Recientemente me topĆ© con uno de esos vĆdeos virales de Tik Tok en el que una joven se grababa a sĆ misma en un gimnasio quejĆ”ndose amargamente porque el chico que tenĆa detrĆ”s le echaba algunas miradas. La mujer iba vestida con un conjuntito de short y top generosamente ajustado y escotado que, en tiempos no tan lejanos, se habrĆa considerado licencioso incluso como ropa interior. AĆŗn asĆ, se extraƱaba y se lamentaba de que alguien del sexo opuesto la mirara de refilón āĀ”llegó a contar hasta cuatro miradas!ā mientras ella hacĆa su ejercicio.
En el mundo de mentira en el que vivimos, prĆ”cticamente todo el mundo ha aceptado āaunque nadie se lo cree realmenteā que si una chica se viste asĆ en el gimnasio no es para llamar la atención sobre su figura, sino que simplemente se siente mĆ”s cómoda con esa ropa. Y, en todo caso, tiene todo el derecho a vestirse como quiera sin atraer la mirada curiosa o lujuriosa de ningĆŗn hombre.
Al final del vĆdeo, el muchacho osa incluso acercarse a ella y se ofrece a ayudarla para colocar bien la barra que patosamente ella intentaba levantar nada menos que con el pubis. El gesto de Ć©l ātal vez de amabilidad, tal vez un intento de ligar con ella, da igualā al parecer cruzó todas las lĆneas y la chica se puso a hiperventilar y a decir a sus followers que se sentĆa Ā«inseguraĀ». Todo ello en una escena grotesca en la que realmente no se sabe quiĆ©n estĆ” mĆ”s pendiente de quiĆ©n.
El vĆdeo generó dos tipos de reacciones en las redes sociales. La de quienes se solidarizaron con ella por el Ā«acosoĀ» sufrido (recordemos: cuatro miradas fugaces y una oferta de ayuda) y la de quienes no vieron problema en el joven y sĆ una clara sobreactuación e intento desesperado de ella por victimizarse a costa de alguien al que estaba grabando sin su conocimiento.
El vĆdeo darĆa para un debate sobre el profundo desequilibrio que hay entre lo mucho que el nuevo orden feminista espera hoy de los hombres y lo poco que espera de las mujeres. En un caso se exige autocontrol total de las pasiones ante la imagen de una chica en ropa interior meneando su bajo vientre. En el otro se acepta y se celebra dar rienda suelta a la expresión de cualquier emoción primaria sin la menor limitación, aunque Ć©sta sea falsa o sobreactuada.
Pero al margen de eso, esta escena refleja uno de los grandes problemas de nuestros dĆas: la creciente necesidad de recibir atención. Necesidad que cada vez mĆ”s se estĆ” convirtiendo en una adicción y una enfermedad social, hasta el punto de que ya no basta el casito recibido inicialmente por mostrar chicha, sino que luego hay que quejarse y victimizarse para seguir obteniendo nuevas dosis de atención y casito.
Esta adicción a la atención es algo que hoy ataca a la sociedad desde varios frentes y que la izquierda y el feminismo estĆ”n sabiendo explotar con maestrĆa, ofreciendo a los adictos una vĆa de escape para liberarse de la autocrĆtica y seguir alimentando su ego.