El ave es el único síntoma de que España es un país occidental, civilizado, europeo y que como dice Rajoy ha evitado el rescate. El aire acondicionado del tren de alta velocidad es lo único que funciona en todo el país.
Si observan una voz rasgada es que su interlocutor ha tenido recientemente la necesidad de subirse a uno de esos vagones en los que si esto fuera Estados Unidos desde la compañía le recomendarían no subirse a él sin esquijama, tres pares de calcetines, bufanda, gorro y orejeras para evitar todo tipo de demandas.
De camino a la cafetería me cruzo con Iñigo Errejón al que no tiene pinta de irradiarle el núcleo para nada. El ideólogo de Podemos ataviado con manoplas, polar y pimkies reprime un escalofrío mientras mira por la ventanilla con la mirada aterida y perdida. Yo creo que piensa que a ver si llegan ya al gobierno y como en Grecia empiezan con los recortes y ni aire acondicionado ni niño muerto. ¡Hombre ya!
Estilosas con sus piececitos metidos en los bolsos para evitar la hipotermia, ancianos que sacan la zamarra para el trayecto, un par de japonesas despistadas abrigándose con retales de los pañuelos de Hermes que acaban de comprarse…
Prefiero morir asesinada en cualquier novela de Ágatha Christie que volver a poner el pie en un tren con destino a Cadiz.
Señoras perdidas y angustiadas, jerezanos mas parecidos al marqués de Sotoancho que a Güiza declarándole su amor a una pobre panoli que le espera en el pueblo, marujas desesperadas porque el marido, casualmente sentado a tu lado, no se come el tupper de atún con tomate.
¡Por dios! ¡Que son las 7 de la madrugada!
Ni que decir tiene que a mi no me entra ni un evanescente macaron de Ladurée.
Desde el otro lado del pasillo la autora del manjar con claras aspiraciones frustradas de convertirse en la Maribel de Masterchef intenta leer de refilón la revista que estás leyendo. Tu revista, la que te has comprado tú, con tu dinerito. Al esfuerzo de reprimir las arcadas por el hedor atunero se añade el dolor de muñeca que te produce girar tu revista para que la aspirante a cocinitas no la lea.
No contenta con robar tu lectura comenta: «Pues la verdad que la chica esta de la moderfamili es mona, me gusta a mi la película esta de la moderfamili…»
– Pero vamos a ver señora: ¿Le he preguntado yo algo? ¿ Le cuento yo si me pone Matthew McConagheu en True detective, por qué temporada voy de Scandal o si me emociono viendo la reconciliación de Mike Ross y Rachel en Suits?
Pero las marujas aburridas y pelmazas no son lo peor del trayecto ni de lejos: hay niños histéricos y malcriados llorando, gritando y preguntándolo todo:
-Papi ¿ poqué esa señora lleva goro?
– Porque tiene frío
– Y ¿ poqué ese señor come si es po la mañana?
– Porque tiene hambre
– Papi y poqué estamos lejos?
Notas como se abren paso por tu garganta unas ganas irrefrenables de decirle: ¡ Porque si niño! porque si!!! Y al frío hay que sumar una sospecha que según recorres kilómetros se convierte en certeza: tu ausencia total de instinto maternal.
Poco a poco el vagón se convierte en un concierto sinfónico de masticadas de kikos, gritos infantiles, ris ras de pasar de páginas, llamadas telefónicas: ¿Manolo? Estoy en el tren… Me oyes?,
– poqué, poqué, poqué…
– ¿alguien sabe que coche es este?, -¿Manoloooooo?? Que se ha cortado, que estoy en el tren, que no tengo cobertura, si se cuelga te vuelvo a llamar.
El núcleo de Errejon que empieza a sonar como el motor de un Boeing a punto de aterrizar
– poqué, poqué, poqué, poqué…
¿Manolo? Oye que soy yo otra vez…
Aún quedan 40 minutos para llegar.
Cuando llegas a destino estas afónica, acatarrada, deprimida, de los nervios y deseando formar una familia: la compuesta por ti y tus gatos. Y lo peor de todo es que aún tienes que volver.