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Colaborador de La Gaceta, estudia Relaciones Internacionales, Filosofía, Política y Economía. Escribe habitualmente en medios como Revista Centinela, Libro sobre Libro y La Iberia.
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Los mártires de Toledo

10 de mayo de 2024

Estos días he acudido con algo de estupefacción a una suerte de aquelarre contra el obispo de Toledo. Que el mundo arremeta contra un obispo no es algo que me escandalice. Hace poco apuñalaron a un prelado ortodoxo en Sídney y ninguno de nosotros nos echamos las manos a la cabeza. En fin, hubo una época en la historia en que a los cristianos los echaban a los leones y lo único que pasó es que la Iglesia creció en número y el cielo hizo también lo propio.

El ataque a monseñor Francisco Cerro Chaves me ha sorprendido, en cualquier caso, por sus emisarios: fieles católicos y, más escandaloso aún, sacerdotes. El Evangelio dice algo de atar una piedra de molino a aquellos que escandalicen, pero seamos misericordiosos. La historia es tal que así: el obispo de Toledo ha solicitado, haciendo uso de sus facultades pastorales, que el padre Francisco J. Delgado abandone Twitter. Y el anuncio ha sentado como una jarra de agua fría entre cientos de usuarios, que estos días han salido a manifestar su adhesión al sacerdote tuitero frente a una decisión arbitraria (sic) de la jerarquía. Muchos de ellos son amigos míos.

Quiero aclarar que yo al padre Delgado lo admiro porque siempre me ha parecido un tipo inteligentísimo. Sacerdotes como él son la prueba viva de que en España los seminarios aún son una gozada y quien piense lo contrario no conoce a ningún seminarista. El toledano, además, es tomista y por los tomistas del siglo XXI uno sólo puede sentir admiración, cuando no directamente afecto. Pero en este punto me veo obligado a clamar una verdad que estos días ha quedado sepultada bajo la losa de los tuiteros: abandonar Twitter es bueno; hacerlo por obligación de un superior es aún mejor.

En su mensaje, el padre Delgado escribe: «A pesar de la persecución, sigo manteniendo mi propósito de ser fiel a la Iglesia de Cristo y a su jefe visible, que es el Papa Francisco». ¿Pero a qué persecución se refiere? ¿Han lanzado a este buen sacerdote a los leones? ¿Acaso lo han apuñalado en el ojo derecho? ¿Ha sido quemado en la hoguera, quizás crucificado boca abajo o, probablemente, asaeteado su torso? ¿Y qué si hubiera pasado todo eso? ¿No ha de aspirar el cristiano a hacerse uno con la cruz? ¿No es nuestra misión la de cargar silenciosamente con el madero? ¿No vino Cristo al mundo a decirnos «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón»? ¡Manso y humilde!

El tuit se recrea en su recriminación al obispo Cerro: «Ofrezco todos los sufrimientos de esta situación por la conversión de aquellos que dañan a la Iglesia, desde fuera y desde dentro». Yo, repito, siento por el padre Delgado aprecio e incluso afecto, pero no puedo entender estas líneas que han terminado por mandar una jauría contra su obispo. Un obispo que ha tenido que cerrar con candado su cuenta de Twitter. Precisamente por esto me pregunto qué pasará el día que no sea Twitter, ay, sino los leones. El día que al padre Francisco le prohíban celebrar la Santa Misa o le excomulguen. Pienso que algunos van a llegar al Coliseo sin lágrimas que derramar, secos de llorar por cosas menores.

En estas líneas mías alguno de vosotros, lo sé, intuye un ataque al padre Delgado y nada más lejos de la realidad esto es un mensaje de ánimo. Dios no lo quiera, pero puede llegar ese día en que le prohíban confesar. En que un buen sacerdote, un tomista de los nuestros, sea excomulgado. ¿Cuál será entonces la reacción? Todos nosotros conocemos vidas de santos que fueron excomulgados, sacerdotes ejemplares a los que prohibieron celebrar misa, hombres de Dios que la jerarquía no supo cuidar. ¿Lloraron entonces ellos? ¿Denunciaron su «persecución»? ¿Predicaron sus «sufrimientos»?

Un tufillo estos días nos ha hecho pensar que dejar Twitter supone, qué sé yo, el dolor de una decapitación. San Pablo dio su cabeza con gozo y algunos parecen entregar sus doscientos ochenta caracteres a regañadientes. ¡Pues deberíamos bendecir todos esta medida del obispo de Toledo! Monseñor Cerro ha regalado al padre Delgado la oportunidad perfecta para ser santo donde está llamado a serlo y eso es siempre una alegría. Convencidos con Hadjadj de que «la evangelización concierne antes a la comunión que a la comunicación», debemos recordar que las redes no son nuestro areópago ateniense. Salir de ellas nunca puede ser un «sufrimiento».

El filósofo francés abunda en la idea: «Un algo se comunica, mientras que con alguien se está en comunión. Cristo no es una marca de la que se hace publicidad: es una persona que sale a nuestro  encuentro, con todo lo inesperado y todo lo imprevisible que conlleva el encuentro». Que un sacerdote de nuestro país, por el que siento admiración y respeto, tenga ahora más tiempo para transmitir este encuentro, me llena de una profunda alegría. España y la Iglesia no están necesitadas de sus tuits, sino de su ejemplo, sonriente, al pie de la cruz. Y esto un tomista de nuestro siglo sólo podría celebrarlo.

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