«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Una mala semana para el imperio americano

Responder a cada derrota percibida con nuevas muestras de poder obliga a emprender constantes y remotas aventuras militares.

La paradoja de los imperios -o su maldición histórica- es que no pueden dejar ningún desafío a su poder sin responder, y al mismo tiempo responder a todos les obliga a una incesante actividad bélica que acaba desangrándoles y arruinándoles.
Dejar de responder a un desafío, dar por buena una derrota, es enviar al resto del mundo la señal de que su propia decadencia, y estimular a que los Estados vasallos pierdan su confianza en el hegemón y sus enemigos el miedo, acelerando su decadencia.
Pero responder a cada derrota percibida con nuevas muestras de poder obliga a emprender constantes y remotas aventuras militares que ocasionan un rápido desgaste.
Este parece ser el destino de Estados Unidos, al que las cosas no parecen irles especialmente bien de un tiempo a esta parte.
Lo último ha sido una serie de tres ataques con drones a bases militares rusas en Siria. Los rusos destruyeron seis y atraparon otros siete. El Departamento de Estado norteamericano ha negado que ellos tengan nada que ver, pero parece improbable que diga la verdad: los drones, mulidireccionales y controlados por satélite, son de una calidad que no está al alcance de ningún grupo ‘rebelde’, ISIS incluido. Además, se localizó un avión espía americano en el área mientras se efectuaban los ataques.
Que Estados Unidos no está dispuesto a aceptar la humillante derrota que ha supuesto el hecho de que el odiado régimen de Assad siga no solo en pie, sino claramente victorioso gracias a la ayuda rusa, parece más que evidente.
Los talibanes se convirtieron en Al Qaeda, que se convirtió en el ISIS, por una parte, y en los ‘rebeldes’ opositores de Assad, por otra, y Estados Unidos los ataca o los usa como ‘representante’ bélico según las circunstancias, en un juego que hace cada vez más difícil distinguir amigos de enemigos.
Lo que parece claro es que Washington no va a conceder la victoria a Assad y los grupos ‘rebeldes’ van a seguir operando en el país, aparecidos sabe Dios de dónde.
En el frente ruso tampoco se ha rendido Washington, que va entregar en breve, cumpliendo promesa de Obama, armamento antitanque por valor de 47 millones de dólares, cortesía del contribuyente americano, y Trump se está planteando triplicar esa ayuda. Realmente, si Putin se ha conjurado con el candidato republicano para darle la victoria en las presidenciales, ha hecho el peor negocio de su vida.
Nada esencial parece haber cambiado en la política exterior, al menos en su aspecto bélico, con la llegada de Trump a la presidencia, pese a la alarma inicial de los neoconservadores y las advertencias de ‘aislacionismo’.
La amenaza norcoreana no ha desaparecido, ahí sigue, balandronadas aparte. El régimen de Pyongyang continúa exactamente como si nada hubiera pasado y, de hecho, se prepara para lanzar un satélite -el Kwangmyongsang-5- que le permitirá localizar blancos con absoluta precisión y que podría usar para ataques nucleares.
Mientras, el mayor rival de Estados Unidos -que no es Rusia, sino China-, se prepara y observa el espectáculo del gigante americano desangrándose en tantos frentes. Su estratégica no es bélica, un terreno en el que, por el momento, tendría todas las de perder, sino económica y a largo plazo, con paciencia típicamente oriental. Tiene en proyecto desde hace años sustituir los petrodólares con el yuan respaldado por sus reservas de oro.
Si Estados Unidos puede permitirse más alegrías que el resto de los países con su deuda es porque, al ser la suya, el dólar, la divisa de reserva internacional, tiene más margen de emisión sin provocar una inflación que arruine al país. Pero si alguna vez perdiera el dólar este privilegio, las cosas se pondría muy difíciles para el coloso.
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