«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la semana

Del cambio climático a los pasos de cebra «inclusivos»

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Confinados por el cambio climático. El verano es tiempo de asueto, de alguna lectura distraída y siestas longitudinales. Momento rendido a la voluptuosa vagancia, esa que afloja los cuerpos y se deja llevar por acontecimientos poco trascendentales. Pero de enorme importancia, claro. Hay ritos fijados, la cerveza a mediodía, el crujir de la patata frita y la ensoñación de la sempiterna paella que vendrá cuando al cocinero le de la gana. Esto ha sido siempre así, aunque el mundo está cambiando. Digamos que hay sujetos empeñados en los terribles problemas mundiales, acuciantes. ¿Qué es eso de tener a millones de españoles tumbados frente al mar, leyendo el Marca y planificando una mariscada para cenar? El cambio climático es un estado mental que necesita de una constante tensión. No se puede aflojar. Y para ese trabajo, nuestras estrellas de la comunicación ejercen de pepito grillo goebbelsiano. Habría, dicen, que reducir la población mundial, se entiende que de europeos, los cenizos del asunto. No los chinos o los hindúes, cuyas fábricas no contaminan y sus ímpetus demográficos son de una responsabilidad ejemplar. Algunos también sueñan con un nuevo confinamiento, ramalazo autoritario incontenible. La ciencia ha sido secuestrada; sus voces críticas, canceladas. Y mientras tanto, el machaque neuronal no cesa. A Málaga llegará en breve un pedazo de iceberg y será mostrado en la calle a todo el mundo, mientras se derrite. El fin de esta nueva imbecilidad sería concienciar a la gente. En realidad, es una buena metáfora de cómo acabaremos todos si no lo remediamos. Si, perentoriamente, no les damos una no tan metafórica patada en el culo a quienes intentan someternos.

Imaginativas soluciones. La creatividad de los histéricos climáticos no conoce límites. Como parece que echar pintura sobre una obra maestra del Barroco es poco eficaz, aunque tremendamente cargante, la idea radical que corre por las cabezas pensantes del ecologismo woke es talar árboles. Sin plantas no habrá incendios, que dan un calor espantoso. Tampoco fauna, ni bellos paisajes, pero qué más da. Podrán ser substituidos por maravillosas extensiones de placas solares, pingüe negocio para ciertas compañías. La estafa resulta harto descarada: de unos años en que se nos decía que la desertificación de España era imparable, la cosa ha derivado en un excedente verde. Resulta que tenemos un 70% más de bosques que en 1978. 

Cebras inclusivas. Si la izquierda sistémica ha conseguido situar el debate, o monólogo mundial, en cuestiones de identidad, no hay día en que un politiquillo no se postule para medalla al más idiota. El mérito, esta semana, lo han ganado las autoridades de Bruselas, que, con un presupuesto de 65.000 euros, van a pintar varios pasos de cebra con la banderita arcoíris. Eso les hará más inclusivos y el mundo será, sin duda, mucho mejor. Piensen que, cada vez que una señora con el carrito de la compra o aquel oficinista rumbo al trabajo pisen los colores LGTB, una súbita y correcta conciencia sobre la sexualidad ajena invadirá sus cabezas. Yo propongo una pequeña descarga eléctrica (un wokelectroshock) que se active cuando pisemos por allí. La manía de colorear calles tiene en Colau su precedente más innovador. En Barcelona, ciudad modelo de las ocurrencias más absurdas e infantiloides (en sintonía mental con la alcaldesa y sus equipos), ya se decoraron espacios públicos con ese gusto lamentable de chiquiparc. Otra manera de tratar al ciudadano cual mocoso, y no como a un adulto. Cosas de una democracia madura, la nuestra, según dicen.

Calatayud. Escribe una columna Jaume Vives sobre Calatayud. Una visita breve a la ciudad que baña el río Jalón. Describe un panorama casi como del Austin en decadencia. Cita a unos borrachos y drogadictos, las casas cerradas y el Mesón de La Dolores, amiga de hacer favores. Claro, quien conoce el lugar (y es mi caso) no puede sino enfrentarse a semejante inventario, que será muy efectista pero también de trazo grueso, muy grueso. Nada del paseo repleto de veladores, de la bonita y antigua plaza de toros, de los palacetes restaurados, de sus magníficas iglesias (¿y de la Basílica del Santo Sepulcro o los frescos de Goya?), del arte mudéjar. En San Pedro de los Francos, Fernando fue nombrado heredero de la corona. Que el querido Jaume fuera a cenar al bar de la estación de autobuses, estando el restaurante Lío o Escartín, no tiene perdón de Dios. Aunque fuera por no disponer de buena información. Y sí, existe una sociedad bilbilitana que sigue siendo decente, conservadora, diligente y, sobre todo, rica en su sensibilidad y legendaria retranca. Hay caza, hay golf, hay militares, está la OJE; hay señoras que toman martini por la tarde y hasta un hotel que fuera convento; excelentes chuletillas de lechazo, madejas, ancianas viñas de garnacha y modernas bodegas de vino. Y paseos bajo los álamos, como una decadencia proustiana. Jaume, debes volver.  

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