En la idolatrada democracia nuestra el chantaje nacionalista es un deja vú permanente, y quizá por eso, por repetido, las estructuras políticas y sociales se han resignado al fatalismo, y ya apenas se escandalizan o reaccionan, como si se tratase del tributo que Atenas pagaba a Creta, una factura histórica que hay que asumir en silenciosa penitencia. Pero a diferencia de los cretenses, los nacionalistas de acá no se contentan con un impuesto fijo que perpetúe su situación de privilegio. De hecho nunca han aspirado a un acuerdo territorial que proporcione estabilidad y progreso, sólo se preocupan de su quimérica “construcción nacional”, que se traduce en debilitar todo lo posible al Estado mientras ellos fabrican mitologías fantásticas. Y esto hasta el extremo de que comparado con su leyendas el Minotauro de Creta -que es el que se comía el tributo humano que pagaban los atenienses- parece neorrealismo. Igual que junto a su latrocinio el asalto al tren de Glasgow se queda a la altura de la sisa que hacíamos en casa con las vueltas de la compra. Así que esta democracia idolatrada, pero viciada y viciosa, resulta esclava de una minoría, que va de Arzallus a Artur Mas, pasando por Otegui, que es el futuro eusko-mandela. Por supuesto, la sumisión al separatismo parasitario sólo ha sido posible con la complicidad de la izquierda española, desde la radical hasta la moderada, es decir, hasta el PP pop y acomplejado.
Precisamente una de las peculiaridades más extravagantes -y dañinas- de nuestro país es esta férrea alianza entre nacionalistas con la amalgama de la izquierda, ya sea de carácter socialdemócrata y nacional o la más extremista, la que ha justificado o amparado cincuenta años de terrorismo. Pujol y Bolinaga, Arzallus y Carod, Ibarretxe y el camarada Arenas, todos son duetos repetidos, unidos por la enfermedad de su hispanofobia.
Estas extrañas parejas -probablemente imposibles en cualquier otra parte del mundo- se renuevan ahora en su última versión con las caricias públicas que se dedican Bildu y Podemos, capaces de una unidad de acción tan eficaz como lo fueron sus mayores en ETA y GRAPO. Esta era una alianza muy previsible, porque en el universo progre todo ha sucedido antes, y eso que venden como nuevo es mercancía averiada -y ensangrentada- de otro siglo.