Con la que está cayendo, hasta los abucheos van a pasar pronto de moda; están proliferando tanto que van a caer en desuso por manoseo excesivo. El último de estos incidentes ha tenido por objeto a los Príncipes de Asturias en la población de Cáceres. No seré yo quien niegue la evidencia, y la evidencia del deterioro institucional afecta también a la Corona y a todo su entorno: el caso Nóos, las consecuencias de algún desafortunado viaje de Su Majestad a tierras africanas y las relaciones del Rey con personas cuyo papel ofrece dudas (o no) a gran parte de la sociedad son hitos ciertamente negativos para la máxima institución del Estado. Pero de ahí a darle pábulo a los que alimentan el sentimiento republicano aprovechando estas desdichadas coyunturas, media un trecho que yo creo que la gente sensata no debiera andar. El debate sobre monarquía o república como solución para la cúspide institucional del Estado es lícito, siempre que se trate de un debate efectivamente reflexivo, ponderado y no oportunista. Si, por el contrario, en lugar de debatir sobre los pros y contras de una u otra fórmula de la Jefatura del Estado nos entretenemos en la superficialidad de la ejecutoria de las personas que encarnan en cada momento la representación de la Institución, se comete un craso error. Las instituciones son buenas o no per sé, en ellas mismas consideradas. Que existan madres o padres desnaturalizados no deslegitima el inmenso bien de la paternidad. Que un presidente de república sea un corrupto no permite descalificar esa forma de Estado por la conducta puntual de ese presidente. Lo que, en suma, quiero decir es que los abucheos nada aportan a ese debate y que, por tanto, el abuso de los mismos –comprensible, si se quiere, desde el hartazgo generalizado que buena parte de la ciudadanía tiene respecto de las cosas que pasan– sin embargo, no coopera precisamente a centrar ese debate.Precisamente no es que yo crea que la gente deba recibirles con aplausos, porque a un acto en el que intervienen personalidades de esa relevancia debe irse por el acto en sí, ni a abuchear ni a aplaudir si uno considera que lo que en ese acto se dilucida no merece el aplauso. Con lo dicho hasta ahora quisiera dejar claro también que, por mi parte, no considero que a España le convenga en este momento entrar en el debate sobre monarquía o república. Lo que además me parece obvio es que igual que ha sucedido con los escraches que hace muy pocos meses se pusieron de moda, sucederá probablemente con la práctica de los abucheos. De todas formas, los ciudadanos son muy libres de expresar su enfado como crean conveniente; yo sólo prevengo respecto de los posibles abusos de esta forma de manifestar el descontento.
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