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Ecologismo racional se ha convertido, tristemente, en un oxímoron

Los ODS no acabarán con el consumo: la Agenda 2030 contra la verdad (XII)

Activistas de Greenpeace colocan una enorme caja de 250 kilos con el planeta Tierra dentro a modo de “envío de paquetería” para denunciar el consumismo. Europa Press.

En el mundo hay mucho consumo. Esta es la premisa con la que las Naciones Unidas plantea el duodécimo punto de su Agenda 2030 y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible. Según la Agencia para el Desarrollo de la ONU, «el progreso económico y social conseguido durante el último siglo ha estado acompañado de una degradación medioambiental que está poniendo en peligro los mismos sistemas de los que depende nuestro desarrollo futuro». Todo un drama para la ONU.

Con el objetivo de acabar con este voraz y desenfrenado consumismo, que ha hecho que «el mundo esté muy rezagado en sus esfuerzos por reducir a la mitad la pérdida y el desperdicio de alimentos per cápita para el año 2030», la ONU ha diseñado algunas líneas maestras en su decimosegundo de los 17 desafíos que la organización internacional se ha propuesto resolver. Indagar sobre ello se ha vuelto urgente, ya que en España tenemos un Ministerio de Asuntos Sociales, Consumo y Agenda 2030, capitaneado por Pablo Bustinduy.

Empecemos, como siempre, reconociendo la verdad: el diagnóstico de la ONU es acertado porque la producción es muchas veces desmedida y el consumo también lo es. En una sociedad que ha elevado al individuo a los altares y sus deseos ya son dogmas, denunciar el consumismo se ha vuelto una tarea pertinente. La Agenda 2030, así, reconoce un problema urgente: «Cada año, se estima que un tercio de toda la comida producida acaba pudriéndose en los cubos de basura de los consumidores y minoristas, o estropeándose debido a un transporte y unas prácticas de recolección deficientes».

Otro cálculo apocalíptico, pero que sin embargo apunta moderadamente en la buena dirección, habla de la sublevación de la criatura contra la creación, aunque la ONU lo ponga en términos más holísticos: «En caso de que la población mundial alcance los 9600 millones de personas en 2050, se podría necesitar el equivalente a casi tres planetas para proporcionar los recursos naturales necesarios para mantener los estilos de vida actuales». Unos estilos de vida actuales, no lo neguemos, en los que el hombre ha perdido parte de su humanidad.

Así, algunas de las metas concretas del duodécimo objetivo de la Agenda 2030 esconden bien y verdad, pero deformada como sólo la ONU sabe hacerlo: «Reducir a la mitad el desperdicio de alimentos y reducir las pérdidas de alimentos en las cadenas de producción y suministro, incluidas las pérdidas posteriores a la cosecha» es algo necesario, pero resulta tramposo hacerlo a través de una «gestión ecológicamente racional». Ecologismo racional se ha convertido, tristemente, en un oxímoron.

Otra trampa llega con la meta 12.b del itinerario de la ONU: «Elaborar y aplicar instrumentos para vigilar los efectos en el desarrollo sostenible, a fin de lograr un turismo sostenible que cree puestos de trabajo y promueva la cultura y los productos locales». ¡Vigilar! ¡Vigilar los efectos! ¡Vigilar las empresas! ¡Vigilar nuestros coches! Y como dice la Agenda 2030, «mediante la reestructuración de los sistemas tributarios y la eliminación gradual de los subsidios perjudiciales». Una reestructuración, unos recortes y una modestia que deberían empezar por las políticas intervencionistas de la ONU.

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