En 2006 se publicó la obra de Gustavo Bueno, Zapatero y el Pensamiento Alicia. Un presidente en el País de las Maravillas, libro que gozó de un gran éxito de ventas, en el cual, el filósofo español realizó una profunda crítica del modo de razonamiento infantil de muchos de los gobernantes occidentales -singularmente el del presidente español que aparecía en su título- y, por consiguiente, de aquellos que facilitan su acceso al poder depositando la papeleta en la urna. El adolescente pensamiento Alicia se caracteriza por su simplicidad, por su miopía ante los problemas reales que envuelven y condicionan cualquier conflicto o problema.
«Diálogo, diálogo, diálogo», con inserciones inclusivas, esa es toda la estrategia propuesta por nuestro pacifista compatriota, que omite las causas históricas que han llevado a esta situación
Tres lustros después de que Zapatero y el Pensamiento Alicia viera la luz, la sociedad española y los medios oficialistas siguen dando vueltas, con un enfoque idéntico, a los mismos temas que analizó Bueno: Alianza de las Civilizaciones, feminismo, diálogo, Franco y el franquismo, memoria histórica, pluralismo cultural, España y la Nación española, democracia y humanismo. Asuntos a los que podríamos sumar la tauromaquia, el cambio climático o la autodeterminación de género.
Varios de ellos -feminismo y diálogo, por ejemplo- han reaparecido recientemente a causa de la retirada de las tropas norteamericanas de Afganistán, con el consiguiente regreso de los talibanes al poder. La oportunidad de volver a ejercitar el Pensamiento Alicia estaba dada, y un socialista español, el mismo que nos regañó a los que acudimos a la multitudinaria manifestación celebrada en Barcelona contra el golpe de Estado dado por los secesionistas, por pedir prisión para esos facciosos, alzó la voz. En efecto, Josep Borrell, Alto Representante de Política Exterior y Seguridad Común de la UE, defendió la apertura de un diálogo con los talibán para evitar que su acceso al poder derive en una crisis humanitaria y en un desastre migratorio. «Diálogo, diálogo, diálogo», con inserciones inclusivas, esa es toda la estrategia propuesta por nuestro pacifista compatriota, que omite las causas históricas que han llevado a esta situación. Unas causas que podemos esquematizar de este modo.
En el tiempo que ahora se abre, Afganistán vuelve a situarse en el centro de la pugna entre imperios
Afganistán, que durante el siglo XIX se mantuvo en la órbita inglesa, fue uno de los muchos escenarios de la guerra fría. Durante los años 60, la URSS armó al ejército afgano y se atrajo a ciertas élites del país, a las que agasajó con un sistema de becas, método que ya había dado sus frutos a su principal rival. El golpe de estado de 1978 dio paso a una importante represión de religiosos y a una desestabilización que permitió que, con el apoyo de los Estados Unidos, cuajara un complejo frente anticomunista, caracterizado por su fanatismo religioso, cuya base de operaciones fue el vecino Pakistán. En 1989, año de la caída del Muro de Berlín, los soviéticos abandonaron aquellas tierras sin conseguir implantar su modelo político. Un par de décadas después, los Estados Unidos, que apenas habían hecho algo más que propiciar el cambio de poder, se vieron obligados a intervenir con mayor profundidad en el Afganistán en el que había sido acogido Osama Bin Laden. Sin embargo, en una tierra marcada por los conflictos tribales, la implantación de la democrática pax americana se hizo inviable. Al igual que ocurrió con las fallidas primaveras árabes, las condiciones materiales, tal y como se ha demostrado con el rapidísimo avance de los talibanes, no estaban dadas.
En semejante contexto, conviene, no obstante, prestar atención a un factor que puede resultar clave en el desarrollo de los próximos acontecimientos. El Afganistán que aparece en el horizonte, a pesar de su adhesión a la ley islámica, la misma que limita los Derechos Humanos occidentales a los que muchos se aferran aliciescamente, tiene un explícito carácter nacional que acaso precipite su choque con un Daesh para el cual las fronteras son inexistentes. En el tiempo que ahora se abre, Afganistán vuelve a situarse en el centro de la pugna entre imperios. Tocados por el gorro que llevaran hasta allí las tropas de Alejandro Magno, blandiendo en sus manos el soviético AK-47, los talibán resultan atractivos para China, que ya ha reconocido contactos con estos, necesitados, por ejemplo, de técnicos que les permitan adquirir las destrezas necesarias para manejar el sofisticado armamento que ha quedado en sus manos.
Una China nada ingenua, que no tiene el menor interés en implantar el confucionismo o en detenerse a analizar las contradicciones que aloja en su seno, sino en adquirir materias primas y abrir nuevas vías y mercados para su enorme industria, ajena a cuotas contaminantes.