, el sentimiento unánime de una ciudad de que se había muerto una santa. Y filas interminables de fieles queriendo que algo de ellos tocara su cadáver. Pérdida de fe, sin duda, en los fieles pero también falta de santidad reconocida en la muerta.

Día hermoso para las Hermanas Pobres de Santa Clara de Soria. Y también para la diócesis. Su obispo, Don Gerardo Melgar, vivió un día feliz en la beatificación del hasta entonces, y tras tantos años,  venerable Palafox. Estuve en el acto y rebosaba contento. Dios quiera premiarle su entrega pastoral, verdaderamente encomiable, con una segunda beatificación soriana. Y si ya el que la presidiera fuese el cardenal Amato, ojalá sí, se quedaría asombrado de tener que oficiar dos beatificaciones en una diócesis humilde por su población pero no en santos ofrecidos al cielo. Y en el horizonte está también la venerable madre Ágreda que Dios quiera también caiga pronto. O, mejor dicho, suba también pronto a los altares.

  

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