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En España supone el 55% de la población frente al 61% promedio de la OCDE

Las consecuencias fatales del ocaso de la clase media

Icarus Chu. Unsplash

La clase media occidental ha alcanzado una fase de contracción con efectos severos sobre la estabilidad socioeconómica de las naciones y las personas. Su creación y ampliación asentó las bases sólidas para un crecimiento y estabilidad constantes que permiten el desarrollo económico general, además de implantar en la sociedad la tan buscada sensación de seguridad ante el futuro. En un mundo en el que los cambios se producen cada vez más rápido y en el que muchas personas se quedan atrás por falta de preparación u oportunidades, la sensación general de que el país tiene un destino y el capitán a los mandos ejerce un liderazgo suficiente para llevarlo a buen puerto no sólo es algo deseable, sino imperativo.

En los últimos decenios, la consolidación de esos pilares ha permitido afianzar y ampliar la clase media. Para los puristas, es cierto que eso ocurre en los años 60 del siglo pasado con cierto aperturismo económico, pero de nada hubiera servido si en los años anteriores no se hubiese reconstruido el sector industrial nacional para después poder competir con mayor fuerza. De una u otra manera, el poder económico nacional y la deuda reducida permiten menos impuestos y, por lo tanto, una mayor expansión. La dinámica de la distribución internacional del trabajo, sumado a la inmigración masiva, empeora la calidad de vida general al perder la nación el control sobre su propio futuro económico. Esto se puede ver de manera especial cuando ocurren los conocidos como «cisnes negros» que, en ocasiones, son blancos. Ejemplo de esto es la crisis de 2007-2008, una de las crisis cíclicas del capitalismo en su dinámica expansión-contracción.

Las estadísticas dicen que España era la octava potencia industrial del mundo en 1975. Seguramente, de haberse protegido la industria nacional hoy el país contaría tendría una mayor fortaleza económica y una clase media más robusta y estable que la actual. La división internacional del trabajo afectó a esto como ningún otro factor.

Clase media e impuestos

La carga fiscal en España recae sobre la clase media que, según señala la OCDE, supone el 55% de la población frente al 61% promedio de los países miembros. El crecimiento de la administración ha ido aparejado de un expolio fiscal. Los ya conocidos alegatos a favor de subir impuestos a las rentas altas son meras cortinas de humo. Los impuestos sobre determinados productos (como hicieron con las bebidas azucaradas o ahora pretenden con los plásticos) no afectan a quienes tienen más poder adquisitivo como sí lo hacen a quienes cuentan con ingresos más reducidos. Las políticas medioambientales tampoco afectan a las rentas altas, ya que, por norma general, son las que pueden costearse determinados precios más elevados aras de eso que llaman «transición energética». La gentrificación de las principales ciudades, la exclusión de los núcleos urbanos de determinados vehículos y el aumento de coste de vida amplían la brecha en función del poder adquisitivo.

Quizás muchos no se hayan dado cuenta todavía, pero la actual transformación económica bajo el paraguas de la Agenda 2030 no se está llevando a cabo con inversión privada por parte de las mismas empresas que, a través de su responsabilidad social corporativa, dicen estar colaborando en el cuidado del medio ambiente. Los fondos Next Generation UE, entre otros, son ayudas gubernamentales. Es decir, dinero público. Los impuestos de los contribuyentes no –sólo– se dedican a mantener y mejorar los servicios públicos, sino que se invierten en empresas privadas. ¿Economía dirigida? Sí. ¿Economía dirigida realmente para los intereses nacionales? Dudoso. Algo que acaba con el mantra de «no hay dinero», cuando claro que lo hay. Cada vez el Gobierno dispone de más gracias al aumento de los impuestos, la deuda y la inflación. No es que no haya, es que no se quiere gastar en lo realmente necesario. Esto es importante comprenderlo porque, si se pone el foco en las políticas reales de los que se escudan en la defensa de lo público para ganar adeptos, éstas acaban avanzando la agenda woke climática internacional. Escudándose en el utópico futuro mejor, favorecen el expolio de la clase media.

Clase media y pobreza

La economía no es un juego de suma cero, pero las clases son un escalón de tres partes: parte superior, parte intermedia y parte inferior (entendiendo esto bajo los parámetros medios, todo sea dicho). Lo que nadie puede negar es que la brecha entre los estratos de rentas más altas y los otros dos ha aumentado entre la crisis de 2007-2008 y las restricciones relativas al coronavirus. La pérdida de poder adquisitivo general mueve los límites entre clases, pero también convierte cada vez más a la clase media en clase baja y, a este última, la empuja a los límites de la pobreza.

Se trata de un fenómeno sin fácil solución a corto plazo: núcleos familiares que no pueden llegar a fin de mes a pesar de tener dos fuentes de ingresos. Esto se conoce comúnmente como «pobres con trabajo». Gran parte de la renta va dedicada a la vivienda, al pago de consumos y al de impuestos. El aumento de coste de vida en España no va en paralelo al aumento de la renta, algo que no se soluciona con el aumento del salario mínimo, ya que eso fuerza a muchas empresas al despido masivo cuando no al cierre de la actividad económica. Una reducción de impuestos aliviaría la economía familiar e impulsaría la expansión nuevamente de la clase media.

Que estas medidas no se apliquen lleva a pensar en que lo deseado es precisamente esa asfixia. «No tendrás nada y serás feliz» es el mantra que mueve a la élite de Davos. Una población maltratada económicamente es una población subyugada, con miedo a revelarse y ávida de subvenciones para poder mejorar su nivel de vida. La mentalidad de esclavo no es exclusiva de otras épocas. Hoy sigue existiendo a pesar de poder vestir a la última moda, llevar el último modelo de teléfono o tener la opción de viajar a rincones insospechados del planeta. Es el modus operandi de los totalitarismos de nuestro tiempo. No son políticas ideológicas, sino de sometimiento. Cuanto más pobres, más control sobre la población. Da igual que sea bajo la bandera del marxismo, bajo la bandera del neoliberalismo o del metacapitalismo.

Clase media y natalidad

Lo expuesto anteriormente afecta, como no podía ser de otra manera, a la natalidad. La falta de estabilidad económica y de confianza en el futuro lleva a muchas parejas a plantearse la natalidad –ojalá que esto fuera única y exclusivamente efecto de la economía–. Los ingenieros sociales, como parte de esa mentalidad de esclavo, han implantado una forma de pensar que lleva a rechazar la paternidad. Algo que se antoja como la válvula de escape perfecta para que la ciudadanía no piense que el sistema realmente existente y no desee un cambio que urge conseguir. El invierno demográfico se plantea cada vez más como algo irreversible. Aldous Huxley acertó cuando dijo que la dictadura perfecta vendría vestida de democracia, porque sería aquélla de la que los ciudadanos no querrían escapar.

Los economistas de hoy sólo ven números. Una inundación de datos que, lejos de ayudar a comprender parte de este complejo mundo, complica –no sólo a los economistas– poner nombres y apellidos a lo que ocurre. La destrucción del poder económico de España es evidente. Parafraseando a António Guterres, el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, el mundo viaja en una autopista al infierno, pero no al climático, sino al infierno político. El tecnofeudalismo emergente asienta las bases de la peor dictadura conocida, uno de cuyos requisitos clave es la destrucción de la clase media. En eso están nuestros políticos y algún que otro empresario. Mientras, el resto sigue discutiendo sobre el sexo de los ángeles.

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