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Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Bertín se desdice o Jalisco sí se raja

18 de julio de 2023

Nos saldremos un instante de la campaña electoral. Aunque quizás no nos vayamos muy lejos.

Hace unos días, el centro de la información del corazón pasó súbitamente de la boda de Tamara al anuncio del nuevo hijo de Bertín Osborne con una chica con la que se rumoreaba que ‘estaba’.

Lo anunció el propio Bertín, con dos expresiones que trajeron cola. «No ha sido deseado, sino un accidente, pero me haré cargo», sobre el niño; y luego, sobre la madre, al ser preguntado por el estado de su relación: «Tengo otras 25 amigas especiales, pero no tengo relación de pareja con nadie, ni con Gabi tampoco» (así se llama ella). Bertín aquí contestaba, lo explicó luego, a si la antedicha era «amiga especial». Como rechaza desde siempre la palabra novia, admitía el eufemismo amiga especial, lo que pasa es que, al igualarla con «otras 25», en realidad Osborne lo que estaba haciendo era considerar a Gabi como una amiga más.

Es decir: el niño era no-deseado y ‘accidental’, aunque asumido, y la madre era  una no-novia en una no-relación.

Quizás no eran las palabras más elegantes, pero hablaba bien de la madre y asumía su paternidad. Aun así, al escucharlo, yo pensé: ya verás, ya verás, Bertín, la que te cae…

Y no me equivocaba, ¡caer cayó!

La reacción tuvo incluso una portavoz oficiosa en la figura televisiva aunque aristocrática de Mercedes Milá, que calificó las palabras de Bertín como «reacción repugnante, triste y antigua».

Mercedes Milá lo dijo en sus redes y luego, en el último ‘Deluxe’, insistió en su crítica y explicó que en su opinión coincidían todas las mujeres de España, de un signo y otro. Y es verdad. En la condena a Bertín se reeditó algo que se sintió con más fuerza unos meses antes, cuando el escándalo de los supuestos o no tan supuestos cuernos de Onieva a Tamara; cuando ella, cerrando entonces la puerta al perdón, dijo lo del «nanosegundo en el metaverso». La terminante reacción ante el mujeriego, el womanizer, unió (esto yo lo vi) a mujeres de todas las ideologías, desde Bildu a Vox, fundidas en un inaudito consenso femenino contra Íñigo Onieva. Mujeres de ultraizquierda le decían «brava» a Tamara. El odio al mujeriego y engañador vencía toda barrera social.

¿Y qué pasó con Bertín? Bertín cometió algunos errores, inevitables ante lo poliédrico de su reacción. Tenía que contentar a su última ex, a su familia, a la afectada, a su propia costumbre masculina y a una opinión pública que ha cambiado mucho, muchísimo.

Por eso tuvo que reaccionar horas después en una red social. Allí, bajo una capa de indignación por el linchamiento, ofreció una retractación, un gran paso atrás que por ser él quien lo hace tiene una trascendencia no pequeña.

Había cosas que Bertín dijo y no se pueden decir.

Una fue sugerir la distinción entre la mujer amada y la que no lo es. La mujer con-amor y la mujer-sin amor. Dar a entender que se está con una mujer pero no con el estatus de ‘relación’. Esto va contra la igualdad (todas las mujeres son iguales) y contra el derecho a la plenitud, pues todas las mujeres se merecen la máxima consideración y la no cosificación.

La otra, aun más grave, fue sugerir lo del «accidente». La reacción de Milá y las demás fue inmediata: ¿cómo que accidente? ¿Acaso no sabías lo que hacías?

La reacción de Bertín recogió estos dos extremos. ¿Cómo?

En primer lugar, tras explicar que lo de «amiga» era por su rechazo a la palabra «novia», hizo una especie de reconocimiento retrospectivo del noviazgo: «Ha sido una relación». Se desdijo Bertín restituyendo a Gabi la dignidad del pleno idilio.

Corregido esto, añadió otra cosa determinante, que repitió: «Una relación es de dos, ¡las relaciones son de dos!». Con esto, atajaba el otro frente, el haber dicho «accidente». No se puede ni sugerir que ha habido algo accidental, indeseado, un poco de «penalti». No. El hecho del embarazo se declara cosa de dos, una corresponsabilidad. «La metiste en caliente», denunció Milá, y al haberla metido en caliente, el hombre ya es copartícipe, sin que pueda encogerse de hombros al ver el resultado de su acción. No hay sorpresa que valga. La ‘política’ de la gestación se convierte aquí en algo totalmente paritario y de dos. «La relación es de dos», el «embarazo es de dos», una decisión consensuada, es decir, por todos aprobada, por los dos decidida. ¿Pero puede haber codecisión en lo imprevisto? El elemento accidental desaparece como posibilidad y el embarazo gana premeditación sí o sí: tiene dos autores sexuales, ¡claro! pero también intelectuales, y esto es incuestionable y no se puede poner en duda.

La mujer moderna es autónoma y dueña de su cuerpo y fertilidad, pero a la vez no se queda embarazada si quiere y cuando quiere. Ahí la decisión y el empoderamiento se escinden y se hacen solidarios. Si sucede, «han sido los dos», el hombre no puede darse por sorprendido, es responsable como mínimo al 50% (si es más del 50% entramos en lo ilícito), porque no se puede ni imaginar, ni concebir, la posibilidad de que el hombre sea llevado de la mano de la pasión y de una guía no del todo competente hacia el fenómeno estocástico. La mujer es dueña absoluta de la llave del cofre del sexo, hasta que, ay, surge el embarazo y ahí las responsabilidades se hacen inmediatamente paritarias para, en pirueta cultural sublime, al instante mismo de la concepción, como un haz mágico de derechos que bajara sobre ella, la mujer se hace dueña de nuevo de su cuerpo, monarca absoluta de lo concebido y capaz, si quiere, de abortarlo.

Es inadmisible que alguien pueda siquiera sugerir que un niño nace del no-amor y del despiste instintivo o pasional, incluso de cierto desliz negligente, esto es «antiguo»; en nuestros tiempos la mujer no es la gran y última responsable del quedarse-embarazada, solo sugerirlo ya es «repugnante» (aunque la idea de que ese niño pudiera ser abortado inmediatamente después sí podría admitirse perfectamente. Eso no sería «antiguo». La criatura no puede ser considerada accidental pero sí abortable. No puede ser indeseado pero sí abortado).

La mujer moderna es solo corresponsable del embarazo, ya no la gran responsable de lo que sucede en su vientre porque eso sería aligerar la responsabilidad del hombre y, por tanto, fomentar la ‘asimetría’ del macho en las relaciones sexuales, y su irresponsabilidad machista, lastrando a la mujer con unas cargas y deberes adicionales que sonarían limitantes y muy conservadores. Esto exigiría una moral y una cultura sexual forzosamente desiguales.

La mujer ahora es, por tanto, siempre corresponsable, responsable por igual o paritariamente sorprendida por la preñez, pero una vez embarazada es inmediatamente dueña del «derecho al aborto» porque eso «pasa en su cuerpo».

Esto es la mujer moderna. O al menos, la mujer española moderna. Y el consenso aquí es casi absoluto.

La retractación de Bertín, su «claro que tuvimos una relación» y su «la relación es de dos», pasan a la historia reciente de la masculinidad española. Es una claudicación pues Bertín era epítome del macho: conquistador jerezano, hombre guapo y semental, y artísticamente también macho pues sus baladas desembocaban en el crooner sinatresco y, a la vez, en las rancheras de puro macho mexicano. Ese sincretismo macho ibérico-tex-mex, sinatra urbano y a la vez de campo, esa especie de supermacho que caminaba como recién bajado del caballo, ha tenido que bajar la cabeza ante la mujer en abstracto y en concreto.

Bertín se hacía cargo de su paternidad y de la criatura, pero fue criticado. Si Bertín decidiera ponerse tetas, proclamarse autoginefílicamente mujer y conquistar a la mujer siendo mujer y redefiniendo la condición femenina hubiera molestado menos. Incluso, es posible, hubiera molestado menos animando con su silencio un aborto. Pero lo que ha indignado es que pueda sugerirse públicamente la mera posibilidad de que un hombre, y encima un macho a la antigua, al considerar accidental un embarazo, aligere su responsabilidad y se haga el sorprendido. Por lo que esto implica: lo imprevisto, por ejemplo, difícilmente puede sorprender por igual a una y a otro. Así que el error o el azar o el desliz se descartan, indecibles. La mujer, que es dueña del sí y se quiere luego dueña de lo que concibe en su cuerpo, no es (ni puede darse a entender que lo sea) dueña total de la concepción (es como un instante virginal entre un antes y un después súper feministas).

Este episodio del corazón ha reflejado el estado desconcertante de lo femenino en la España actual.

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