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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Adolfo Suárez, víctima del terrorismo

25 de marzo de 2014

En estas horas siguientes al fallecimiento del expresidente Suárez, los análisis y comentarios se suceden. Personalmente, he escrito en twitter que sus aciertos superan con mucho a los errores. Adolfo Suárez pilotó la transición de la dictadura a la democracia en España, tarea hercúlea por lo que implica de superación del enfrentamiento visceral entre las dos Españas, y poner en marcha un marco  de convivencia. La Corona no lo hubiera conseguido sin Suárez. Ni Suárez sin el Rey. Por eso, tras las generales de 1977, urgía impulsar la iniciativa constitucional. Y el gran enemigo del proyecto fueron los nacionalismos, y el terrorismo etarra, que se convirtió en un enemigo letal en esos años de puesta en marcha del andamiaje  constitucional, y en los inmediatamente posteriores. Hasta el punto de poner especialmente nerviosos a altos mandos militares, que acosaron a Zarzuela.

En el 78, precisamente en 1978, tras las primeras elecciones generales de la democracia (1977), que cubrí informativamente en Bilbao, se dispararon los asesinatos etarras: 65 ese año, 84 en 1979…. Según la Fundación Víctimas del Terrorismo, el año con mayor número de víctimas fue 1980 (un año antes del golpe de Estado de 1981), cuando ETA llegó a asesinar a 92 personas, una media de siete muertos al mes. Posteriormente, la banda terrorista mató a 52 personas en 1987, 25 en 1990, 46 en 1991; 26 el año siguiente, etc. Estos días me ha venido a la memoria el caso de José María Portell, redactor-jefe de La Gaceta del Norte y director de la Hoja del Lunes de Bilbao, que fue asesinado el 28 junio de 1978. Dos desconocidos de ETA militar (todavía sin identificar), le dispararon a bocajarro cuando se disponía a arrancar el coche, aparcado frente a su casa. Era poco antes de las nueve menos cuarto de la mañana. ETA militar revindicó el atentado con palabras tremendas que no deseo reproducir. Tan sólo recordaré que el comunicado etarra señalaba que Portell tuvo una participación relevante en conversaciones Gobierno-ETA, y que finalizaba acusando a la totalidad de la prensa de tratar a la organización de un modo arbitrario e irresponsable (sic).

¿Conversaciones Gobierno-ETA? Adolfo Suárez reaccionó ante la actividad terrorista. Suárez quería, como es obvio, la disolución de ETA. Pero como primera medida, ansiaba la paralización de la violencia, una tregua terrorista antes del referendum constitucional al que estaban llamados todos los españoles, y que tuvo lugar el 6 de diciembre de 1978. El ex ministro Martín Villa ha admitido que ese año vio frustrada en mayo una cita con ETA en Suiza. Y yo puedo corroborar, porque me lo contó mi amigo periodista, que el Ejecutivo sondeó a Portell para pulsar el ambiente etarra en el santuario francés. Y que éste lo hizo. En respuesta, la banda se cargó al mensajero.

El entonces titular de Interior lo contó así en RNE: «Hubo unas iniciativas en las que participó el actual secretario de organización socialista, Txiki Benegas, pero aquello no llegó a buen fin» (El País, 1/04/1989). Los miles de personas que asistieron al funeral oficiado en memoria del director de la Hoja del Lunes de Bilbao y redactor jefe de La Gaceta del Norte, me recuerdan a las miles que ahora honran al ex presidente, y al reconocimiento general por su labor. Creo que es sumamente injusto acusar a Adolfo Suárez, o incluir en su debe,  el espectacular aumento de la actividad terrorista esos años. Tenía que hacer una tarea, y la cumplió contra viento y marea. Si era preciso, con una pistola en su almohada, como ha contado Fernando Ónega. El político abulense tenía firmes convicciones, entre las que se encontraba España, y se convirtió también en víctima del terrorismo. No albergo dudas al respecto.

De la política se lo llevaron por delante sus propios correligionarios, el terrible acoso socialista, el nacionalismo vasco -que se abstuvo en la votación constitucional y parecía no poder (¿o no querer?) frenar a los violentos-, y algunos mandos militares que miraron para otro lado en el golpe de Estado de 1981. Y de la vida, la terrible presión de esos años, que afectó finalmente a su salud, el terrorismo etarra y las duras enfermedades mortales en su familia. Lo llevó todo con garbo y hombría. Hasta que no pudo más.

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