«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.
Julio Ariza. Empresario. Su campo de emprendimiento, inversión y trabajo han sido los medios de comunicación, en donde comenzó con la renovación de Radio Intereconomía en 1996. Posteriormente fue ampliando el grupo Intereconomía con una televisión y una cabecera de prensa, La Gaceta, que evolucionaron hasta ser medios digitales. Actualmente, Julio Ariza lidera Intereconomía TV, que ha pasado a denominarse El Toro TV, y como autor de Rebelión en la Granja
Julio Ariza. Empresario. Su campo de emprendimiento, inversión y trabajo han sido los medios de comunicación, en donde comenzó con la renovación de Radio Intereconomía en 1996. Posteriormente fue ampliando el grupo Intereconomía con una televisión y una cabecera de prensa, La Gaceta, que evolucionaron hasta ser medios digitales. Actualmente, Julio Ariza lidera Intereconomía TV, que ha pasado a denominarse El Toro TV, y como autor de Rebelión en la Granja

Adiós a Twitter

25 de octubre de 2013
  • Los tiempos cambian que es una barbaridad. Los jóvenes de mi tierra y de mi generación, soy del 57, nos juntábamos a potear, palabra que significa ir de bar en bar tomando un zurito aquí, un tinto allí, un pincho de pimiento en la siguiente tasca. Las conversaciones no tenían la innovación o la sutileza como ejes transversales, es más, en el quinto o sexto trago podían incluso ser perfectamente predecibles y homologables respecto a las mantenidas el día anterior.

    Los jóvenes de mi etapa universitaria hablábamos, hablábamos mucho. Vivíamos en un país profundamente politizado. Franco acababa de morir y una nueva sociedad trataba de organizarse de forma democrática, el ansia de libertad se respiraba por todas partes. La gente debatía, discutía, a veces acaloradamente. Recuerdo las primeras asambleas en la Universidad de Navarra. Por dos veces entró la Policía a desalojarnos a los estudiantes. Por primera vez en mi vida veía a una multitud enfrentarse a los “grises” y por primera vez sentía la contundencia del golpe con una porra en mi espalda.

    En lo básico los cambios han sido pocos. Había tipos de izquierdas y tipos de derechas. También estaban los que no mostraban interés. Dicen los sociólogos que en toda sociedad humana el veinte por ciento de los individuos son locomotoras y el otro ochenta por ciento vagones. El mundo lo mueven las minorías. Las minorías que piensan, que arriesgan, que inventan, que aglutinan las voluntades de otros. Minorías que hoy son ensalzadas y mañana perseguidas. Esas minorías pilotaron la transición de los venturosos setentas.

    Las cosas se hicieron entonces de tú a tú. El diálogo o la trifulca procedían de la proximidad física. Hablar o discutir sólo era posible viéndonos, casi tocándonos. La identificación del otro era condición indispensable para la comunicación. Saber con quién se hablaba y arrostrar físicamente las consecuencias de nuestras palabras o nuestras actitudes era la regla. Había una sola excepción, infrecuente, extraña, inquietante: el anónimo. El anónimo tenía la carga negativa de lo cobarde, de lo amenazador y de lo delictivo. Quien enviaba un anónimo y era descubierto recibía la más dura de las condenas sociales.

    Comprendo que soy de otra época, de otro tiempo. Respeto la tradición, la admiro, la amo y la transmito. Sigo creyendo eso de que las cosas se dicen a la cara o no se dicen. Y no creo eso porque sienta una especial fascinación por los duelos, sino porque mirando al otro a sus ojos, a su rostro, existe alguna posibilidad de entenderle, de ver en él a un semejante, de sonreírle, de corregirle, de compadecerle.

    Hace ahora casi dos años me apunté a eso de Twitter. Me deslumbró tener a tiro de teclado a millones de personas interesantes con las que compartir una reflexión, un sentimiento, un análisis o una información. Una parte de esa ilusión se ha realizado, he intercambiado tuits con hombres y mujeres estupendos. Me he enterado de cosas o he podido acceder a informaciones a las que de otro modo no hubiera llegado y eso ha estado muy bien.

    Hoy el anónimo me ha echado de Twitter. La constatación de la existencia de tanto personaje sórdido, intelectualmente castrado y vitalmente envidioso me aleja definitivamente de esta plaza virtual. Ese anónimo que hace treinta años era excepcional e inaceptable hoy quiere formar parte de las reglas de la comunicación entre los seres humanos. Yo a eso no juego.

    Deseo que pronto podamos encontrar la manera de relacionarnos con absoluta transparencia respecto a nuestro interlocutor y en el marco de un entorno de respeto y exclusión de la injuria o la amenaza.

    Apuesto, por último, por un equilibrio entre las relaciones humanas presenciales y las virtuales. Aspiro a la paulatina recuperación del contacto personal de lo cercano, no interrumpido por cualquier intrusión de lo lejano a través de lo virtual.

    Mientras, y con pena, adiós a jocoserio, adiós a Twitter.

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