«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.

Nostalgias

10 de mayo de 2024

Martes. Quedan unos minutos para el inicio del mitin de Puigdemont en la ciudad francesa de Argelès-sur-Mer. El speaker entretiene al público cuando un hombre, suponemos que llegado de Cataluña y favorable al golpista aún fugado —y sin embargo candidato—, pide el micrófono y denuncia lo que no aparece en las escaletas de los telediarios pero es moneda común en tantas calles catalanas. «Si gobierna [Puigdemont] que arregle el desastre… cada día más drogas, robos e inmigración».

De pronto, ya se puede hablar de inseguridad, ocupación y delincuencia provocadas por la inmigración ilegal sin que te llamen facha. Se ha roto el tabú, alguien —aunque no nos dicen quién— ha golpeado la mesa y todas las piezas han saltado por los aires. La realidad se ha impuesto y ningún partido es ajeno a ella. Hasta el PP, que hace unas semanas votaba junto a toda la izquierda y el separatismo regularizar a medio millón de inmigrantes ilegales, habla de proteger los barrios y adopta el maldito populismo, el discurso de odio trumpista que tanto ha polarizado nuestras sociedades, el enfado y el ruido que empañan la calidad de nuestra democracia, el trazo grueso que atormenta a los espíritus más puros como González Pons o Borja Sémper. Feijoo, desmelenado, dijo ayer que España debe responder en las elecciones europeas «en legítima defensa». Barrios, inmigración y criminalidad. Esa cantinela suena familiar. ¿Dónde la habrá escuchado? Seguro que no en VOX, cuyo eslogan en las catalanas es «en defensa propia».

Claro que una cosa es apropiarse del discurso del vecino —aunque sea a medias, como Ayuso— y otra es creérselo de verdad. Al desastre actual Feijoo contrapone el orden felipista. Con él –dice– no mandarían los independentistas en España. Por alguna razón el gallego siente una incontenible añoranza por los tiempos de González, al que votó en el 82, como recuerda en cada mitin. Es el PSOE bueno, el que fulminó la separación de poderes en el 85, desindustrializó España, convirtió el paro en estructural, institucionalizó la corrupción y organizó el crimen de Estado.

El sanchismo es otra cosa. A menudo escuchamos lamentos de analistas que no se explican cómo es posible que haya gente que siga votando a Pedro Sánchez, un señor que no hace más que mentir y engañar a su electorado. Este análisis, por lo que sea, no se aplica a quienes votan al PP. Y eso que la fidelidad es igual o mayor. Muchos continúan metiendo la misma papeleta en la urna por lo que fue, otros lo consideran una abstracción, una proyección de lo que les gustaría que fuera y un tercer grupo sabe lo que hay, pero disimula. El PP no les engaña porque antes ya se han engañado ellos. Es un PP ideal que está en sus cabezas, un ejército de solventes economistas, tecnócratas salidos de las mejores escuelas de negocios, es el PP de la gente bien que sale de misa, el de la concertada, el PP auténtico, el de los valores que, como la parusía, está por venir.

Lástima que Celia Villalobos dijese con claridad —sin que nadie en Génova chistara— que en su partido no cabe quien esté en contra del aborto. Fue el anticipo de la guillotina que Rajoy & Soraya aplicaron a los 10 diputados que reclamaron el cumplimiento del programa electoral que incluía la derogación de la ley Aído. Gallardón acabó dimitiendo cuando Rajoy, que ganó con mayoría absoluta de 186 escaños, dijo que no podía derogar la norma socialista porque no contaba con el suficiente consenso.

Desde hace meses Feijoo ofrece pactos al PSOE de la amnistía pero millones de españoles creen que el gallego es la opción más segura para derogar el sanchismo. Por supuesto, este microcosmos es alentado por los medios de comunicación que funcionan sin más horizonte que el de mantener el tinglado que, no nos engañemos, pasa por salvar al PSOE.

Sin embargo, no hay de qué preocuparse. La realidad también les arrollará por más que el Banco de España y la CEOE pidan traer a 25 millones de inmigrantes en los próximos 30 años. Ya hemos visto las bondades de esa fórmula: en el Reino Unido rara es la ciudad que todavía no tiene un alcalde musulmán mientras que el 52% de los alemanes teme convertirse en una minoría en su propio país y exige no aceptar más refugiados de países islámicos. Con este modelo migratorio la sharía es el programa electoral de todos los partidos en occidente excepto a los que llaman ultraderecha. 

Por eso sorprende que luego vengan los lloros, las alertas antifas y los análisis más bizcochables del centrismo pitiminí cuando se confirme que en cuatro de los seis países fundadores de la UE (Francia, Bélgica, Holanda e Italia) la ultraderecha (Ismael el del pladur) es la primera fuerza. Cómo estaremos saturados de propaganda (Losantos se reía el otro día cuando le preguntaban si los jóvenes vivirán peor que sus padres) si hasta tiene que venir un youtuber gringo a mostrarnos las 200 viviendas de Roquetas de Mar que los medios españoles ocultan porque, como dice el americano, si te matan allí no se entera nadie. De eso se trata.

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