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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Las 15 enfermedades ¿sólo las padece la Curia?

23 de diciembre de 2014

Doy por hecho que están ustedes al tanto, por su enorme eco, del diagnóstico de 15 enfermedades  que el Papa Francisco ve padecer a su Curia, la romana. El texto de este examen de conciencia es extraordinario y vale la pena leerlo. Parece muy razonable suponer que la descripción de las quince patologías sólo está al alcance de quien la ha sufrido en sus propias carnes. Y ahí, además de Francisco, entramos muchísimos. No lo digo por haber sido víctimas directas de la Curia Romana, que no son tantos, sino por serlo de las Instituciones –cualesquiera, políticas y religiosas, desde el Estado y sus administraciones, oficinas y ventanillas, con sus Bruselas, ONU, Agencias y Oficinas, hasta las carcasas orgánicas de las Conferencias y Curias episcopales y estructuras de organizaciones religiosas-, y ahí sí somos legiones. “También la Curia, como todo cuerpo, como el cuerpo humano –dice con hábil extensión el Papa-, está expuesta a enfermedades”.  Si se toman la molestia, y cierto placer, de leerle el diagnóstico, de inmediato aplicarán las 15 patologías, no sólo a la Romana y a las curias, sino a montones de instituciones y organismos que, debiendo servirnos –porque son medios-, se adueñan de nosotros, se sirven a sí mismas, y se transforman en causa y fin de sí mismas. Pero eso no ocurre sin ciertos personajes que se infiltran, apoltronan y las dominan. Esos son los enfermos. Unos enfermos que nos matan.

 

Empieza el diagnóstico con la descripción del complejo de “inmortalidad”, es decir, un considerarse imperecederos, inmunes e “impunes” -¿a qué les suena en España esa “inmune impunidad”?- tan indispensables que descuidan los controles necesarios y habituales, pues, incrustados y encarnando la institución, no deben explicación a nadie, aunque, en cambio, todos estamos como en deuda bajo el pie de esa caterva de narcisos, con complejo de “elegidos, dueños y superiores”. No saco de mi experiencia e indignación esos adjetivos, sino literalmente del texto del Papa Francisco, que no tiene pelos en la lengua a la hora de calificarles.

Vinculado a este apoderamiento desde adentro de las Instituciones –repito que cualesquiera-, se da la enfermedad de la “fosilización mental y espiritual”, que son los que tienen el corazón de piedra y son duros de cerviz, que se esconden bajo documentos de papel, convirtiéndose en máquinas de burocracia y pierden aquella sensibilidad humana que permite sufrir con los que sufren y alegrarse con los que se alegran, es decir, de ejercer el servicio con humanidad y sentimientos. Y hay, además, la enfermedad de “la rivalidad y la vanagloria”, cuando la apariencia, los honores, las condecoraciones, las insignias y la trepa se han convertido en el objetivo principal de la vida y en la torva y envidiosa mirada con que se pondera las expectativas del rival. Y la patología de la “esquizofrenia existencial” de los que viven una doble vida, fruto del progresivo vacío interior, amantes de refugiarse en asuntos burocráticos, que les liberen de la atención directa a las personas concretas, que se crean un mundo propio, paralelo, escondido y con frecuencia “disoluto”. Y la enfermedad de la fría indiferencia y el egoísmo avaricioso, que impide sentir el menor calor y sinceridad hacia los demás, que evita poner la propia pericia al servicio de los menos expertos, que se guarda información que pudiera favorecer a otros, mientras por celos, envidia y falsa astucia se regodean en ver como cae el otro, sin mover un pelo por ayudarle o levantarle.

No es el caso seguir comentándoles el resto de las 15 patologías, por respeto a su texto original y porque no tengo nada que pudiera mejorarlo o completarlo. Mi propósito es alentarles a leer el texto completo, no tan extenso como muy ameno. No se pierdan el diagnóstico del chismoso y del murmurador, con sus campeones en la siembra de cizaña y en asesinar por la espalda a sangre fría; ni la enfermedad de divinizar a los jefes, con sus cortejos y adulaciones, ni la patología de los círculos cerrados o castas selectas, salones de iniciados y mandones, ni las patologías de la acumulación de bienes materiales, cuya seguridad psicológica se cimenta en el tener más y más, sin darse cuenta de que son unos “desgraciados, dignos de compasión, pobres, ciegos y desnudos…”; ni la enfermedad del exhibicionismo y la vanagloria mundana.

Como toda realidad humana tiene trasero tragicómico, hay una patología cuya descripción proviene del humor de la “luz tierna y sabia” –que así describen al Espíritu de Dios- y que no tiene desperdicio en boca del Papa. Es “la cara de funeral”. Consiste en aquel prototipo de personal huraño y ceñudo, que considera que para ser serio y respetable es necesario inundarse el rostro de melancolía y severidad, tratando a los demás –sobre todo a los inferiores- con rigidez, dureza, arrogancia y alguna saña. Añade el Papa que esa “severidad teatral y pesimismo estéril” (sic) son a menudo síntomas de inseguridad en sí mismos y miedo a los demás, a los que por eso castiga. Un corazón lleno de Dios –receta Francisco- es un corazón feliz que irradia alegría y humor. “Qué bien nos sienta una buena dosis de sano humorismo”, termina el Papa.

Y tomándose por la palabra, concluye con una misericordiosa anécdota: “los sacerdotes son como los aviones, sólo son noticia cuando caen, pero… hay muchos más que vuelan”. A mi me parece que las 15 patologías no son una exclusiva de la curia ni de los curas. Lo son de quienes tocan poder, olvidan la finalidad de servir, y desde esa posición, tan ansiada y codiciada –a veces a “codazos”- se aprovechan en su sólo y propio beneficio. No sé que les parecerá a ustedes. A mi me da que este Francisco, dándoles unos azotes finos a los de su Curia  -cosa que nadie le reprochará-,   ha logrado propinárselos a ciertos incrustados en curias e instituciones religiosas –secos, burócratas, fríos e insensibles, salvo a lo suyo- y, de paso, a toda esa caterva de vividores del poder y sus instituciones. Las civiles, me refiero.

 

Y ya que estamos en Navidad, habrá que reconocer que sea un bebé la señal de Dios, un recién nacido en el regazo de su madre y a su lado un padre protector de ese milagro de la vida, es un plan absolutamente ajeno a la psicología y métodos de los poderosos de éste mundo. En este sentido, además de sencillamente hermoso y revelador de dónde está lo real y verdadero, tiene el sabor del humor del Espíritu. ¡Qué disfruten la Navidad, sin caras de funeral, en la alegría y buen amor de estar junto a los suyos!

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