«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.
Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.

Algo bonito y soleado

28 de marzo de 2024

Nos tumbamos a ver las estrellas del techo de la habitación. Humo, tiniebla y vapores de ron. Escuchar su respiración. Sentir sus sueños. Amordazar mis ansiedades. Otear el horizonte de la tarde, que la vida queda demasiado lejos como para mirarle a los ojos. Como cuando buscaba estrellas fugaces tendido sobre el césped del pinar, allá donde el acento se vuelve aragonés, en las noches diáfanas de adolescencia, Vía Láctea, silencio, y campamento. Cuando aún no habíamos roto nada.

Duermevela de confidencia. Nunca queda cerveza en la nevera. Tiempo detenido. Sus ojos hablan sin parar mientras está en silencio. La piel une más que la cabeza. Otra lección: incluso las vidas más lejanas, los planos más opuestos, pueden converger en una palabra, en un abrazo, o en un beso. Aprender a entendernos. Desistir a veces entre risas. Aceptar el placer sereno del instante en la distancia que nos separa, que nos da igual. Recordar cosas de ayer: heroicidades y fracasos, tonterías y talentos. Reírse de mí, de todos. Levantarse a fumar. Escuchar a Carlangas y los Cubatas o a C. Tangana con Calamaro. Escuchar lo que sea. Estremecerse en los relámpagos de las primeras luces del alba. Levantarse otra vez a fumar. Soñar con un montón de días de vacaciones. Contemplar el geranio que ha roto en flor justo ahora.

Mirar de reojo con desdén la rutina cotidiana, con sus quehaceres absurdos, sus prisas, y su fogosa actualidad. Las estrellas nos inspiran más que la voz mortecina de la pequeña pantalla canturreando necedades. Yo siempre el hielo y tu el horno. El acuerdo de las palabras que no se dicen. La negociación innegociable. Hoy. Sólo hoy. Mañana Dios dirá. Se nos aparecen a ratos los fantasmas risueños que nos susurran que el secreto está en paladear los momentos pequeños, aprender a disfrutar de lo poco, cerrar la mano con cuidado cuando se posa el gorrión; anteanoche le pregunté qué fue de ti y salió volando divertido. 

Días de descanso de telediarios. Las horas importantes. Las horas con los nuestros. Las noches que quemamos en los bares, amando al mundo, sexando fauna, acelerando para soñar después con un rato de tranquilidad, tu cabeza en mi regazo una vez más, como en aquella canción, creo que era Magia en tus ojos. Buscamos a tientas manos que nos digan que al fondo debe haber alguna luz. O no la habrá. Pero siempre nos reconforta saber que alguien nos desea bien, nos desea felicidad. 

Dolerme con lo tuyo, dolerte con lo mío. El viejo truco de la amistad. Empujarte despacio, cuando la noche viene cuesta arriba. Sentir una mano en el hombro cuando se nos aparecen los demonios de la madrugada. Brindar con la cofradía de los ojos entornados. Reír entre amigos, o lo que demonios sea eso, tipos a los que queremos, aunque a veces los quisiéramos lejos. Dar vueltas al billar, esquivando la niebla de las timbas, para buscar con los ojos aquellos que son un puerto seguro, y esbozar una sonrisa secreta que cruza el cielo del bar, que casi nadie ve.

Reír, reír con ganas. Reír en paz. En la amistad, en el amor, en la familia, todo marcha cuando puedes reírte sin más, bajar la guardia, desnudarte. Nadie está esperando a hacerte daño aquí. Nadie está tomando nota. Nadie guarda nada de aquello que no deberías contar. Nadie te juzga sino es por ayudarte. Crecemos cuando no nos empeñamos en querer a los demás sólo si se mimetizan con nosotros. Tan solo deberíamos regalar aquello que les puede hacer mejor. No por nosotros, sino por ellos. Ese es el mandamiento del amor. Y qué importante es no dar demasiado el coñazo.

Pasear a tientas por el pasillo en el ombligo de la tarde. Recolectar en la cabeza las tareas imprescindibles; todo lo demás va a esperar. Mirarnos un instante sólo para confirmar que la noche ha arrollado nuestra estética; nuestros pelos son una obrilla de Valle-Inclán. Enfocar unas horas de escritorio con un pálpito alegre en el pecho. Pensar en juntar a la banda. Descartarlo. Esquivar deliberadamente la prensa. Quedar más tarde en el bar. Volver a terminar contigo para volver a empezar. La rueda de las pequeñas alegrías ya no se para. No aspiramos a nada que no quepa entre las manos. Admirarnos es bastante.

Cruza alguna estrella el cielo de mi cuarto. Tal vez sólo ha sido un sueño. En la antesala de los días santos, el clamor de la calma precede a la pasión. Mientras procesiona el Cristo de la Soledad o la Dolorosa, tendremos un jardín de regalo en el recuerdo, el modo en que aprendimos sin querer a bajarnos de la vida, curarnos y descansar, cuando el tiempo, la última hora, y el mundo alrededor, habían comenzado a dejarnos sin aire. Ya sabes, a ratos nos aplasta el cielo, o nos falta el suelo. Es una forma como otra cualquiera de locura. Entonces necesitamos parar. Parar en un lugar bonito y soleado. Dar la espalda al mal, la fealdad y la mentira. Y escudriñar juntos los confines de las estrellas en una penumbra frondosa y cálida, como hacíamos de niños.

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