«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.

Aquilofobia

9 de enero de 2022

Desde hace más de medio milenio, cada 2 de enero, la ciudad de Granada celebra la así llamada «Toma», nombre ciertamente impreciso, pues la capital nazarí no fue ocupada por la fuerza, sino que capituló después de arduas negociaciones que culminaron a finales de noviembre de 1491. Las capitulaciones garantizaban a los granadinos que así lo desearan, permanecer en su tierra conservando sus bienes, su religión, sus leyes y autoridades, e incluso su fiscalidad. Con todo acordado, siguiendo un esquema similar a los desplegados en la entrada a otras ciudades de al-Andalus, los reyes se dirigieron a la ciudad encabezando un fastuoso cortejo. La entrega de las llaves, que los pinceles de Pradilla dejaron sobre el lienzo a finales del siglo XIX, se produjo en el arenal del río Genil. Allí, Boabdil franqueó el paso a los cristianos a lo que dijo ser un paraíso. Mientras tanto, en la Alhambra, un soldado gritó desde la torre de la Vela: «¡Santiago, Santiago, Santiago; Castilla, Castilla, Castilla; Granada, Granada, Granada. Por los muy altos y muy poderosos señores don Fernando y doña Isabel, rey y reina de España, que han ganado esta ciudad de Granada y todo su reino por fuerza de armas de los infieles moros, con la ayuda de Dios y de la Virgen gloriosa, su Madre, y del bienaventurado apóstol Santiago, y con la ayuda de nuestro muy santo padre Inocencio VII, socorro y servicio de los grandes, prelados caballeros, hidalgos y comunidades de su reino!». Los disparos de la artillería y el sonar de las trompetas cerraron el discurso que así nos ha llegado a través de las crónicas de la época.

Festejada con júbilo en numerosos puntos de la Cristiandad, la jornada se institucionalizó con el correr de los años hasta adquirir unos perfiles propios que, pese a la introducción de ciertas modificaciones, conservaron su núcleo ceremonial y, por supuesto, su significado. Tanto es así, que durante la II República, los fastos se mantuvieron. En aquel tiempo, entre vivas a España, la República y Granada, sonaba el Himno de Riego y se hacía tremolar el Estandarte Real desde el balcón del ayuntamiento. Después, la marcha proseguía por las calles hasta llegar al monumento dedicado a Isabel I y a Cristóbal Colón, donde se les rendía homenaje.

A la habitual ausencia de la izquierda andaluza se sumó este año la de la derecha andalucista, que se desentendió por completo de la efeméride

Casi un siglo después, la celebración de la Toma de Granada constituye el primer hito anual de una serie de polémicas aparejadas a muy concretos episodios de nuestra Historia. Por lo que a Andalucía respecta, la Toma despierta enconos tan grandes como los que suscita el 12 de octubre, fecha en la que la izquierda andalucista, que se derrite ante la califal figura de Blas Infante ante la pasividad de la derecha gestionaria e igualmente blasinfantilista, blande el negrolegendario Nada que celebrar. A la habitual ausencia de la izquierda andaluza se sumó este año la de la derecha andalucista, que se desentendió por completo -no hay covid que por bien ideológico no venga- de la efeméride.

Décadas de propaganda hispanófoba han conseguido que muchos españoles, ya andaluces ya vascos se sientan ajenos a un hecho histórico de la trascendencia del que se recuerda cada 2 de enero

Dadas las circunstancias, la celebración de 2022 ha estado exenta de grandes polémicas. El contexto covidiano así lo ha determinado, con un gran recorte de aforos y la ausencia de actos en las calles de Granada, impidiendo así que estas se volvieran a convertir en el escenario de bochornosas imágenes que prueban hasta qué punto la sociedad española se encuentra fracturada en torno a un pasado común del cual es fruto. Décadas de propaganda hispanófoba, gran parte de ella financiada por nuestras administraciones, han conseguido que muchos españoles, ya andaluces ya vascos – el capitán Artieta fue el encargado de trasladar a África a Boabdil-, se sientan ajenos a un hecho histórico de la trascendencia del que se recuerda cada 2 de enero. Una desafección propiciada por el particularismo, por no decir aldeanismo, que preside el estudio autonómico de la Historia, capaz de embrutecer a las nuevas generaciones hasta el punto de confundir el escudo de los Reyes Católicos con el empleado durante el franquismo, el mismo que, por cierto, preside el primer ejemplar de nuestra Constitución. Una confusión capaz de desatar una visceral aquilofobia con la que algunos fantasean con combatir ardorosamente un mitificado y amenazante pasado siempre dispuesto a regresar.

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