Cuando Balki Bartokomous abandonó Mypos, abandonó un gran país. Bueno, una gran isla. En fin, un pequeño archipiélago. El tamaño no importa… La cuestión es que dejó atrás sus raíces, su familia, y sus ovejas. En su diminuto estado, -que la incultura nos impide conocer-, sólo la familia real tiene cuarto de baño, el deporte más famoso es una competición por quien escupe más lejos, y sólo existe un teléfono y un coche. Pero tienen algo que cualquier gran potencia mundial desearía, es más, lo envidian, y no son las ovejas, que sería lógico que las anhelaran, es que los miposianos tienen «La Danza de la Alegría».
La efusividad máxima, la explosión más amena, una buena noticia se celebra bailando, ya sea solo o en pareja. Es un ritual casi ancestral que demuestra un feliz estado de ánimo y además lo fomenta. La danza es una conjunción de brazos y piernas hacia delante y hacia atrás, saltos y giros. Todo ello bajo la gran poesía de su letra «dai dai dai dai jai jai jei».
Hay que prestar atención y no confundir esta coreografía de la alegría con el baile del Bibi Babka. Este último se utiliza para hacer pasteles, los bibi babkas -valga la redundancia miposiana-, que se hicieron por vez primera para celebrar el bigote del rey Ferdinand Mypos, y la letra y la música nos enseña la receta y elaboración de tan suculento pastelito.
También tienen «El Beso del Silencio», que es un ósculo en la frente. Contundente y sin sutilezas. Está perfectamente definido, su nombre lo dice todo. Porque en Mypos las cosas se llaman por su nombre, por largo que sea.
Después de su azaroso viaje, Balki Bartokomous llegó a su destino: los Estados Unidos, y encontró a su primo lejano Larry, un vendedor que quiere ser fotógrafo. Éste lo acogió enseguida, más que nada, por la impresión del momento. Lo aceptó con cierta desconfianza, pero Balki se hace querer. Desde ese momento compartieron apartamento, aventuras y situaciones increíbles, y como es la tierra de las oportunidades, hasta pudieron conseguir un empleo en el mismo lugar de trabajo. Y les fue bien, pese a ciertos trastornos debidos a la dificultad del miposiano con el idioma..
Sí, Chicago es una gran ciudad, pero Mypos un gran país. Balki consiguió aunar ambos territorios y no dejó de lado sus raíces pese a adaptarse a la vida de la gran ciudad. Tampoco dejó atrás sus costumbres o sus chalecos, e incluso acabó trabajando en una tira cómica en el Chicago Chronicle, donde representaba las historias de su oveja Dimitri. Con su éxito hizo que la ciudad adorara a Mypos también. Así que «puedo ahorrar tu tiempo», como dice Balki, y aconsejarte que «no seas ridículo» y vayas a conocer las excelencias de los miposianos, ya sea in situ o en Chicago.