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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Compórtese u olvídese de la paz: Trump le ve el órdago a Kim Jong-un

Si Pyongyang quiere la paz, perfecto: Estados Unidos está más que dispuesto. Pero no será en el campo de juego retórico que prepare el régimen y se hará dejando claro al mundo que Kim Jong-un ha pedido las cosas por favor.

«Tristemente, me he visto obligado a cancelar la Cumbre en Singapur con Kim Jong Un», anunciaba ayer jueves Donald Trump en lo que se ha convertido en su canal habitual para dirigirse a su conciudadanos, la red social Twitter.
No es que sea exactamente una sorpresa. Desde el anuncio del ansiado encuentro, en las últimas semanas hemos asistido a un ‘crescendo’ de declaraciones cruzadas cada vez más agresivas y hostiles entre ambos país que culminaron la noche del miércoles, cuando un alto funcionario norcoreano se refirió al vicepresidente Mike Pence como un «monigote político» y advirtió que si América cancelase la cumbre con Pyongyang se enfrentaría a un «duelo de potencia nuclear a potencia nuclear».
Trump, que ha basado su estrategia con el régimen juche en una combinación de agresivas balandronadas con súbitas cesiones cargadas de amabilidad, no podía dar la sensación de que se achantaba ante tan descarada amenaza, y ha cancelado la cumbre en una carta pública dirigida al líder norcoreano que reproducimos a continuación, como ya hemos informado en La Gaceta.
La carta tiene una estructura clara. Empieza advirtiendo que, si Corea del Norte tiene armas nucleares, a Estados Unidos les salen por las orejas, «y ruego a Dios para que nunca tengan que usarse»; sigue con cierta ironía, agradeciendo la liberación de tres prisioneros americanos y expresando su deseo de que pueda reunirse en alguna ocasión con Kim Jung-un, como si hablara con un antiguo compañero de universidad; subraya que la parte que más tiene que perder en este fiasco no es Estados Unidos, sino la propia Pyongyang, y termina con un «ya si eso», asegurando al líder norcoreano que si alguna vez cambia de actitud, ya sabe dónde le tiene.
Es decir: Trump le ha visto el órdago y le ha dejado meridianamente claro que no le va a aguantar sus habituales pataleos y actitudes chulescas. Si Pyongyang quiere la paz, perfecto: Estados Unidos está más que dispuesto. Pero no será en el campo de juego retórico que prepare el régimen y se hará dejando claro al mundo que Kim Jong-un ha tenido que apearse de la burra y ha pedido las cosas por favor.
¿Y ahora? Ahora, habrá que ver cómo responde Kim. Ya ha escenificado la paz con su vecino del sur, con una declaración conjunta llena de buenas palabras, deseos de armonía, sonrisas y saludos fraternales. Quedarse sin la ansiada cumbre, en la que se sentaría, al menos en apariencia, de igual a igual con la única hiperpotencia mundial, quizá sea una frustración demasiado grande a estas alturas de la película, después incluso de la entrega de prisioneros.
Después de todo, Trump tiene razón cuando insinúa que para Estados Unidos este es uno más de los muchos conflictos que acaparan su atención internacional, mientras que para el norcoreano es el mayor, el único realmente crucial, la gran ocasión de incorporarse a la comunidad internacional como un Estado más o menos normal.
Eso, decimos, sería lo normal. Pero Corea del Norte es cualquier cosa menos normal, y el régimen se basa en un supremacismo que no puede dejar de ofenderse hasta el tuétano por el trato displicente que le dispensa Trump.

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