La bolsa no se hundió, sino que inició una escalada que parece no tener fin, creció la economía, bajo el paro…
Era imposible que ganara la nominación repubicana, luego fue imposible que alcanzara la Presidencia -hay análisis y declaraciones para sacar los colores a tres cuartos de la clase política y a virtualmente todo el estamento mediático- y, finalmente, era imposible que sobreviviera un año en la Casa Blanca, al menos sin llevar a América al caos y el desastre.
Bien, pues estamos a las puertas de 2018 y allí sigue Donald Trump, como el dinosaurio de Monterroso. Su popularidad no está aún lo bastante alta como cabría desear en un presidente durante su primer año de mandato, pero bastante por encima de la de su rival electoral, Hillary Clinton, no digamos de la de su enemigo real, los grandes medios de comunicación.
La bolsa no se hundió, sino que inició una escalada que parece no tener fin, creció la economía, bajo el paro y el propio presidente, habiendo cumplido más promesas electorales que ningún predecesor reciente, se dejó en el tintero la más emblemática, la que atrajo sobre él la atención de multitudes y la que sus enemigos convirtieron en símbolo de sus resistencia: el muro con México.
Y hablando de sus enemigos, no puede decirse que pasarse un año bombardeando figurativamente la Casa Blanca les haya dejado en una buena condición. Su obsesiva esperanza, la ‘trama rusa’ que investiga el ex de la CIA Robert Mueller, en lugar de desprestigiar a Trump, está haciendo añicos su propia credibilidad, dejando en ridículo a los medios y, de rebote, suscitando sospechas sobre los propios rivales del presidente. Un desastre sin paliativos.
Mueller, si no quiere ver comprometido su papel más allá de lo tolerable, tendrá que empezar a hacer preguntas incómodas sobre la colusión con Rusia del equipo de Hillary, por no hablar de ese oscuro asunto protagonizado por la ex presidente de la Convención Nacional Demócrata, Debbie Wasserman-Schultz, y su responsable de Tecnología Informática, Imran Awan.
La ‘trama rusa’, sin embargo, está sirviendo otros propósitos más siniestros: al modo de la vulgata sobre el ‘cambio climático’ y a pesar de la ausencia de toda prueba o indicio sólido, se está usando para marginalizar de la ‘opinión ilustrada’ a todo aquel que descrea o se muestre escéptico, un medio para reconocer al disidente y purgarlo.
Cuenta la periodista de investigación Caitlin Johnstone que The Daily Beast, publicación cuya firma editora tiene a Chelsea Clinton en su consejo de administración, publicó hace poco un reportaje titulado ‘Troll del Kremlin escribía para sitios de extrema izquierda americanos’ que luego promovió en Twitter con comentarios tales como «¿Recordáis esos comentarios de odio hacia Hillary que leisteis en sitios de izquierdas durante las elecciones? Algunos de ellos se escribieron en Moscú». El Daily Beast blurb también se dedicó a propagar a bombo y platillo el último y fallido ‘hallazgo espectacular’ sobre la trama rusa publicado por el diario favorito de la CIA, en Washington Post.
Pero si todo el hurgar en la basura de Trump no está dando los resultados apetecidos, no sucedo lo mismo con respecto a su vieja enemiga, Hillary Clinton. La investigación sobre el acoso a una menor de Anthony Weiner, ex diputado demócrata y cónyuge de la ‘factotum’ de Hillary, Huma Abedin, sigue en marcha, y el Departamento de Estado hizo públicos correos de la cuenta de Abedin hallados en el portátil de Weiner.
Fue el descubrimiento de estos correos en el ordenador de Weiner lo que obligó al entonces director del FBI, James Comey, a reabrir la investigación sobre los extraños tejemanejes de Hillary Clinton con su servidor una semana antes de las decisiones, algo que, según los clintonitas, decidió el voto contra la candidata.
De los 2.800 documentos hechos públicos por el Departamento de Estado, al menos cinco tienen la etiqueta de ‘nivel confidencial’, el tercer nivel de secreto a efectos de la Administración. Datan de 2010 a 2012 y hacen referencia a discusiones con líderes de Oriente Medio y Hamas.
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