«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
EL PAÍS lleva medio siglo de caída en su tasa de natalidad

El invierno demográfico: Japón como laboratorio

Foto de Ryoji Iwata en Unsplash

Hace un par de años se estrenó la película japonesa Plan 75, una distopía cuyo argumento era el siguiente: frente al drama de una cantidad creciente de personas viejas y aisladas que se volvían una carga para la sociedad, el Gobierno de Japón implementaba una política pública que consistía en la eutanasia voluntaria para todos los mayores de 75 años como una «solución» al invierno demográfico. En la trama, el plan del gobierno se presentaba como una solución luminosa: en lugar de ser una carga que agota los recursos, cualquier persona de 75 años podía ponerse en las manos protectoras y eficientes del Estado y escaparse sin dolor ni gastos. Habría planes según el poder adquisitivo del eutanasiado y atención personalizada para ir llevando el tema administrativo ordenadamente hasta el momento en el que el Estado asesinara al ciudadano en su propio beneficio. En la película subyace como factor motivador para la elección de la eutanasia la preocupación por no ser una carga y el miedo a una muerte solitaria. La película es desgarradora al describir la descomposición social y la tristeza que surge de un país sin juventud ni familias, donde las personas viven y mueren solas. La directora, Chie Hayakawa, describió a la película como «demasiado real para ser ciencia ficción».

Plan 75 acierta en pintar a una sociedad envejecida y aislada respecto de los vínculos. Japón lleva medio siglo de caída en su tasa de natalidad y con la consecuente destrucción de la familia como sistema nuclear de socialización. En 1974, la tasa de fertilidad cayó por debajo del umbral de 2,07 hijos, que es el que permite el relevo generacional. Desde entonces no ha parado su decadencia y la demografía se ha convertido en su sentencia. El número anual de recién nacidos fue un boom en la posguerra entre 1947 y 1949, y en de nuevo entre 1971 y 1974. Pero los tiempos cambiaron y hoy la situación es muy diferente.

Según una publicación reciente, en 2023 nacieron en Japón 758.631 bebés, número parecido al promedio francés, por ejemplo, pero con una población dos veces mayor. Japón tiene una población de 123 millones de habitantes, pero el porcentaje de ellos que es viejo es cada vez mayor y los trabajos reservados a los jóvenes están en riesgo. Por ejemplo, la edad promedio de quienes trabajan en la agricultura es de 67 años y la de los soldados es de 36. Son viejos los administrativos, los comerciantes, los políticos, los profesionales, los obreros y son viejos quienes atienden a los viejos. Los especialistas sostienen que el 2024 es «el año del shock» debido a que todas las industrias se enfrentan a una escasez de mano de obra.

Los matrimonios también disminuyeron. En 2023 se casaron 30.000 parejas menos que el año anterior y el número de muertes alcanzó la cifra récord de casi 1.600.000, por tercer año consecutivo. En 2024 el país enfrenta el decimoséptimo año consecutivo de disminución natural de la población y la mayor caída jamás registrada. Las cifras son alarmantes, las escuelas primarias y secundarias cierran de a decenas anualmente ejemplo de los millones de habitantes que pierde el país a pasos agigantados y que no logra reponer. En Niigata, los artistas contemporáneos Christian Boltanski y Jean Kalman crearon la obra emblemática The Last Classroom, una instalación que representa una escuela primaria abandonada poblada por «niños por nacer», donde las bombillas eléctricas parpadean como velas.

¿Por qué está disminuyendo la tasa de natalidad?, Japón parece un experimento acelerado del drama que registra casi todo el mundo. China y Corea del Sur también enfrentan una tasa de natalidad descendente y según las estadísticas los 15 países más ricos según su PIB tienen tasas de fertilidad por debajo de la tasa de reemplazo. Alemania e Italia sufrirán una caída del 70% en su tasa de natalidad en apenas tres generaciones. Según las estadísticas de Naciones Unidas, Banco Mundial, etc son mayoría los países que se alejan cada vez más de su tasa de reposición. De continuar la tendencia, para 2050 Hong Kong y Corea del Sur superarán a Japón con más del 40% de personas mayores de 65 años y España ocupará el quinto lugar con más de 36%. Pocos lugares, por ejemplo el África subsahariana, se salvan de la tendencia; pero en mayor o menor medida, la población de todos los países vive hasta edades avanzadas y está teniendo menos hijos. El envejecimiento demográfico es un fenómeno mundial.

El Jefe del gabinete nipón, Yoshimasa Hayashi, declaró recientemente que: «El período que transcurrirá aproximadamente durante los próximos seis años hasta la década de 2030, cuando la población más joven comenzará a disminuir rápidamente, será la última oportunidad de que podamos revertir la tendencia», y continuó Hayashi «no hay tiempo que perder«. La alarma está justificada, el único segmento de la población que aumenta, los mayores de 65 años, se benefician de la mayor atención por parte del gobierno, ocupado en resolver la financiación de su vejez y entonces, paradójicamente son los niños quienes terminan resultando «caros». La mitad de las personas solteras menores de 30 años en Japón no quiere o no se siente capaz de tener hijos. Los encuestados sostienen que el costo de la crianza de los hijos es una de las razones por las que no tenían interés en tener hijos, pero esos costos son consecuencias y no causas.

Un país sin niños ni familia no puede ni tiene la fuerza ni para producir ni para defenderse, no es una cuestión sentimental o moral, es política. Casi el 30% de la población tiene más de 65 años, y uno de cada diez tiene más de 80 años. En consecuencia, el porcentaje de población activa es menor al 59%, aún cuando el 13% sigue trabajando pasados los 65. Japón supo ser una de las primeras economías del mundo pero año a año se va estancando debido al problema demográfico que está a escasos años de ser irreversible para la sostenibilidad del sistema de seguridad social.

Existen numerosas propuestas relativas al aumento de la edad de jubilación pero esas políticas no solucionan la letal pirámide poblacional invertida que es la verdadera encrucijada. El primer ministro, Fumio Kishida, hizo recientemente declaraciones desesperadas frente a lo que llamó «la mayor crisis que enfrenta Japón». A fines de enero de 2024 el gobierno declaró que era fundamental para el país revertir la tendencia en los próximos media docena de años. El plazo es desesperado porque los pronósticos lo son.

¿Qué ocurre en el tejido social de un país sin familias y sin niños? En febrero de 2021, Japón debió crear un ministerio destinado exclusivamente a combatir la soledad y el aislamiento. La medida se explica por el clima de angustia y soledad que es un fenómeno social creciente. En Japón el número de personas aisladas y de suicidios es uno de los más elevados del mundo porque una de las consecuencias lógicas del invierno demográfico es un aumento de la soledad, hecho que determina también la despoblación del campo y de los pequeños pueblos ya que la gente mayor migra a las megaciudades, mucho más adaptadas a sus necesidades y prefieren vivir en torno a núcleos urbanos cada vez más concentrados.

Las condiciones de vida que surgen de esta concentración son igualmente deprimentes. El tamaño medio de las viviendas se reduce de forma permanente, al igual que el tamaño de envases de los productos de limpieza, los alimentos y hasta los servicios se reinventan para el consumo de personas solas. Bares, servicios de transporte, turismo y hotelería, todo se va adaptando para el uso de clientes sin pareja, amigos ni familia. Incluso el consumo suntuario se acopla a las necesidades y se convierten en placeres solitarios. Incluso el karaoke, típico divertimento de la sociedad nipona, actualmente se ha adaptado y más del 40% de las reservas son para una sola persona. Las nuevas compañías de karaokes individuales, reemplazan las amplias salas de antaño por salones individuales del tamaño de un baño donde el cliente puede cantar exclusivamente para sí mismo.

El número de hogares «familiares» está disminuyendo, pero el número de hogares unipersonales crece sin parar. Entre las personas mayores que viven solas en Japón, el 15% habla con una persona o menos cada quince días, mientras que alrededor del 30% siente que no tienen «personas confiables» a las que puedan recurrir. Estas tristísimas cifras surgen de la encuesta realizada por el Instituto Nacional de Investigación de Población y Seguridad Social de Japón, y describen el drama de la soledad que ha estado ganando el alma del país. La proliferación de mascotas parece ser un placebo redituable ya que es un mercado en auge, con millones de perros y gatos convertidos en «hijos» y «nietos» adoptivos que requieren su alimento especial, sus actividades, servicio de salud, cochecito de paseo, ropa y juguetes.

Pero los perritos y gatitos son apenas un parche, en cambio existe un debate social cada vez más creciente. Los japoneses lo llaman el «kodokushi«, y se refieren a la muerte solitaria en la propia casa que pueda pasar inadvertida durante tanto tiempo que implique la descomposición. La directora de la película Plan 75 contó que, mientras componía al personaje principal, descubrió que la mayoría de las personas mayores que entrevistó veían al Plan 75 con buenos ojos porque muchas temían el kodokushi, que resulta un escenario cada vez más común. La sola idea de la descomposición corporal, vergonzosa e indecorosa, hace que la perspectiva de una eutanasia limpia y ordenada resulte más seductora.

Los especialistas sostienen que son muy variadas las causas por las cuales, en Japón, los lazos sociales como el parentesco y los referidos a la integración y cohesión comunitaria se han debilitado de forma tan pronunciada, pero, como ocurre en Plan 75, frente a la muerte dicho debilitamiento se vuelve una tragedia conmovedora. El envejecimiento poblacional no es ninguna novedad, pero cuando lo vemos concentrado, acelerado, descompuesto en todas sus características, miserias y perspectivas resulta demoledor.

Resulta sencillo achacar las culpas a las condiciones económicas. La profesora de economía en la Universidad de Harvard, Claudia Goldin, ganó el Premio Nobel de Economía por estudiar «las brechas de género» pero a contramano de la narrativa falaz acerca de que las mujeres perciben menos dinero que los hombres por el mismo trabajo, fue hacia una explicación que es la base de una corriente mucho más corrosiva que un barato sofisma feminista. Sostuvo que hombres y mujeres tienen ahora niveles iguales de educación y que por lo tanto, el asunto de la desigualdad salarial quedaría zanjado. En cambio, la decisión de las mujeres de ser madres implica que no puedan aceptar trabajos que les impliquen una dedicación completa y exhaustiva y que renuncien, en consecuencia, a aspirar al tope de sus opción laborales por «culpa» de la crianza de los niños. Sin embargo, en sus estudios Goldin describe momentos históricos de alta tasa de natalidad en los cuales las mujeres estaban muy integradas al ámbito laboral. Si bien el trabajo de Goldin desmonta el mito feminista de la opresión salarial, sostiene a su vez que la formación de una estructura social institucionalizada para una procreación responsable, esto es «casarse y tener hijitos» es una forma de sometimiento femenino, a los ojos de la laureada economista. No llama la atención, es más, es en los círculos más educados y pudientes es donde abunda cierta perspectiva «ecológica» y «anticonsumista» que sostiene que tener hijos es una irresponsabilidad social.

En consecuencia, la perspectiva económica, como se ve en el caso japonés que posee programas gubernamentales destinados a paliar económicamente el problema, es al menos parcial o está tergiversada. Existe una cuestión cultural que atraviesa la «mente común» de las sociedades que están decreciendo. Pero se trate de tradición, miedo, desconfianza, ideología, economía, hedonismo, aislamiento o cualquier otro diagnóstico o culpa que se quiera enarbolar, la cosa es que es una tendencia en progreso. Un mundo sin niños alrededor de los cuales se organice un sistema de vínculos protectores, eso que habitualmente llamamos «familia», se muere. Esto no es una defensa ética o política de «la familia» o de la «procreación» por cuestiones ideológicas. Es sólo una demostración de lo que ocurre culturalmente por negativizar dichos conceptos y por alejarlos del aspiracional. Es matemática, es biología. Es analizar el virus en el laboratorio, con Japón como el paciente cero.

+ en
.
Fondo newsletter