«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Barcelona, 1969. Ha escrito columnas políticas y algunos reportajes en varios medios nacionales (El Mundo, Ok Diario, El Español). Empresario maldito, coleccionista de cómics, músico ácrata y lector en Italia. Vivió una Ibiza ya olvidada. También una Barcelona enterrada. Acaba de publicar el libro de crónicas Barcelonerías (Ediciones Monóculo).
Barcelona, 1969. Ha escrito columnas políticas y algunos reportajes en varios medios nacionales (El Mundo, Ok Diario, El Español). Empresario maldito, coleccionista de cómics, músico ácrata y lector en Italia. Vivió una Ibiza ya olvidada. También una Barcelona enterrada. Acaba de publicar el libro de crónicas Barcelonerías (Ediciones Monóculo).

Barcelona, Sevilla y Tel-Aviv

17 de febrero de 2023

Mientras la alcaldesa de Barcelona se dejaba llevar por su antisemitismo, suspendiendo la semana pasada un viejo acuerdo de amistad y colaboración con Tel-Aviv, en Madrid las estrellas de la gran pantalla iban caldeando el ambiente preelectoral. O mejor dicho, electoral, que es ya el estado cotidiano en que está sumida esta nación, hayan comicios a la vista o no. La noche anterior a la manifestación político-sanitaria, la farándula (salvo excepciones, mal vestida para la ocasión) convirtió la gala de los Goya, ese cineasta del siglo XVIII, en una especie de mitin desgastado. Yo no sé qué les ha hecho el cine patrio para convertirlo, con la odiosa y repetitiva cháchara, en una cosa antipática. Y no es que las películas sean todas agrias, aunque prevalezca el sometimiento a la corrección imperante: la cultura (al colectivo de las artes culturales me refiero) está bajo el zapato ideológico woke, portándose bien y haciéndose así merecedora del alpiste ministerial. Salían los actores al escenario con sus soflamas apuntando lejos, a más de quinientos quilómetros del Palacio de Congresos de Sevilla, cuando tenían delante al ministro de cultura, Miquel Iceta, y al mismísimo presidente del Gobierno, Sánchez Pérez-Castejón. Curiosa manera de ser contestatario. Lo decía recientemente el dramaturgo Albert Boadella, voz libre: en otros tiempos, un ministro del ramo no hubiera podido cancelar un concierto (en el caso, de Plácido Domingo) sin que esa cultura hubiera dado la batalla. Ahora, nuestros artistas parecen exaltados, aunque son en realidad ovejas domeñadas por el poder. Reproducen los eslóganes que a ciertas elites del nuevo capitalismo interesan. Todo el catálogo de histerias: feminismo reaccionario, emergencia climática y obsesiones de entrepierna. La actriz Susi Sánchez, como salida de los años cuarenta, soltó que a las mujeres «hasta ahora se nos han abierto pocas puertas: la cocina y el dormitorio». Esto, al margen de resultar grosero desde el punto de vista del sentido común, del conocimiento y de la salud mental general, es profundamente tedioso. En el ámbito doméstico, el asunto candente era desgastar a la derecha madrileña porque vienen elecciones y tienen que ganar las izquierdas.

Volviendo a Inmaculada Colau, ofrecía con su feo a Israel un regalo a la comunidad palestina barcelonesa. Hay que tener en cuenta dos factores enfrentados. Por una parte, la tradicional simpatía de la izquierda hacia los palestinos, incluidos Arafat y sus pañuelos. Señalo aquí una flagrante contradicción, que es doble además. El progresismo se situó contra un pueblo que había sido casi aniquilado por Hitler y que, además, tuvo un gran protagonismo en la revolución rusa de 1917 (Trotski, creador del Ejército Rojo, era judío). Por otra parte, algunos sectores de la burguesía barcelonesa, especialmente el nacionalismo convergente y postconvergente, han tenido relaciones estrechas con la comunidad judía local y el Estado de Israel. Sabidas son las primeras relaciones de Pujol padre e hijo con la familia Tenembaum en el oscuro asunto de Banca Dorca, embrionaria de Banca Catalana. Como se recuerda, el President obtuvo, en aquel escándalo dinerario, un gran triunfo judicial y político. Una fortaleza que utilizaría en adelante para ensanchar su influencia en Madrid y en Cataluña. En el plano del discurso, el nacionalismo incluso fabricó, con mayor o menor éxito, un nuevo mito romántico, el del hermanamiento de ambos pueblos, el catalán y el judío, por “la voluntad de ser tras la derrota”. Puede parecer anecdótico, e incluso cruel, que la anticuada tanqueta con cañón de agua utilizada por los Mossos contra los manifestantes indepes en 2019 fuera comprada a Israel en 1994.

La decisión de Colau, tomada además deprisa y con la poca elegancia institucional que le caracteriza, ha encontrado el rechazo de casi toda la oposición (Esquerra se abstuvo), amén de la prensa catalanista. Sin embargo, ha recabado el apoyo escrito de la pandilla incombustible. Personajes del cine, aleluya, como la millonaria Susan Sarandon, siempre mal aparcada, o Viggo Mortensen, sensibilizado con el independentismo. También firma Ken Loach, cineasta “social” y melancólico de la España guerracivilista. Bien, nuestra alcaldesa ya puede, al menos, sentir el calor del séptimo arte, siempre raudo en su histórica misión.

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