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Abogado. Columnista y analista político en radio y televisión.
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Asaltar el Elíseo

13 de abril de 2022

En la segunda vuelta de las elecciones francesas, se van a enfrentar el globalismo y el soberanismo. Según datos de Ipsos Francia, Macron gana entre los titulados superiores (33%), los jubilados (38%), los directivos (35%), los que ganan más de 3.000 € al mes (35%) y los mayores de 70 años (41%). Le Pen es la preferida de los que no llegan al bachillerato (35%), los empleados y los obreros (36% en ambos grupos), los que ganan menos de 1.250 € al mes (31%), los asalariados del sector privado (28%) y los desempleados (29%). Así, de entre los que han pasado a la segunda vuelta, Marine Le Pen es la candidata de las clases populares. Entre ella y Jean-Luc Mélenchon, el líder de La Francia Insumisa, que ha quedado en tercer lugar y no pasa, por tanto, a la segunda vuelta, se reparten la mayor parte del voto de ese país empobrecido año tras año. 

En realidad, de aquí viene el temor de la izquierda. Ella puede ganar parte del voto descontento con la deriva globalista que Macron (y los socialistas antes que él) han dado a Francia. Especialista en banca de inversión, su carrera profesional simboliza la de las élites globales. Se ha movido por igual entre los conservadores de Sarkozy y los socialistas de Hollande haciendo buena la advertencia de que se está produciendo una fractura que ya no es entre la derecha y la izquierda, sino entre los ganadores y los perdedores de la globalización. Durante su presidencia, Francia ha abrazado por completo los Objetivos de Desarrollo Sostenible, es decir, el Libro Rojo del Globalismo. No se trata, pues, de una lucha sólo entre la izquierda y la derecha, sino también -y tal vez con mayor intensidad-entre los defensores del proyecto globalista y los partidarios de un giro soberanista en la política francesa.

El afán de apoyar todas las tendencias globalistas ha alejado al Elíseo del interés nacional de Francia.

Esta división se está dando en toda Europa. Es crucial para comprender la victoria de Orbán en Hungría hace pocos días y resulta de la máxima importancia para entender la ofensiva que Bruselas ha lanzado contra ella y contra Polonia. El empobrecimiento que las políticas globalistas suponen para las clases populares europeas se ha ido dejando sentir con el paso de los años. La deslocalización fue una señal de alarma de lo que estaba por llegar. So pretexto de la defensa del medio ambiente y de la lucha contra el cambio climático, se está expulsando a las clases populares del centro de las ciudades. Las empresas que se consideran modelos de gestión y de liderazgo global imponen modelos de gestión empresarial que condenan a la precariedad a los trabajadores. La creciente restricción de la libertad de expresión y la imposición de políticas multiculturalistas han inspirado un sentimiento de alienación entre los llamados “franceses de raíces”. El empobrecimiento de las clases medias ha ido de la mano del favorecimiento de los “colectivos vulnerables” y las crecientes acusaciones de racismo y xenofobia contra quienes criticaban políticas migratorias descontroladas.

Así, el proletariado, el precariado y la clase media en vías de extinción, especialmente los habitantes de lo que Christophe Guilluy llamó “la Francia periférica”, se van quedando sin opciones políticas. Obsesionados con las políticas identitarias y el clima, partidos como el socialista y Los Republicanos -la formación fundada por Sarkozy en 2015- ni siquiera han llegado al 5 por ciento de los votos. Aterrados por no parecer demasiado radicales, han terminado por abandonar a sus electores más antiguos. Eclipsados por el globalismo de Macron, no han logrado convencer a las élites urbanas de estudios superiores ni a los jubilados que preferían el “centro centrado”. 

En torno a la líder de Agrupación Nacional, se han ido congregando los desheredados del globalismo,

Tal vez aquí está el error de fondo: de centrado, este centro tiene poco. Macron ha apretado a las clases medias y populares hasta casi asfixiarlas. Ellas son las que más sufren el alza de los precios del combustible, la inflación, la presión y el esfuerzo fiscal, el deterioro de las condiciones de trabajo y, en general, la pérdida de poder adquisitivo y el empobrecimiento. Para esos franceses, el elitismo centrista que representa Macron vaticina la pobreza y la alienación. El afán de apoyar todas las tendencias globalistas ha alejado al Elíseo del interés nacional de Francia. Frente a la “ciudadanía global” hay un regreso de las identidades nacionales.

El ascenso de Le Pen inspira temor en los despachos de Bruselas y Washington. Sin embargo, creo que Le Pen, en este caso, es -si me lo permiten- casi accidental. Tal vez en otras circunstancias hubiese sido Zemmour. Al final, en torno a la líder de Agrupación Nacional, se han ido congregando los desheredados del globalismo, los huérfanos de nación y los empobrecidos e indignados.

Esos franceses son los que pueden lanzarse al asalto del Elíseo dentro de once días.

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