Hemos asistido a un ritual que casi teníamos olvidado; ver cómo se le dispara a un político a plena luz del día, en un barrio con mucha seguridad. Tras varios días, estamos todavía a oscuras. Alejo Vidal Quadras es un hombre conocido por su contundencia ideológica, siempre al servicio de la libertad, y abiertamente hostil a las dictaduras. Con su elegancia casi diría que británica y su fino humor, Alejo ha sido el único político capaz de sacar a Jordi Pujol de sus casillas, cuando en Cataluña hacer eso era casi un milagro. Aznar le cortó la cabeza por exigencias de aquel evasor a cambio de un puñado de votos, pero eso no impidió a Vidal Quadras seguir ejerciendo su función intelectualmente devastadora contra los nacionalismos rampantes y las zurderías absurdas.
Y ahora, precisamente en el instante en que España precisa de sus mejores cerebros —y Alejo es uno de los más destacados— se revive el atentado en pleno corazón de Madrid del que se salvó de milagro al girar la cabeza cuando el asesino descerrajó el tiro, atravesándole la mandíbula en lugar de darle en la nuca que era lo que se pretendía. Que sucediera después de que la víctima saliera de misa debería hacernos pensar un poquito a todos, porque los milagros existen y a las pruebas me remito. Pero lo sustancial no es enzarzarse en si el atentado lo ordenaron los iranís o no, o si el asesino es oriundo de aquí o de allá. Modestamente, y habiendo sido profesor del Master de Estudios Policiales de la Facultad de sociología de Bellaterra, me atrevo a decir que meterse en esos laberintos es perder el tiempo. Yo leo el criminal atentado contra Alejo como un aviso. Es un «cuando queramos y donde queramos. No estaréis a salvo ni uno. Vosotros mismos». Es la única lectura que puede hacerse de este hecho que, gracias a Dios, no le ha costado la vida a un hombre de bien.
Alguno quizá piense que soy un alarmista pero, miren, decir que iban a asesinar a Calvo Sotelo a lo mejor también fue tildado como tal cosa en su día y ya ven los resultados. Por cierto, estaría bien recordar que el grupo de criminales que lo fue a detener so pretexto que compareciese en un juzgado estaba integrado por miembros de la siniestra Motorizada, la escolta socialista, por guardias de asalto, la policía hecha a la medida de la República y para su eterna vergüenza y desdoro por un oficial de la Benemérita, que fue lo que de alguna manera tranquilizó al líder de la oposición. Calvo Sotelo no podía creer que un Guardia Civil pudiera ser otra cosa que un servidor del orden y de la ley, como dice su himno.
Así que no seamos alarmistas, pero tampoco estúpidos. Insisto en que con Alejo han querido acallar las bocas de los disidentes, metiéndonos el miedo en el cuerpo y silenciando a los que denunciamos a diario la dictadura sanchista que nos están colando no con blindados ni tropas sino por los resquicios de una democracia que, de buena, ha acabado siendo boba. Tomamos nota del aviso.