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Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

A ver qué dice L’Equipe

10 de mayo de 2024

A Agustín Benito

Salía de mi casa ayer y por la escalera alguien silbaba el himno del Madrid. Ya en la calle volví a escucharlo, lo canturreaba un niño. Era Madrid una ciudad tomada por la resaca de la Champions. Las conversaciones, Twitter… ¿Viste a Rudiger? ¿El abrazo de Tuchel a Florentino? Por la calle de Alcalá pasó el primer individuo con una camiseta del Borussia…

Todo era Champions. Todo es Champions. Esta pasión madridista, o sea, antimadridista, o sea, española por la Copa de Europa ¿no es a veces un poco excesiva? Quizás la ganamos tanto porque nos importa más que a los demás.

¿De dónde nos viene esto? Puede que sea una forma de actualizar la festividad de los mayos, la ancestral celebración de la primavera. La Champions sería nuestra ritualización moderna y urbana de los mayos. En la Copa vemos la fertilidad, el ciclo de la vida o una figura femenina y mariana que venerar. La Copa va de club en club como la figura de la Virgen de casa en casa…

Eso puede ser una explicación, admito que remota. Otra quizás sea la actualización del ansia por «homologarnos». Queríamos ser Europa y ganar la Copa de Europa es la mejor y más rápida forma de hacerlo. Aquí se unirían sensibilidades: la del españolismo de tipo imperial (conquistador, evangelizador) y la del liberal occidentaloide que solo quiere aceptación.

Si el Madrid gana este año la decimoquinta, lo hará tras vencer al Unión de Berlín, al Leipzig, al Bayern de Munich y al Borussia de Dortmund. A media Alemania. Ganar a los alemanes es más fácil que converger en renta con ellos. De hecho, la época en que más lo hicimos no les ganábamos.

La Champions, pues, es una forma simbólica de primavera o de convergencia. Y puede que algo de esto haya porque cuando el Madrid gana partidos así yo hago siempre una cosa muy cateta que es ir a ver lo que dice L’Equipe. No falla en estas noches. «A ver qué pone L’Equipe» y siempre es algo parecido: El Madrid es Eterno, el Madrid es inmortal, el Madrid siempre vuelve… Esas portadas son como versos de Verlaine para nosotros. Las encontramos sublimes y halagan nuestro amor propio. Cuando los franceses, en ese diario tan prestigioso (tan prestigioso que no habla de fichajes como los de aquí) nos elogian así, ya se ha pasado de ronda, es el fin del pospartido, se puede pasar página. Sirve de colofón: Florentino coloca la copa y los franceses nos dedican un adjetivo. Nos dicen lo que pensamos de nosotros, pero en francés y eso es como arrancar una palabra de amor, la auténtica conquista tras la conquista de la Champions.

¿No es como si las parisinas nos admiraran un poco? Nos las imaginamos paseando por sus bulevares, al lado de esos kioscos repletos de periódicos cultos. De repente reparan en las portadas, en nosotros, y con una fugaz mirada nos dedican un pensamiento: Ah, ces espagnols furieux son éternels… Queremos ganar a los alemanes para que nos admiren los franceses. Cuando lleguen en verano, nuestro ego rebosará de glorias deportivas.

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