¿Recuerdan la investigación emprendida por el fiscal especial Robert Mueller sobre la famosa/infame ‘trama rusa’? Si la respuesta es «no», no les culpo: todo el mundo se había olvidado de ella.
Pero resulta que ya tiene sus primeros imputados: el que fuera (brevemente) jefe de Campaña del ahora presidente Trump, Paul Manafort, y su segundo, Rick Gates, acusados, entre muchas otras cosas, de haber trabajado para los prorrusos de Ucrania.
Manafort ha decidido entregarse voluntariamente a las autoridades del FBI.
¿Ahora sí que sí? ¿Han conseguido, al fin, poner definitivamente a Trump contra las cuerdas, tras una incesante búsqueda de motivos para echarle de la Casa Blanca desde el primer minuto?
En principio, no. El presidente, en su medio ya habitual de dirigirse al pueblo americano, la red social Twitter, ha recordado que todos los cargos contra Manafort se refieren a actividades anteriores a la dirección de su campaña (al tiempo que echa balones fuera recordando los desmanes de Hillary, aun por sustanciar), y ha insistido en que no ha habido «COLUSIÓN» (así, en mayúsculas).
Bueno, sí, claro. Pero la ‘trama rusa’, que ya hasta los medios más recalcitrantes habían relegado a un piadoso olvido, ha resucitado con enorme -y comprensible- vigor.
Veamos los cargos:
Mafort y Gates ocultaron que habían trabajado para el ex presidente ucraniano Victor Yanukovych, para su Partido de las Regiones y para el Gobierno ucranianos desde 2006 hasta, al menos, 2016.
Manafort blanqueó más de 18 millones de dólares para financiar lo que la imputación llama «su lujoso estilo de vida»: propiedades inmobiliarias por valor de millones de dólares, coches de lujo, antigüedades, etcétera. El ministerio fiscal le acusa, además de haber defraudado a los bancos que le concedieron créditos y de no declarar al Departamento del Tesoro sus cuentas en bancos extranjeros.
Tras aparecer en prensa parte del trabajo que ambos habían hecho en Ucrania, falsificaron cartas y documentos para procurarse una explicación exculpatoria y verosímil frente al Departamente de Justicia.
Para esconder sus activos, ambos ‘socios’ controlaban docenas de sociedades pantalla en Chipre, las Granadinas y Gran Bretaña. También en Estados Unidos, en Delaware, Virginia y Florida.
Como se ve, nada que tenga que ver ni remotamente con Trump.
¿Entonces, a qué vienen esos bailes de victoria de la oposición, especialmente la mediática? ¿Por qué se ocupa Mueller de esos presuntos delitos de Manafort que nada tienen que ver con lo que supuestamente investiga, las conexiones de Trump con el Gobierno ruso para manipular las elecciones presidenciales?
Si hemos de creer a Alan Dershowitz, catedrático de Derecho de la Universidad de Harvard, sería un modo de llegar a Trump. «Lo que le están diciendo [a Manafort] es: «te tenemos cogido, pero no nos interesa todo eso, y si puedes decirnos algo sobre Trump, su campaña y y una conspiración, podrás evitar la cárcel», declaró en la Cadena Fox.
Para Dershowitz, lo que pretende el fiscal Mueller es ver cómo cae «la primera ficha del dominó», ver si lleva a la caída de otra, y luego otra, hasta llegar al propio Trump.
El riesgo que señala Dershowitz es que en casos así, frecuentes en la labor de los fiscales, a menudo se anima indirectamente al acusado, que se ve con la soga al cuello, a contar cualquier cosa para librarse, sea o no cierta. «Si puedes escapar del peligro entregando a algún otro, siempre hay un abogado que te ayudará a intentarlo», señala Dershowitz.
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