Hoy hay dos corrientes de opinión que recorren con fuerza todas las fuerzas de oposición al Gobierno de Sánchez. Las dos optimistas. Una, basada en la creencia en la nación española y que sostiene que, pase lo que pase, por muy malvados que sean nuestros gobernantes de turno, España es mucho más fuerte que cualquier gobierno y que, por mucho que se empeñen los anti-españolistas, vascos, catalanes o comunistas, España acabará imponiéndose como ha hecho durante siglos frente a cualquier adversidad. Llamémosla, “España es siempre más fuerte que sus enemigos”.
La segunda es una mezcla de senequismo, estoicismo y sanchopancismo, que defiende que el pueblo español es, a pesar de todo, pragmático, moderado y sensato y que sabe reconocer los malos experimentos de la buena gestión. Y que, por tanto, en las próximas elecciones pondrá fin a la pesadilla socialcomunista de Pedro y Pablo (Sánchez e Iglesias). Es cuestión de esperar a las urnas. Llamémosla “La democracia siempre acaba venciendo”.
Ambas corrientes coinciden en una cosa: el tiempo está de parte de la razón frente a la sinrazón, a la política frente a la antipolítica, a la buena gestión frente a la mala, a la libertad frente a la intolerancia, a la democracia frente a la tiranía y el totalitarismo. Sólo es cuestión de tiempo. O no. Cierto, el experimento totalitario del comunismo leninista de la URSS acabó bruscamente tras 70 años de horrores, penurias y muertes. Pero la evolución del comunismo chino nada hace prever que China vaya a abandonar su modelo y convertirse en una democracia como otra cualquiera. Su mal llamado “capitalismo de Estado” no es una fuente de libertad y riqueza, sino un instrumento más en su camino a convertirse en un imperio mundial, que es bien distinto.
Con esto quiero decir que tanto nuestros lideres políticos en la oposición que se sustentan en la idea de nación como un ente superior a todo, como la de quienes creen que la democracia acaba poniendo a cada uno en su sitio, puede que se equivoquen. Las naciones se crean y se destruyen y las democracias no siempre vencen sobre la tentación autoritaria o totalitaria. Basta con saber algo de Historia.
Y por eso no puedo estar completamente tranquilo esperando a que en diciembre España y su democracia se imponga frente a sus adversarios. Precisamente porque sus enemigos ni creen en España ni respetan las reglas democráticas. Todos los días nos ofrecen los gobernantes píldoras que se mofan de la libertad, la igualdad y que sólo muestran fraternidad para con los suyos. No creo que sea necesario ni traer a colación ejemplos ni explayarse mucho en esto. Quien quiera que vea un telediario o lea un periódico para comprobarlo.
En España estamos viviendo un cambio de régimen por entregas, acelerado en los últimos meses y que se tiene que consolidar, según sus perpetradores, justo a tiempo para que las urnas revaliden su revolución silenciosa. Y precisamente por eso, el tiempo no juega a favor de la oposición, sino en su contra. Y por eso también, las estrategias que todo lo fían a las esencias y el tiempo están llamadas a fracasar. Al igual que en la película “El día de la bestia” en la que nacía en Madrid el anti-Cristo, en unas Torres Kio todavía en construcción, 2023 será “El año de la bestia”, en el que Sánchez hará cuanto esté en su mano, su chequera y su mala fe, para garantizar que su anti-España triunfa. Ya está mostrando su patita.
El retorno del sorayismo en el PP amenaza con dejar instaurar el régimen de Sánchez de por vida. Y aunque eso pueda que beneficie en algo a Vox, tengo serias dudas de que sea el impulso que necesita la oposición real y no mojigata en España para desbancar al socialcomunismo y llegar al gobierno. Es más, yo soy de los que creen que Vox haría muy bien en prepararse ante una posible campaña en pro de su ilegalización, tentación que la izquierda sólo ha postpuesto, pero no abandonado.
No. Sinceramente no veo a la oposición en España a la altura de las circunstancias. Quizá el único revulsivo que podría ayudarnos a los españoles sería el regreso del Rey Emérito, algo que pondría a cada cual en su sitio con total nitidez. Es lo único que se me ocurre con fuerza para sacudir el saco y la parálisis en la que está sumida nuestra política.
En el 2023 nos jugamos, y esta vez de verdad, el final de la España que conocemos y el final de la democracia que hemos disfrutado en estas últimas décadas. Por mucho que queramos creer en ambas cosas.